El frío se había convertido en parte de la casa. El viento silbaba entre los tablones sueltos y las ventanas rotas, llevándose consigo ecos de risas y llantos que nunca habían existido. La mansión Devereaux, despierta y retorcida, parecía un monstruo que respiraba con susurros de siglos pasados, alimentándose del miedo y la desesperación de sus habitantes. Emily, Victor y Sophie se movían por los pasillos como sombras, atrapados en un juego macabro cuyas reglas aún no comprendían del todo.
La luz del pozo verde había crecido, expandiéndose lentamente por los sótanos y filtrándose en las habitaciones superiores, dibujando patrones inquietantes en las paredes. Cada vez que miraban esos reflejos, les parecía que la casa cambiaba, como si estuviera viva, rediseñando sus propios muros para atraparlos aún más. No había escapatoria visible, y el peso de los secretos recién revelados los asfixiaba a cada paso.
Victor estaba en el despacho, rodeado de libros y papeles antiguos, tratando de encontrar un patrón en la locura. Había pasado horas intentando descifrar los símbolos y conexiones entre la mansión y el pozo, convencido de que si lograba comprender el origen de la maldición, encontraría una manera de romperla. Pero los textos eran contradictorios, plagados de historias fragmentadas y rituales incompletos.
De repente, una página en particular llamó su atención. No pertenecía a ninguno de los libros; estaba suelta, como si hubiera sido arrancada y luego colocada entre las páginas por accidente. La caligrafía era diferente, más antigua y retorcida. Hablaba de un pacto hecho en un invierno lejano, un acuerdo sellado con sangre entre un grupo de hombres desesperados y una entidad sin nombre. Era un trato que prometía poder y protección a cambio de almas, pero los detalles eran vagos y fragmentados.
Victor leyó en voz alta: “Cuando el corazón del guardián deje de latir, los herederos serán reclamados, y las sombras tomarán lo que es suyo.” La última línea se repetía como un mantra oscuro: “El alma nunca descansa mientras el pacto no se cumpla.”
En ese momento, Sophie apareció en la puerta, con el rostro pálido y los ojos inyectados de terror. “Victor, tienes que ver esto”, dijo, su voz apenas un susurro.
Lo llevó a la sala principal, donde Emily estaba de pie, mirando una de las antiguas pinturas que adornaban las paredes. Pero la imagen había cambiado. Ya no mostraba a los antepasados de la familia Devereaux reunidos en una escena bucólica. Ahora, el cuadro mostraba a los mismos personajes, pero desfigurados, con rostros decrépitos y manos alargadas que se extendían hacia el espectador como si intentaran escapar de la tela. Al fondo, el pozo verde brillaba intensamente, pintado con una precisión inquietante.
“No estaba así antes”, dijo Emily, sin apartar la vista del cuadro. “Es como si estuviera… vivo.”
Victor se acercó lentamente, observando cada detalle con creciente horror. Las figuras en la pintura parecían moverse, sus ojos seguían a quien las mirara, y sus manos esqueléticas se alargaban aún más. En la esquina inferior, reconoció un símbolo que había visto en la página suelta: una espiral infinita que representaba el ciclo sin fin del pacto.
“Nos están mostrando algo”, murmuró Sophie, retrocediendo un paso. “No es solo la maldición… Es el precio de algo mucho más oscuro.”
Emily se volvió hacia ellos, con los ojos llenos de determinación y miedo. “La familia no hizo un pacto con la entidad que destruimos. Hicieron un trato con algo peor, y ahora que la entidad ha desaparecido, el pacto está reclamando lo que se le debe.”
Victor sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los tres sabían que estaban atrapados, pero ahora entendían que su lucha no era solo por romper una maldición, sino por liberar a la familia de un contrato infernal. Cada uno de ellos estaba vinculado a la mansión de una manera que no comprendían del todo, y las piezas del rompecabezas se unían lentamente, revelando un panorama de horror mucho más amplio.
De repente, un golpe resonó en la puerta principal, rompiendo el silencio. Los tres se miraron con nerviosismo. ¿Quién podría estar allí en medio de la tormenta, cuando el camino hacia la mansión estaba completamente cubierto de nieve y hielo? Victor tomó un candelabro y avanzó con cautela, seguido de cerca por Sophie y Emily.
Al abrir la puerta, se encontraron con una figura encapuchada, envuelta en un abrigo grueso cubierto de nieve. Era un hombre de avanzada edad, con la piel arrugada y los ojos hundidos en unas cuencas oscuras. Llevaba consigo un bastón adornado con símbolos similares a los del pozo.
“¿Quién es usted?”, preguntó Victor, manteniendo el candelabro en alto.
El hombre levantó la mirada, mostrando una expresión cansada pero decidida. “Mi nombre es Jeremiah Finch”, dijo con una voz áspera. “Soy el último de los guardianes. He venido a advertirles… y a ayudarlos si aún es posible.”
Emily lo reconoció de inmediato; había visto su nombre en algunos de los documentos antiguos. Jeremiah Finch había sido mencionado como un estudioso de lo oculto, un hombre que se había obsesionado con la mansión y sus secretos. Pero nadie sabía que seguía vivo, mucho menos que había estado tan cerca todo este tiempo.
“¿Guardían de qué?”, preguntó Sophie, aún desconfiada.
Jeremiah se adentró en la mansión, su mirada recorriendo cada rincón con tristeza. “De lo que está enterrado aquí. El pacto que sellaron los antiguos no fue solo con la entidad que ustedes destruyeron. Fue con algo que está más allá de la comprensión humana, un poder oscuro que ha esperado pacientemente su liberación.”
Los tres se quedaron en silencio, asimilando las palabras del anciano. Él continuó: “Cada generación ha intentado proteger este lugar, asegurarse de que el pacto nunca se rompa del todo. Pero ustedes… ustedes han roto los sellos sin saberlo, y ahora las sombras reclamarán lo que es suyo.”