El Legado de Hanaya

Donde Florece el Hielo

La carreta siguió avanzando por el camino nevado, el crujido de la nieve bajo las ruedas se mezclaban con el susurro del viento. El silencio entre ambas jóvenes no era incómodo, sino más bien contemplativo. El paisaje que las rodeaba parecía sacado de un cuento antiguo: colinas suaves cubiertas de blanco, ramas desnudas que parecían manos extendidas hacia el cielo, y algún que otro ciervo cruzando en la distancia.

—¿Te has preguntado alguna vez si nuestras almas realmente pueden ser leídas? —preguntó Yuki en voz baja, como si temiera que el viento se llevara su pensamiento antes de llegar a Aria.

—No lo sé —respondió Aria tras una pausa—. Mi madre decía que las almas son como espejos. Puedes pulirlos, pero también puedes empañarlos con mentiras. Y en el Biseutalia... no hay paños que sirvan.

Yuki se quedó pensativa. Sus dedos jugueteaban con el borde de la manta que cubría a Seok, dormido aún por el efecto del Cheonghwa. Su respiración era regular, tranquila, pero en su expresión había un rastro de preocupación, como si incluso en sueños percibiera la carga del destino que se cernía sobre ellos.

—No tengo miedo —dijo finalmente Yuki—. Pero... sí temo fallarle a él. A veces siento que aún tengo cadenas invisibles, marcas del pasado que no logro arrancarme.

—Las cadenas se rompen cuando dejas de creer que las mereces —replicó Aria, con un tono inesperadamente profundo para su juventud—. Tú no eres tu padre, ni su legado. Lo estás demostrando ahora.

El silencio volvió, pero esta vez era cálido.

Unas horas después, ya al atardecer, comenzaron a ver las primeras señales de civilización. Las torres de vigilancia, los campos trabajados a pesar del frío, y las siluetas de personas envueltas en gruesas capas de lana. Jeongseon se alzaba en la distancia, con sus tejados curvos cubiertos de escarcha y sus murallas de piedra que resplandecían bajo la luz anaranjada del sol poniente.

—Ahí está —anunció Aria, señalando la ciudad—. Bienvenida a la capital, Yu.

Yuki asintió, apretando con más fuerza la mano de Seok.

—Es hora de escribir nuestro destino —susurró.

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La llegada a Jeongseon no pasó desapercibida. Aunque la carreta era discreta, un par de guardias reconocieron de inmediato el sello bordado en la capa de Aria: el emblema del sargento Hyunk. Con una reverencia silenciosa, les permitieron pasar por una entrada lateral, evitando las miradas de los curiosos.

Fueron conducidos a una residencia apartada, modesta en comparación con los palacios de Hanaya, pero cálida y acogedora. Seok fue llevado a una habitación con ventanales amplios desde los cuales se veía el bosque nevado. Un curandero local, advertido de su llegada, lo examinó en silencio, asintiendo con aprobación.

—Sanará —confirmó—. Aunque necesitará tiempo.

Esa noche, mientras Aria dormía en la habitación contigua y Seok seguía bajo los efectos del sedante, Yuki salió al pequeño jardín interior. Se sentó en un banco de piedra, con una capa sobre los hombros, y observó cómo los copos de nieve danzaban bajo la luna llena.

—Padre… —murmuró al cielo—. Tal vez nunca fuiste capaz de amar, pero yo sí. Y no permitiré que tu sombra me impida vivirlo.

Una voz suave rompió el silencio:

—¿Y si tu amor es puesto a prueba mañana mismo?

Yuki se giró bruscamente. Frente a ella, en medio del jardín, se alzaba una figura envuelta en una túnica azul oscuro, bordada con hilos dorados que brillaban como estrellas. Sus ojos, de un ámbar imposible, parecían atravesar su alma.

—¿Quién eres? —preguntó Yuki, de pie y alerta.

—Una enviada. El Consejo de las Almas sabe que habéis solicitado el Biseutalia verdadero. Estoy aquí para llevar vuestro deseo ante los Guardianes.

Yuki sintió un escalofrío. Todo era real. Más real de lo que jamás imaginó.

—Entonces dile al Consejo que estamos listos —respondió, con la voz firme a pesar del temblor en su pecho—. Que nuestro amor será sincero… o que pereceremos juntos.

La figura asintió lentamente, y al hacerlo, su cuerpo comenzó a desvanecerse en una nevada de luz. Pero antes de desaparecer por completo, dejó atrás una pequeña flor de hielo que cayó suavemente a los pies de Yuki.

Era una Binghwa.



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En el texto hay: fantasia, aventura

Editado: 13.04.2025

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