La mansión se encontraba envuelta en una calma inquietante. Desde la destrucción del espejo, los Devereaux habían notado que los fenómenos extraños disminuían, pero sabían que la paz era solo superficial. La casa podía estar más callada, pero seguía observándolos, calculando su próximo movimiento. John, Emily, Sophie y Lucas trataban de retomar una rutina normal, pero la tensión era palpable, como si todos estuvieran esperando el momento en que el terror se reanudara.
John dedicó los siguientes días a buscar una salida definitiva. Se sumergió en los escritos que habían encontrado, revisando cada detalle sobre The Shadow King, sus orígenes y cómo la familia había quedado atrapada en su maldición. Cuanto más leía, más comprendía la magnitud de la oscuridad que envolvía a su linaje. Este no era solo un demonio cualquiera, sino un ser que había sido adorado por los primeros Devereaux como un dios. Era un pacto de sangre, sellado con sacrificios, y romperlo requeriría algo más que destruir un espejo o quemar un altar.
Una noche, mientras todos dormían, John tuvo un sueño. Se encontraba en la antigua capilla de la mansión, un lugar olvidado que no recordaba haber visto antes. Las paredes estaban cubiertas de símbolos paganos, y un altar de piedra oscura se alzaba en el centro, manchado de lo que parecía ser sangre seca. Frente a él, una figura espectral vestida con una túnica blanca, su rostro oculto por un velo, se arrodillaba en una oración silenciosa.
—Sabes lo que tienes que hacer, John —dijo la figura sin volverse. Su voz era conocida, un eco de algo perdido en el tiempo—. El pacto se romperá solo cuando se complete el sacrificio final.
John se despertó sobresaltado, con el corazón latiendo frenéticamente. Miró a Emily, que dormía a su lado, y luego a sus hijos, profundamente dormidos en la habitación contigua. La pesadilla lo había sacudido hasta lo más profundo de su ser. Las palabras de la figura resonaban en su mente: “sacrificio final.”
No podía ignorar lo que el sueño le había revelado. Decidido, se dirigió al sótano, donde los restos del altar aún yacían en ruinas. Entre los escombros, encontró un pasadizo oculto que nunca antes había visto, una escalera estrecha que descendía aún más, hacia lo que parecía una capilla subterránea, igual a la de su sueño. A medida que descendía, la temperatura bajaba, y el aire se volvía más denso, cargado de una energía malsana.
Cuando llegó al fondo, se encontró frente a la capilla, tal y como la había visto en su sueño. El altar estaba ahí, cubierto de polvo y sangre seca, y el aire olía a muerte antigua y sufrimiento. En un rincón, había un viejo manuscrito con palabras escritas en un idioma que John no reconocía, pero el dibujo que lo acompañaba era claro: un círculo de figuras humanas, con un hombre al centro, arrodillado frente al altar. Era un ritual de sacrificio, uno que requería la sangre de un Devereaux para completar el pacto.
John sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Sabía lo que esto significaba. The Shadow King no solo se alimentaba de sufrimiento; exigía la sangre de la familia, una y otra vez, para mantener su vínculo con la casa. Sin ese sacrificio, la entidad perdería su poder, pero también significaría romper el ciclo y liberar a las almas atrapadas.
Subió de nuevo con el manuscrito en las manos, decidido a contarle todo a Emily. Cuando entró en la cocina, Emily estaba sentada, mirando fijamente una taza de té frío. Había estado despierta toda la noche, sus pensamientos llenos de miedo y dudas.
—John, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Emily, levantando la vista con los ojos vidriosos. Sus ojeras y el temblor en sus manos mostraban que estaba al límite.
John le mostró el manuscrito y le explicó lo que había encontrado. Emily lo escuchó en silencio, su rostro empalideciendo con cada palabra. No era solo el miedo lo que la invadía, sino la comprensión de que el horror que enfrentaban no tenía una salida fácil. El sacrificio era la única manera de romper el ciclo, pero no podían permitir que la casa se llevara a uno de los suyos.
—Tiene que haber otra forma —insistió Emily, pero su voz temblaba de desesperación.
Mientras discutían, Sophie y Lucas se acercaron al umbral de la cocina, observando a sus padres desde la distancia. Sophie, siempre perceptiva, sintió que algo estaba terriblemente mal. Se acercó sigilosamente y miró el manuscrito sobre la mesa. Las figuras en el dibujo parecían moverse bajo su mirada, sus contornos oscilando como si estuvieran vivos.
Esa noche, Emily y John debatieron hasta el amanecer, intentando idear un plan. Decidieron explorar la capilla juntos y ver si podían encontrar alguna forma de realizar el ritual sin perder a nadie. Pero cuando llegaron al sótano, descubrieron que el pasadizo estaba bloqueado. Alguien o algo lo había sellado con piedras pesadas y madera podrida, como si la casa tratara de impedirles el acceso. John intentó mover los escombros, pero eran demasiado pesados. Frustrado, pateó una de las piedras, y un susurro familiar resonó en la oscuridad.
—El pacto se cumplirá… uno de ustedes debe pagar el precio.
Las palabras hicieron eco en las paredes, pero esta vez, John no estaba dispuesto a ceder. Sabía que estaban más cerca que nunca de una solución, y no dejaría que la casa los intimidara. Esa misma noche, decidió que debían actuar rápido, antes de que la entidad los superara por completo.
Emily, desesperada, recurrió a los diarios antiguos en busca de cualquier pista que pudiera ayudarles a evadir el sacrificio. Encontró una mención a un ritual inverso, uno que requería el derramamiento de sangre, no de un Devereaux, sino del mismo demonio. La teoría era arriesgada y peligrosa, pero ofrecía una pequeña esperanza.
Al día siguiente, llevaron a los niños al sótano. Les explicaron lo que iban a hacer, omitiendo los detalles más oscuros. Lucas parecía entender más de lo que decían, como si hubiera estado esperando este momento. Cuando llegaron a la capilla, lograron abrir un pequeño espacio entre los escombros, lo suficiente para pasar.