El Legado de las Sombras

Capítulo 32: Ecos de un Nuevo Amanecer

La mansión Devereaux estaba en ruinas, pero en su desmoronada fachada había una quietud que hacía años no se sentía. Era como si la casa, despojada de su oscuridad interior, respirara por primera vez en siglos. Sin embargo, Emily, Sophie y Victor sabían que la calma era solo superficial; los secretos de la familia y los horrores que habían desatado no podían desvanecerse tan fácilmente. Habían sobrevivido al Núcleo, pero los ecos de sus actos y la entidad destruida seguían reverberando en cada rincón de la mansión.

La mañana se presentó fría y pálida, con un sol tímido que apenas conseguía atravesar las nubes bajas que se arremolinaban sobre los jardines desolados. Victor se levantó con esfuerzo, sus músculos doloridos y su mente aún atrapada en la violenta batalla de la noche anterior. Mientras se asomaba por una ventana rota, observó la mansión con una mezcla de alivio y desasosiego. Habían logrado lo imposible, pero la victoria se sentía vacía. No había júbilo, solo una extraña sensación de incompletitud.

Emily estaba en la cocina, revisando los restos de los antiguos mapas y documentos. Aunque habían destruido el Núcleo, una parte de ella seguía sintiendo una conexión con la mansión. No era amor, sino una especie de vínculo que no podía explicar. Los sueños inquietantes continuaban, y las sombras en su mente no se habían desvanecido del todo. Encontró una nota doblada dentro de uno de los diarios antiguos. En ella, escrita con una caligrafía temblorosa, había una advertencia que no recordaba haber leído antes: “La oscuridad que se alimenta de la desesperación no puede ser destruida, solo redirigida.”

Sophie se unió a ella, envuelta en una manta raída. “¿Has dormido algo?”, le preguntó, aunque conocía la respuesta. Ninguna de las dos había podido descansar bien desde el descenso al Núcleo. La tensión aún se palpaba en el aire, y ambas sentían que algo no encajaba.

“Un poco, pero no lo suficiente,” respondió Emily, mientras guardaba la nota en su bolsillo. “No puedo dejar de pensar en lo que Victor dijo… sobre la mansión y los otros secretos que aún guarda. No hemos terminado aquí, Sophie.”

Sophie asintió. Los espíritus que antes atormentaban los pasillos habían desaparecido, pero eso no significaba que la mansión estuviera libre de peligro. Sabía que había más preguntas que respuestas y que su lucha apenas había comenzado.

Victor entró en la cocina, con los ojos hundidos y la expresión de un hombre que había visto demasiado. Llevaba consigo un pequeño libro que había encontrado entre las ruinas de la biblioteca, uno que no recordaba haber visto antes. Sus páginas estaban llenas de símbolos y dibujos que no pertenecían a ninguna lengua conocida. “Esto no es de la familia”, dijo, extendiéndoselo a Emily. “Creo que es más antiguo. Parece una especie de diario, pero no de los Devereaux.”

Emily lo tomó y, al abrirlo, sintió una extraña energía emanar del papel. Los dibujos mostraban figuras demoníacas, espirales interminables y una capilla que reconoció de inmediato: la capilla del bosque. Pero lo que la hizo temblar fue un dibujo detallado del Núcleo, antes de ser sellado. Las páginas parecían describir un ritual mucho más complejo de lo que habían imaginado, uno que no solo había aprisionado a la entidad sino que también la había fusionado con la mansión misma. Emily pasó rápidamente las páginas, buscando respuestas, pero solo encontró más preguntas.

“Esto no tiene sentido”, murmuró. “Si no fue la familia la que selló el Núcleo originalmente, ¿quién lo hizo? ¿Y por qué?” Victor y Sophie miraron por encima de su hombro, tratando de descifrar los símbolos que llenaban las páginas. Era un lenguaje antiguo y olvidado, uno que no pertenecía a ninguna cultura conocida. Parecía como si alguien, hace mucho tiempo, hubiera intentado contener algo que no comprendía del todo.

“Esto cambia todo”, dijo Victor, pensativo. “La maldición de los Devereaux podría haber comenzado mucho antes de lo que pensábamos. Tal vez la familia no hizo un pacto, sino que heredó una prisión. Y quizás… solo tal vez, el verdadero mal no era la entidad, sino lo que está atrapado detrás de estos sellos.”

El silencio cayó entre ellos, cargado de incertidumbre. Victor continuó: “Creo que la entidad no era más que un guardián o un parásito que encontró un huésped en la mansión. Pero lo que realmente está enterrado aquí… podría ser peor de lo que imaginamos.”

Emily cerró el libro, su mente girando con la posibilidad de un mal aún mayor acechando bajo sus pies. Habían luchado contra algo tangible, algo que podían ver y destruir, pero la idea de una fuerza más antigua y desconocida los llenaba de temor.

Mientras discutían sus próximas acciones, un sonido profundo y vibrante resonó a través de los muros, como si la misma casa estuviera protestando. Las paredes crujieron, y una extraña vibración recorrió los pasillos, haciendo que los candelabros temblaran. Victor miró a su alrededor, agudizando los sentidos. No era un terremoto, era algo diferente, un latido.

Sophie se levantó de golpe, mirando hacia el corredor oscuro que llevaba al ala este. “¿Lo escuchaste?”, preguntó, su voz apenas un susurro. Era el mismo sonido que habían escuchado antes de que el Núcleo se abriera: un golpe rítmico y profundo, como un corazón que nunca dejaba de latir.

“Viene del sótano”, dijo Emily, su rostro pálido. Sin pensarlo, los tres corrieron hacia la puerta de hierro que habían abierto la noche anterior. Aunque el Núcleo había colapsado, algo seguía latiendo en su interior, como si la destrucción de la entidad hubiese liberado a otra cosa, algo mucho más peligroso.

Al llegar al umbral, se encontraron con una nueva realidad. El pasaje al Núcleo, que debería estar sellado, estaba ahora completamente abierto, como una boca hambrienta que se había despertado. Los muros respiraban, y un aire frío y denso se escapaba del interior, trayendo consigo susurros y lamentos que se mezclaban con la oscuridad.




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