Los jóvenes amantes llegaron a la ciudad fronteriza de Byeonhan. Habían caminado toda la noche, sin descanso. El frío les calaba los huesos, pero no se atrevían a detenerse. La única meta que los mantenía en movimiento era atravesar la gran puerta, el último obstáculo entre ellos y la libertad. Solo esperaban que las noticias de su fuga no hubieran llegado aún a la ciudad fronteriza para poder pasar sin problemas.
Seok miró a Yuki con preocupación, notando en sus ojos el cansancio y el miedo, pero también una determinación inquebrantable. Ella había sido fuerte durante todo el viaje, pero él sabía que el final estaba cerca y que el riesgo aumentaba a cada paso.
—¿Lo has entendido? —preguntó Seok en voz baja, temeroso de que alguien los oyera.
Yuki asintió con firmeza, aunque su mirada reflejaba una profunda ansiedad.
—Si nos buscan, buscarán a un hombre y a una mujer. Nunca pensarán que cruzaremos la frontera por separado —respondió ella con voz temblorosa, pero decidida.
Seok sonrió levemente, aliviado de que Yuki entendiera lo arriesgado de su plan. Ella siempre había sido valiente, pero esta vez el peligro era más cercano que nunca.
Yuki extendió la mano para recibir los papeles falsificados que Seok le entregó. La vida de ambos dependía de esos papeles. Si los guardias los descubrían, no solo perderían la oportunidad de escapar, sino que también los separarían para siempre. Seok la observó con preocupación mientras ella guardaba los documentos bajo su abrigo.
—Adelante —dijo él, animándola a acercarse al puesto de control.
Con pasos titubeantes, Yuki se aproximó al control. Su cuerpo estaba rígido por el nerviosismo. Cada paso hacia los guardias era una pesadilla hecha realidad. El sonido de sus botas sobre el suelo resonaba en sus oídos como un tambor, aumentando su ansiedad.
—¡Papeles! —exigió uno de los guardias con una voz autoritaria, cortando el silencio de la madrugada.
Yuki respiró hondo, sintiendo cómo el miedo la envolvía, pero no podía detenerse ahora. Sacó los documentos de su abrigo y los entregó al guardia, que los examinó con detenimiento. La mirada del hombre estaba llena de desconfianza, como si ya sospechara que algo no estaba bien. Yuki sintió una presión creciente en el pecho, como si el peso de todo lo que había hecho hasta ahora estuviera sobre ella. Un nudo se formó en su estómago mientras trataba de mantenerse firme. El sudor le cubría las manos y su mente se nublaba por el miedo.
Seok observaba en silencio, con el corazón latiendo a un ritmo frenético. Podía ver la tensión en el rostro de Yuki y, aunque quería darle palabras de aliento, temía que cualquier gesto o palabra pudiera delatar su nerviosismo. El tiempo parecía haberse detenido, y él deseaba que todo terminara.
—Puedes pasar —dijo finalmente el guardia, rompiendo el silencio con una voz grave.
Yuki se inclinó levemente, agradecida, y dio un paso adelante. En ese instante, el peso en su pecho comenzó a desvanecerse, aunque el miedo aún la acechaba. Sus piernas temblaban levemente, pero seguía adelante. Cada paso la acercaba más al final de todo, y con cada paso, sentía que su libertad estaba al alcance. Llegó finalmente a la zona de control de Gwanseong, donde otro guardia la esperaba.
—¿Algo que declarar? —preguntó el soldado, con la mirada fija en ella.
—Nada —respondió Yuki con una voz apenas audible, esforzándose por parecer tranquila.
El soldado la miró durante un largo momento, como si fuera capaz de leer cada pensamiento en su rostro, pero finalmente, tras un suspiro, asintió.
—Bien, entonces pase.
Yuki respiró profundamente, aliviada pero aún incrédula de que hubiera pasado sin problemas. Miró hacia atrás, buscando a Seok, y vio cómo él también estaba a punto de enfrentarse a su propio control. Decidió apresurarse y esconderse entre unos matorrales cercanos, esperando que él pasara sin inconvenientes. Su corazón latía con fuerza y el miedo seguía persiguiéndola, pero se obligó a mantenerse quieta, observando, ansiosa.
Ahora era el turno de Seok. Con paso firme y decidido, se acercó al control de Nayara. La tensión era aún más palpable, pues el conocimiento de que Yuki ya había cruzado aumentaba la ansiedad de ambos. Seok sabía que, si algo salía mal, la fuga quedaría truncada.
—Documentos —pidió el guardia, sin mostrar una pizca de emoción.
Seok los mostró sin vacilar, manteniendo la mirada fija en el rostro del guardia. Al igual que con Yuki, los ojos del hombre eran fríos y desconfiados, pero tras unos largos segundos de revisión, el guardia lo dejó pasar.
—Adelante —dijo el guardia con tono monótono.
Con el corazón a punto de salirse de su pecho, Seok dio un paso adelante, dejando atrás el control de Nayara. A medida que se acercaba al control de Gwanseong, comenzó a sentir una leve esperanza. Ya casi lo había logrado. Pero justo cuando estaba a punto de pasar, algo extraño ocurrió.
De repente, una flecha silbó a través del aire y se clavó en la espalda de Seok como un rayo mortal. El dolor fue insoportable. Seok se desplomó al suelo, jadeando mientras sentía la calidez de la sangre empapar su ropa. El mundo a su alrededor se volvió un torbellino de confusión y angustia.
Yuki, al ver a su amor caer, gritó aterrada. Su cuerpo reaccionó antes que su mente y corrió hacia él, pero en ese momento un grupo de soldados a caballo apareció de la nada, rodeando el lugar.
—¡Captúrenlo! —rugió el capitán de los soldados de Nayara con furia.
Antes de que pudieran acercarse, otro contingente de soldados de Gwanseong apareció, interponiéndose entre los soldados de Nayara y Seok.
—¡Apártense! ¡Debemos capturar a ese criminal! —exclamó el capitán de Nayara, con el rostro enrojecido de ira.
—No —respondió el sargento de Gwanseong con firmeza. Su voz era calmada pero llena de autoridad—. Está en nuestro país, y no vamos a permitir que lo capturen.
Editado: 19.02.2025