Los días pasaron lentamente en la residencia de Jeongseon. La nieve cubría el mundo exterior, y dentro, el tiempo parecía detenerse. Seok permanecia en su lecho, sumido en un sueño profundo debido al Cheonghwa que el doctor Hanak le había administrado. Su herida había comenzado a cicatrizar, aunque el dolor persistía, como una sombra silenciosa en su cuerpo.
Yuki se convirtió en su sombra. Durante el día, se encargaba de que estuviera cómodo, le aplicaba ungüentos para calmar la inflamación, y le hablaba de cualquier cosa como si el la escuchara. A veces, recitaba historias de Hanaya, de su infancia, de las flores que había visto crecer en su jardín. En otras ocasiones, se quedaba en silencio, observando cómo su prometido luchaba contra la fiebre que lo mantenía debilitado, con la esperanza de que pronto despertaría.
En las noches, se sentaba junto a su cama, rodeada de la quietud que solo el invierno podía traer. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, pero la calma que la envolvía parecía alejar cualquier pensamiento de peligro, por un breve momento. Yuki pensaba en las palabras de Aria, en lo que significaba el Biseutalia, y en lo que ella misma estaba dispuesta a hacer por Seok. No podía imaginar su vida sin él, pero el miedo a perderlo, de alguna forma, siempre estaba al acecho.
Un día, cuando el sol ya comenzaba a descender, Seok finalmente despertó. Su respiración era más regular, y su piel ya no estaba tan fría. Sus ojos se abrieron lentamente, como si el mundo estuviera de nuevo tomando forma a su alrededor. Yuki, que había estado leyendo un libro cerca de la ventana, se levantó de inmediato, con el rostro iluminado por una mezcla de alivio y emoción.
—Seok... —dijo suavemente, acercándose a él.
Él parpadeó varias veces antes de sonreír débilmente. Sus ojos estaban aún nublados por los efectos del sedante.
—¿Yuki? —su voz salió rasposa, como si no hubiera hablado en días—. ¿Dónde estamos?
—En Jeongseon. Estás a salvo. Todo va a estar bien.
Seok intentó moverse, pero se detuvo rápidamente al sentir un tirón de dolor en su espalda. Se dio cuenta de inmediato de que su herida aún no estaba completamente curada.
—¿Me llevaste hasta aquí? —preguntó, mirando a su alrededor, intentando reconocer el lugar.
—Sí —respondió Yuki con una sonrisa triste—. Te trajimos aquí para que pudieras recuperarte. El doctor dice que necesitarás unos días más.
Seok asintió, mirando sus manos, aún débiles. Unas cicatrices leves adornaban sus dedos, y sus pensamientos parecían dispersos, pero algo en su mirada era diferente. Había algo más allá del agotamiento físico.
—¿Y el Carnicero? —preguntó, con voz tensa.
—Todavía no sabemos nada. Pero estamos lejos de él ahora, y eso es lo que importa. Necesitamos tiempo, tiempo para... pensar.
Yuki se acercó a su lado, sentándose en el borde de la cama, mientras sus manos temblaban levemente mientras lo miraba. Él tomó su mano con más fuerza de lo que esperaba y puso su mirada fija en la suya.
—Yuki... —comenzó él, con una expresión que ella no había visto antes. Era una mezcla de confusión y miedo—. He estado pensando. Cuando me recupere, ¿qué vamos a hacer? ¿De verdad vamos a...?
Yuki no lo dejó terminar. Le apretó la mano con suavidad, sin dejar que la duda creciera entre ellos.
—Lo haremos, Seok. El Biseutalia... es lo que necesitamos para estar juntos. No importa lo que pase, lo haremos porque es lo que siento en mi corazón.
Seok la miró con una mezcla de sorpresa y gratitud, como si estuviera buscando una respuesta más en sus ojos. Pero solo encontró la verdad que Yuki había guardado en su alma durante tanto tiempo.
—Tienes razón —dijo, casi en un susurro—. Te amo, Yuki. No puedo perderte.
Ella sonrió, pero había una tristeza que no podía ocultar. Sabía que el camino por delante no sería fácil, y el riesgo de perderse en ese amor podría ser aún mayor de lo que imaginaban. Pero también sabía que no había vuelta atrás.
—Nos cuidaremos mutuamente, Seok. Como siempre lo hemos hecho.
Las horas siguientes fueron lentas, llenas de pequeñas conversaciones y gestos de cariño. Seok se recuperaba, aunque aún necesitaba reposo. Cada día que pasaba, sentía que su cuerpo volvía a la vida, aunque no podía deshacerse de la sensación de que algo más grande, más peligroso, se cernía sobre ellos.
Esa noche, cuando el sol se despidió en el horizonte y las estrellas comenzaron a llenar el cielo, Aria llegó a la residencia. Había venido a ver cómo estaba Seok y a asegurarse de que todo estuviera listo para lo que vendría.
—¿Cómo se siente? —preguntó Aria, al entrar en la habitación.
—Mejor. Pero aún tengo dolor —respondió Seok con una leve sonrisa.
—Eso es bueno. La Binghwa de su cuerpo está funcionando —comentó Aria, refiriéndose a los remedios herbales que les había preparado el médico local—. Pero hay algo más que debemos discutir.
Yuki y Seok intercambiaron miradas, sabiendo que el momento que tanto temían estaba por llegar.
—¿Qué pasa? —preguntó Yuki, nerviosa.
—El Biseutalia no es solo una ceremonia de amor. Es una prueba. Y cuando llegue el momento, no solo seréis evaluados como pareja, sino también como individuos. Se pondrá a prueba vuestra pureza. La verdad será lo único que salvará vuestras vidas.
Seok frunció el ceño.
—¿Y si no somos lo suficientemente puros?
Aria los miró fijamente mientras sus ojos brillaban con una intensidad que sorprendió a Yuki.
—Si no lo sois... el Arboris Sententia se formará. Y no habrá vuelta atrás.
Editado: 13.04.2025