El legado: A oscuras

Capítulo 28


ADEY


Llamé a la puerta, y en cuanto la voz masculina de Isac me dejó pasar, abrí la puerta.

—¿Cómo vas con tus cosas, Houston?

—¿En qué quedamos con lo de llamarme así?

—No quedamos en nada —me encogí de hombros y le sonreí.

Isac blanqueó los ojos y siguió arreglando el pequeño aparato.

—¿Qué necesitas? —inquirió mirando una última vez el objeto metálico y dejándolo a un lado para girarse a mirarme.

—Tu sangre.

—¿Mi sangre? —frunció el ceño—. ¿Para qué? 

—Ya sabes para qué —hablé, acercándome a él y dejando en la mesa el pequeño frasco de cristal que había traído conmigo.

Isac lo observó con la frente arrugada mientras le daba vueltas a lo que le había dicho, hasta que finalmente, cuando alzó su mirada hacia mí supe que había sabido a qué me refería.

—¿Otra vez vas a hacer de niñero? —cuestionó dejando el frasco en la mesa y cruzándose de brazos—. ¿Esa chica no se sabe estar quieta?

—Dijo el chico más inquieto que jamás he conocido —murmuré con diversión, logrando que él me mirara mal.

—¿Y para qué se supone que necesitas mi sangre?

—La mezclaré con la mía, ya sabes para qué.

—¿Y para qué demonios necesitas eso?

—Lo único que sé es que se la tendré que dar, no sé en qué lío se va a meter esta vez. Lo único que me ha dicho es que no deberé intervenir en nada más.

Isac sacudió su cabeza, agarró el transportador para echarle una última ojeada y me lo tendió.

—Lo necesitarás —lo cogí y me lo guardé en un bolsillo—. ¿Cuándo deberás ir?

—Dentro de unos días, supongo. No me ha dicho nada aún.

Él asintió y entonces se sacó una daga del tobillo. Se hizo un corte en la mano y dejó que su sangre resbalara hasta caer en el frasco.

—Con esto te valdrá.

—Gracias, Houston —sonreí moviendo mi mano en un gesto de soldado que no le hizo mucha gracia.

—Te he dicho que...

—Sí —blanqueé los ojos—. Bla, bla, bla...

—¡Adey! ¡Te estoy hablando en serio!

—Un momento, ¿has oído eso? —lo interrumpí poniendo mi mano en una de mis orejas como si eso me ayudara a escuchar mejor.

—¿El qué?

—Mis deberes de líder llamándome, que pena, ¿eh? —chasqueé la lengua—. Ya hablaremos en otro momento, Houston.

—¡Adey! —exclamó falto de paciencia.

Antes de que llegara hasta mí, salí de la sala y cerré la puerta con una sonrisa maliciosa que no tardó en desaparecer cuando giré sobre mis talones y adquirí mi otro semblante, uno serio y demandante.

Caminé por los pasillos saludando y regalando alguna que otra sonrisa de cordialidad a las personas que me saludaban con respeto y admiración. Yo era lo único que tenían.

 

NATALIE


Daba vueltas en su silla moviéndose con las ruedas de esta mientras tocaba su guitarra con los ojos cerrados. Los rayos del sol atravesaban la ventana de su habitación acariciando su piel pálida y sus cabellos rojizos. Llevaba por lo menos cinco minutos observándolo sin que él se diese cuenta, pues se suponía que estaba dormida. 

Cuando sus párpados se abrieron y clavó sus ojos marrones en mí, una sonrisa se formó en su rostro logrando que yo también sonriera con ternura. Ladeó su cabeza y dejó de tocar.

—Sigue, por favor —pedí.

Owen sonrió aún más pero me hizo caso y siguió tocando su guitarra mientras me observaba desde su sitio al lado del escritorio.

—Pensaba que estabas dormida.

—Y lo estaba.

—¿Cuánto llevas despierta?

—Unos cinco minutos —sonreí de lado.

—¿Y llevas observándome cinco minutos? —alzó sus cejas sorprendidas.

Asentí lentamente con la cabeza haciendo que él negara con la cabeza tomando un leve sonrojo y dejando su guitarra encima de su escritorio. Se levantó de su silla y se acercó a la cama hasta que se sentó a la orilla de esta, justo a mi lado.

—Parecías inmerso en tus pensamientos, ¿va todo bien? 

Desde que había llegado a su casa para estar con él lo había notado un poco extraño, como si estuviese más en su mundo que en la realidad. Él sólo asintió después de unos segundos en silencio.

—Estoy un poco nervioso, falta poco para las cuatro.

—¿Y qué pasa a las cuatro? —curioseé.

—Mis padres me llamaron ayer para decirme que seguramente hoy me dirían algo muy importante —explicó—. ¿Sabes? Me gustaría que eso tan importante fuese que intentarían venir a verme más seguido.

Fruncí mis labios en una mueca.

—¿Por qué no se lo dices? Casi no están contigo, supongo que los echas mucho de menos.

—Y así es, pero no les puedo pedir eso. Ambos están esforzándose mucho por su trabajo y por sus sueños, y yo estoy muy orgulloso por ellos, sólo quiero que hagan lo que les hace felices.

—Su felicidad debería ser justamente tú y la tuya.

Owen abrió la boca para decir algo pero la volvió a cerrar cuando las palabras no le salieron. Al parecer eso le había hecho reflexionar.

—Si fuera tú haría lo que fuese por pasar tiempo con mis padres —murmuré.

—Nora...

—Mis padres murieron —solté de repente, dejando salir un gran peso que llevaba atado a mi espalda durante mucho tiempo.

Nunca le había dicho a Owen nada sobre mis padres, y de alguna manera sabía que él deseaba saber más sobre mí, pero había estado concediéndome todo el espacio que necesitaba. Me había contado tanto sobre él que lo justo era que yo también lo hiciera.
Owen no supo que decir ante eso, así que me incorporé para acercarme más a su cuerpo y seguí hablando.

—Apenas me acuerdo de mis padres y es algo que me atormenta. No sabes lo que desearía haber pasado más tiempo con ellos, pero desgraciadamente no recuerdo nada. Lo más cercano que tengo ahora a una madre es Helen —hablé, hundiendo mis cejas en un gesto de dolor.



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En el texto hay: adolescentes, hombre lobo, brujas

Editado: 15.05.2021

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