La nevada continuaba sin tregua, y la mansión Devereaux se sentía cada vez más atrapada en un invierno eterno. La familia, cansada pero decidida, había logrado activar el primer sello, pero todavía quedaban dos por restaurar. La atmósfera era opresiva; el frío calaba los huesos y los aullidos del viento resonaban como un lamento inquietante. Cada rincón de la mansión parecía susurrar secretos oscuros, y el tiempo era un enemigo constante.
Emily, John y Sophie se encontraban en el gran salón, abrigados bajo gruesas mantas y rodeados de velas que apenas lograban mantener a raya la penumbra. Habían esparcido sobre la mesa todos los pergaminos y el libro antiguo que contenía las instrucciones para activar los sellos. Sin embargo, el siguiente paso no era tan claro como esperaban. Las escrituras eran crípticas, y la sensación de que alguien —o algo— los estaba observando se hacía cada vez más intensa.
—Este lugar me da escalofríos —murmuró Sophie mientras pasaba sus dedos por uno de los pergaminos—. Desde que restauramos el primer sello, siento como si la casa se estuviera retorciendo.
John, apoyado en la chimenea, asintió con gravedad. —Los espíritus están inquietos. Es como si nuestra presencia estuviera reactivando viejas heridas. La tormenta no ayuda… parece que la mansión quiere sepultarnos bajo su historia.
Emily, que había estado revisando una página rota del libro, levantó la vista con un destello de esperanza en sus ojos. —Creo que he encontrado una pista. Este fragmento menciona un segundo sello oculto en un lugar relacionado con la “visión”, algo que “refleje la verdad oculta”. Puede ser una pista.
Sophie se quedó pensativa, y su mente viajó a los lugares más antiguos de la mansión. —La galería de espejos… Es uno de los lugares más antiguos de la casa. Los espejos podrían reflejar algo que no podemos ver a simple vista.
La galería de espejos estaba situada en la parte más oscura de la mansión, una sección olvidada y rara vez visitada por la familia. Se decía que esos espejos habían pertenecido a los primeros habitantes de la casa y que, con el tiempo, habían capturado más que simples reflejos. Emily, John y Sophie sabían que esa era la próxima parada en su búsqueda, pero también comprendían los riesgos que implicaba enfrentarse a ese lugar.
Se adentraron en los pasillos oscuros, guiados por la tenue luz de sus linternas. El frío se intensificaba a cada paso, y un silencio abrumador parecía absorber el sonido de sus pisadas. Al llegar a la galería, los espejos se alzaban como testigos mudos del pasado, cubiertos de una fina capa de polvo que opacaba sus superficies.
Emily se acercó al primer espejo, que era grande y ovalado, con un marco dorado adornado con intrincadas figuras que parecían enroscarse como serpientes. Cuando Emily se miró en él, por un momento su reflejo pareció distorsionarse, mostrando una versión de ella misma mucho más envejecida y cansada. El impacto de la visión la hizo retroceder, respirando con dificultad.
—Estos espejos no reflejan solo lo que somos, sino también lo que tememos —susurró John, observando cómo las imágenes en los espejos parecían moverse por voluntad propia—. Algo en este lugar está muy mal.
Sophie, con la piel de gallina y el corazón acelerado, notó un espejo más pequeño en una esquina, ligeramente roto y con un marco de madera vieja. Sintió una extraña atracción hacia él y se acercó con cautela. Al mirar su reflejo, no se vio a sí misma, sino a una figura fantasmal de una niña vestida con un camisón antiguo. Sus ojos, vacíos y sin vida, parecían observarla desde el otro lado.
—¡Emily! ¡John! —gritó Sophie, sin apartar la vista del espejo—. Hay algo… alguien en este espejo. No soy yo.
La figura de la niña no se desvaneció, sino que empezó a moverse, levantando una mano y señalando un rincón oscuro de la galería. Emily y John se apresuraron hacia Sophie, viendo la misma imagen escalofriante en el espejo. La niña parecía querer mostrarles algo, su expresión inmutable y pálida les causaba un temor profundo.
—Creo que quiere que veamos lo que hay allí —dijo Emily, sintiendo un nudo en el estómago mientras se dirigía hacia la esquina señalada.
En el rincón al que la niña había apuntado, encontraron un pequeño altar cubierto de polvo y telas viejas. En el centro del altar, un objeto oscuro y redondo descansaba, pulsando con una energía inquietante. Era un espejo pequeño, más antiguo que los demás, con un marco tallado que representaba figuras encadenadas, como almas atrapadas.
John tomó el espejo con cuidado, sintiendo que un frío sobrenatural recorría su brazo. —Este es el sello. El segundo sello que debemos restaurar.
Sophie miró con aprensión el antiguo objeto. —¿Pero cómo se restaura? No es como el primero. Este parece... dañado.
Emily, recordando las indicaciones del libro, extendió uno de los pergaminos frente al espejo. —Según esto, el espejo debe ser limpiado con una mezcla de cenizas y agua bendita. Solo así se reactivará su poder protector. Pero tenemos que hacerlo rápido. La tormenta está causando más daño de lo que pensábamos.
La familia se apresuró a preparar la mezcla, utilizando las cenizas de la chimenea y un frasco de agua bendita que habían encontrado en la capilla de la mansión. Emily aplicó la mezcla sobre el espejo, y al hacerlo, las figuras talladas en el marco comenzaron a moverse, retorciéndose como si intentaran liberarse.
El aire en la galería se volvió helado, y los espejos alrededor comenzaron a vibrar, mostrando no solo los reflejos de la familia, sino también imágenes distorsionadas de los espíritus atrapados en la mansión. Los gritos silenciosos de los espejos resonaban en sus mentes, y la sensación de ser observados se intensificó.
Cuando finalmente el espejo antiguo brilló con una luz tenue, Sophie sintió que algo dentro de ella se liberaba. Las imágenes en los otros espejos se desvanecieron, y la presencia de la niña espectral también se desintegró en la nada. La galería, aunque aún inquietante, parecía haber recuperado un poco de su calma perdida.