El legado: A oscuras

Extra

Ámbar&James

Las chicas llevaban caminando un buen rato cuando por fin lograron vislumbrar una gran casa en medio de un prado verde, rodeado por árboles.

—Joder —murmuró Cloe, asombrada.

La casa no era nada humilde como se esperaban encontrar, no era pequeña, sino gigantesca. ¿Cuánto dinero costaría?

Ámbar miró de reojo a Natalie, que observaba con desconfianza el edificio que había a lo lejos. Arrugaba el ceño, pensativa, y es que conociéndola, pensó Ámbar, seguramente estaría buscando cualquier excusa para no acercarse, sin embargo, no iba a colar, y menos con la pelirroja, que no paraba de mirar el rostro rojo de Nat y sus andares pesados y cansados, que demostraban su estado físico en ese momento.

—Vamos a ver si hay alguien y le pedimos algo para que comas, Nat —dijo Ámbar, más a modo de orden.

Se acercaron cuidadosamente, como si temieran que en cualquier momento alguien saliese a su caza. Se miraron entre ellas con la duda en sus ojos, algo normal después de haber escapado de un infierno. No deseaban tener que volver a ser encerradas como animales. Cloe tragó saliva con nerviosismo, y Ámbar no se quedó atrás, estaba aterrada, no paraba de pensar en las posibilidades de que ocurriese lo peor. Odiaba sentirse tan vulnerable allí fuera, como si cualquier ser o criatura pudiera hacerles daño.

Natalie, que lucía realmente cansada, tras observarlas decidió dar el paso y llamar al timbre. La pelirroja sintió como su respiración se cortaba cuando preguntó:

—¿Habéis sentido eso?

Su confusión hizo que la Ámbar arrugara la frente con la misma expresión, quiso preguntarle a qué se refería pero antes de que abriera la boca la puerta se abrió. Una mujer de cabello castaño oscuro con unos ojos azules preciosos les sonrió. Las analizó a cada una de ellas con un mirar dulce, que le hizo ensanchar aún más su sonrisa.

—Hola, ¿qué puedo hacer por vosotras? —preguntó con su aterciopelada voz.

—No queremos molestar pero llevamos un buen rato andando por el bosque y...—Ámbar buscó la mirada de Cloe sin saber qué decir.

—...y tenemos mucha sed —terminó por ella de forma simple y directa—. Aunque hambre también —sonrió—. ¿Crees que podrías darnos algo para...?

—¡Por supuesto! Pasad por favor, no os quedéis allí fuera con este calor.

La pelirroja sonrió en forma de agradecimiento y se adentró en la casa junto a Cloe. Una agradable sensación de frío la abrazó, fue placentera. No se dio cuenta de que Natalie no había vuelto hablar hasta que escuchó una voz, que para nada era la suya.

—¡Cuidado!

Se giró más por el susto que por la voz grave y desconocida voz que sonó a sus espaldas. Casi se le sale el corazón cuando sus ojos se clavaron en una Natalie inconsciente en brazos de un chico que no había visto antes.

—Helen, ¿quién es...?

—¡Corre, túmbala en el sillón, James!

El chico hizo caso a la tal Helen cuando cogió mejor a Natalie y pasó por su lado sin siquiera reparar en la presencia de las chicas. La dejó en uno de los sillones que había en el salón. Helen se acercó a ella, poniéndole una mano en la frente.

—Está ardiendo.

—Ella... —Ámbar tragó saliva, intentando disminuir el nudo de su garganta—. Estaba muy cansada, y con este calor...

—¿No teníais agua? ¿Algo para hidrataros?

Aquella fue la primera vez que James, el chico de cabello rubio clavaba sus increíblemente ojos grises en los verdes de la pelirroja. A pesar de que ella quiso responder con prisa, no pudo, pues antes de que se diera cuenta lo estaba observando, embobada. Tenía la piel bronceada, producto de horas al sol. Sus pestañas eran rubias y cortas, al igual que su mata de pelo desordenada,  pero al mismo tiempo gruesas, remarcando el gris de sus ojos. Era más alto que ella, le sacaba por lo menos dos cabezas.

Se obligó a negar con la cabeza, saliendo de su estupor, pero fue demasiado tarde, porque Cloe se dio cuenta. Ámbar se fue preparando mentalmente para el cuestionario y las burlas que le haría.

—No pasa nada, su pulso está bien —dijo Helen, al margen de la escena de miraditas que James y Ámbar habían creado sin querer—. James, tráeme gasas húmedas, por favor.

Él asintió y desapareció para, al minuto, volver con lo que Helen le había pedido. La mujer le colocó una de las gasas en la frente a Natalie y otra en la nuca, esta última la agarró con la mano, presionándola contra su piel para que no se le cayera.

Ámbar supuso que su mirada y la de Cloe destilaban preocupación, porque con una sonrisa, la mujer las intentó tranquilizar.

—Tranquilas, eh...

—Ámbar —la pelirroja se presentó a ella misma, seguidamente señaló a su amiga— y Cloe.

Helen asintió.

—Ella va a estar bien, ha sido un golpe de calor. En cuanto despierte le daré algo de beber y de comer, necesita hidratarse.

Asintió, observando aún el rostro calmado de Natalie. 

Helen insistió en aprovechar y darles algo de comer de mientras, aunque cuando ellas pidieron algo de comida no se referían a todo un festín. Les dejó diferentes platos de comida en la mesa, Cloe y Ámbar se sentaron una enfrente de la otra. La castaña no pudo esperar mucho más porque en cuanto Helen les deseó buen provecho, ella ya aprovechó a engullir la comida como si no hubiese un mañana.

—Tú come lo que quieras —la mujer sonrió, enternecida—. Si deseáis más sólo tenéis que decírmelo.

—¡Oh, no! —la pelirroja río con nerviosismo—. Esto está muy bien, pero gracias igualmente.

James, que se encontraba tras Helen observó a la pelirroja con una sonrisa de oreja a oreja. Sin duda Ámbar era una chica hermosa, pero a él se le hacía diferente, otro tipo de belleza más exótica. Su mirada penetrante coloreó las mejillas de la chica, por lo que ella se vio obligada a bajar la mirada a su plato y comenzar a probar bocado.



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En el texto hay: adolescentes, hombre lobo, brujas

Editado: 15.05.2021

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