Diecinueve años han pasado desde la noche en que una niña humana fue hallada a las puertas del bosque de Askar, envuelta en silencio y misterio. Nadie supo cómo llegó allí. Solo que desde entonces, la calma del reino pareció volverse tenue, como si algo estuviera esperando despertar.
Ahora, con la misma edad que los años desde aquella noche, Maya caminaba por el borde del bosque mientras el sol comenzaba a esconderse, pintando el cielo de un color anaranjado. Sus pasos eran ligeros sobre la tierra húmeda, acompañados por el canto suave del viento entre los árboles.
A su lado, Naia Triven saltaba de un lado a otro, siempre llena de energía. Tenía el cabello corto y pelirrojo, y unos ojos color ámbar que brillaban con la luz del atardecer. A comparación de ella, Maya siempre parecía más tranquila, más pensativa.
—¡Vamos, Maya! —gritó Naia, dándole un toque en el brazo— ¡Te vas a quedar atrás!
Maya levantó la vista y le sonrió, algo avergonzada. Sabía que no podía seguir el ritmo de Naia. Aunque ambas tenían diecinueve años, era obvio que Naia no se cansaba nunca. Siempre estaba en movimiento, como si su naturaleza de gato montés la impulsará a estar activa todo el tiempo.
Mientras tanto, Maya —con su cabello castaño oscuro y ondulado, sus ojos verdes oliva y su piel clara con pecas— se sentía más calmada. Era de estatura media, siempre con una mirada curiosa, pero a veces sentía que había algo distinto en ella… algo que no sabía nombrar.
Y esa noche, bajo la luna llena, esa sensación solo crecía.
Naia dio un salto ágil sobre una raíz sobresaliente y giró en el aire antes de aterrizar frente a Maya con una sonrisa traviesa.
—¿Sabes qué noche es hoy, verdad? —preguntó con un brillo especial en los ojos.
Maya asintió con suavidad, aunque una parte de ella temía esa noche sin saber por qué.
—La fiesta de la luna —respondió en voz baja—. Cuando las bestias muestran su forma real… cuando bailan bajo la luz plateada y juran lealtad al reino.
—¡Exacto! —dijo Naia emocionada—. ¡Y será la primera vez que nos dejen participar! Bueno… al menos observar desde cerca. No puedo esperar a ver a los felinos transformarse. ¿Te imaginas cómo se ve la familia real?
Maya bajó la mirada. Nunca se había transformado. Nunca había sentido el llamado de la bestia en su interior, como todos los demás en el reino. A los cinco años, casi todos mostraban signos. A los ocho, dominaban sus formas. Pero ella... nada.
—No creo que me dejen acercarme tanto —murmuró—. Ya sabes lo que dicen…
Naia frunció el ceño.
—No me importa lo que digan. Tú eres una de nosotros, Maya. Siempre lo has sido. Y si alguien se atreve a decir lo contrario, va a tener que enfrentarse a mí. —Hizo un gesto de zarpazo con sus manos y soltó un gruñido que hizo reír a Maya.
Siguieron caminando hasta que los árboles se abrieron como un arco natural y revelaron el claro donde cada año se celebraba la fiesta. Estaba decorado con faroles flotantes, telas doradas y música suave que salía de tambores lejanos. Bestias en forma humana, con ojos brillantes y auras distintas, se movían con gracia entre la multitud. Algunos ya comenzaban a cambiar, a dejar ver su verdadera naturaleza: garras, colmillos, colas… magia.
Y entre todo ese esplendor, un detalle llamó la atención de Maya.
Una figura en lo alto de las escaleras de piedra, mirando desde el balcón del antiguo templo: alto, de cabello castaño dorado que caía hasta los hombros y ojos dorados como fuego líquido. Su presencia imponía respeto incluso sin moverse. Era el príncipe Kael.
Él también parecía observarla. Solo por un instante. Luego, giró y desapareció entre las sombras.
Maya sintió que algo dentro de ella se estremecía.
Y por primera vez en mucho tiempo… el aire a su alrededor vibró como si algo antiguo despertara en silencio.
Hola, espero y les esté gustando mi historia. Es la primera y la verdad estoy muy feliz de compartirla con ustedes 🧡.