El día amaneció gris y frío, con una neblina que se arremolinaba alrededor de la mansión como una manta pesada, envolviéndola en un silencio inquietante. Emily y Sophie estaban exhaustas; apenas habían dormido tras los eventos del día anterior. El sacrificio de John seguía pesando sobre ellas como una losa de piedra. El sótano donde se restauró el tercer sello ahora parecía un lugar profanado, un recordatorio constante del costo de sus decisiones. La casa estaba en calma, pero era una calma tensa, como si la mansión misma estuviera conteniendo la respiración.
Sophie estaba en la cocina, preparando café, cuando escuchó el crujido de la puerta principal. Su corazón se aceleró; no esperaban visitas, y cualquier perturbación en la mansión ahora les llenaba de miedo y sospecha. Emily apareció detrás de ella, con el ceño fruncido.
—¿Has escuchado eso? —preguntó Sophie en un susurro.
Emily asintió, sus ojos fijos en el pasillo que conducía a la entrada. Tomó un cuchillo de la encimera, un gesto instintivo, y avanzaron juntas hacia la puerta, sus pasos lentos y cautelosos. El crujido se repitió, y luego escucharon el sonido inconfundible de un par de botas pisando la madera del vestíbulo. Sophie agarró el brazo de Emily, temblando ligeramente.
Cuando giraron la esquina, se encontraron con una figura alta, envuelta en un abrigo oscuro que goteaba agua de nieve derretida. El hombre se quitó el sombrero, revelando un rostro marcado por los años y una barba grisácea cuidadosamente recortada. Sus ojos, de un azul profundo, brillaban con una mezcla de inteligencia y algo más, algo que no podían identificar del todo.
—Buenos días —dijo el hombre con una voz grave, serena pero cargada de autoridad—. No quería asustarlas. Mi nombre es Victor Devereaux. Supongo que se sorprenderán de verme.
Emily y Sophie se quedaron paralizadas. El apellido resonó como una explosión en sus mentes. Era un Devereaux, uno que nunca habían conocido ni escuchado mencionar en las historias de la familia. Emily se recuperó primero, bajando el cuchillo lentamente, pero sin apartar la mirada del intruso.
—No sabíamos que había más familiares… —dijo Emily con desconfianza—. ¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Y qué quiere?
Victor sonrió ligeramente, pero había algo en su mirada que las inquietaba. Era como si estuviera midiendo cada una de sus palabras antes de decirlas. Avanzó un paso, extendiendo su mano en un gesto amistoso que ninguna de las dos correspondió.
—Lo entiendo. Mi existencia ha sido un secreto bien guardado, y con razón. No muchos de los Devereaux quisieron reconocer mi parte en esta historia, pero creo que ha llegado el momento de que sepan la verdad. Vengo a ayudarlas. Conozco los secretos de esta casa, y sé lo que están enfrentando.
Sophie, aún con el miedo latente en sus ojos, cruzó los brazos. —¿Y por qué deberíamos confiar en usted? Después de todo lo que ha pasado aquí… no nos faltan razones para desconfiar.
Victor asintió, como si esperara esa reacción. Se quitó el abrigo y lo colgó en un perchero cercano, revelando una figura alta y delgada, pero con una postura firme. Llevaba un maletín de cuero desgastado, que colocó sobre una mesa cercana con cuidado.
—No espero que confíen en mí de inmediato —dijo, abriendo el maletín—. Pero lo que estoy a punto de mostrarles quizás cambie su perspectiva.
De dentro del maletín sacó un conjunto de documentos antiguos, mapas de la mansión que incluían niveles subterráneos que Emily y Sophie no habían visto antes. También había dibujos de símbolos extraños, casi idénticos a los que decoraban el sótano donde habían restaurado el tercer sello. Victor los desplegó sobre la mesa con una precisión que denotaba años de estudio y preparación.
—La mansión Devereaux no es solo un hogar —continuó Victor, señalando los mapas—. Es un punto de convergencia entre este mundo y otro que no comprendemos del todo. Mi familia, y la suya, han estado lidiando con esto por generaciones. Los sellos que ustedes restauraron no son más que una barrera temporal. Hay algo más grande aquí, algo que busca liberarse, y el tercer sello fue solo el principio.
Emily estudió los documentos, reconociendo algunos de los símbolos de los diarios que había leído. Su mente se aceleraba, tratando de encajar las piezas de un rompecabezas que parecía interminable.
—¿Por qué nunca se nos habló de esto? —preguntó Emily, sus ojos clavados en Victor—. Siempre hemos creído que la mansión estaba maldita, pero esto… esto parece algo más elaborado. Algo que nunca entendimos completamente.
Victor suspiró, su expresión se endureció. —Porque la verdad es peligrosa. Los Devereaux siempre hemos ocultado estos conocimientos para protegernos. No solo de los espíritus y entidades que habitan la casa, sino también de nosotros mismos. Cada miembro de la familia que ha intentado controlar estas fuerzas ha pagado un precio terrible. Y ahora, ese legado ha caído sobre ustedes.
Sophie se apartó de la mesa, su mente abrumada. —¿Y qué se supone que hagamos con todo esto? Perdimos a John por intentar arreglar lo que estaba roto. ¿Y ahora nos dice que hay más? No podemos seguir así, no podemos seguir perdiendo a los nuestros.
Victor se acercó a ella con una mirada seria. —Lamento lo de John. Pero su sacrificio no ha sido en vano. Restauró el tercer sello, y eso nos ha dado un tiempo precioso. Sin embargo, el verdadero problema está en la raíz de la mansión, en un lugar que no muchos conocen y que yo mismo solo he visto una vez.
Emily lo miró fijamente. —¿Qué lugar?
Victor señaló una de las esquinas del mapa, donde un símbolo peculiar brillaba débilmente. —El Núcleo. Es el verdadero corazón de la mansión, un lugar que conecta todas las energías, los sellos y las entidades que han sido atrapadas aquí. Es el origen de todo, y es donde se encuentra la fuente del poder que intenta liberarse.
Sophie retrocedió, su rostro pálido. —Entonces… ¿todo lo que hemos hecho hasta ahora no ha servido de nada?