El Legado de los Dioses

Tonal.

Fuera de aquel mundo, la tierra tembló con un estremecimiento que resonó a través de los cuerpos de los guerreros. Los rostros se giraron, buscando en los ojos de sus compañeros algún indicio de lo que estaba sucediendo. Una inquietud creciente se apoderó de ellos.

Eshne, con determinación, fue la primera en reaccionar. Sin decir una palabra, se dirigió hacia la entrada, su corazón latía con fuerza en su pecho. Tenía que asegurarse de que Tristán estuviera bien. La puerta, una barrera que parecía más simbólica que física, la llamaba con un poder inquietante.

—Espera, Eshne —advirtió Damián con su voz grave y llena de preocupación. Se interpuso entre Eshne y la puerta—. No creo que sea buena idea que entres. Podría ser peligroso.

Eshne frunció el ceño, con sus ojos ardientes de determinación.

—No me importa lo que tú pienses, Damián. Debemos asegurarnos de que ambos estén bien —replicó, con la rabia y el miedo mezclándose en su voz. Su voluntad inquebrantable luchaba contra el miedo que el propio Damián podía ver en sus ojos.

—En ese caso, seré yo quien entre. Tengo mejor control de mi poder —declaró Damián con firmeza.

Eshne lo miró con furia contenida.

—Entraré yo, así que hazte a un lado —replicó, sus ojos estaban clavados en los de Damián con una intensidad casi abrasadora—. La razón por la que tienes mejor control es porque preferiste pensar solo en ti mismo.

Damián sintió la acusación como un golpe físico. Apenas podía sostener la mirada de Eshne, quien estaba claramente furiosa. «Vaya, sí que es cínico», pensó Eshne con frustración.

—Ya te he pedido disculpas por mis acciones —respondió Damián con su voz cargada de un dolor reprimido—. Sé que estuve mal, pero eso no te da el derecho de culparme de todo lo que salga mal.

Eshne apretó los dientes, con ira y dolor brillando en sus ojos.

—¿Disculpas? —repitió con amargura—. Dime, Damián, ¿tus estúpidas disculpas traerán a mi madre de vuelta?

La pregunta quedó suspendida en el aire, cargada de un peso abrumador. Eshne había pronunciado esas palabras con un nudo en la garganta, y Damián se quedó en completo silencio, paralizado. Quería decir algo, cualquier cosa, pero las palabras no salían de su boca. Se quedó ahí, mirando a Eshne, sintiendo la profundidad de su dolor y su propia impotencia para aliviarlo.

—Eshne, basta —mencionó Dylan, con una voz cortante como una hoja. Las palabras de Eshne lo habían molestado, y sabía que a Damián le habían dolido. Eshne lo miró con frialdad.

—¿Por qué no entramos todos? Si seguimos peleando, solo perderemos más tiempo; Tristán y Elden podrían estar heridos —intervino Granger, colocándose entre Eshne y Damián. Damián quería decirle a Granger que era una mala idea, pero prefirió no seguir discutiendo. Eshne estuvo de acuerdo y no dijo nada más. Damián se hizo a un lado y Granger abrió la puerta. Todos los guerreros entraron, sintiendo de nuevo esa carga de energía.

Inmediatamente encontraron a Tristán, desmayado en el suelo. Corrieron hacia él, pero se detuvieron al ver a Elden arrodillado a unos pasos de Tristán. Había una figura más parada frente a ellos, cuya presencia era intimidante. Era alto y musculoso, con cabello y ojos morados. Damián supo quién era en cuanto lo vio, y al igual que Elden, se arrodilló frente a él. Eshne no esperó ninguna explicación y se acercó de inmediato a Tristán, sin importarle quién era aquel hombre.

—Damián, ¿qué haces? —preguntó Granger, poniéndose a su lado.

—Es el titán Tonal; deben arrodillarse para mostrar respeto —dijo Damián sin mirarlos a los ojos, enfocándose solo en el suelo. Granger le hizo caso, al igual que Dylan, pero Eshne estaba más preocupada por Tristán que por mostrar respeto a aquel titán.

—No esperábamos que despertara tan pronto —Elden fue el primero en hablar, dirigiéndose directamente al titán. Elden estaba muy sorprendido; había pasado años tratando de averiguar la ubicación de aquel titán y ahora estaba parado frente a él.

—Tú debes ser el Guardián, ¿cierto? —dijo el titán, haciendo que los presentes se estremecieran. Su voz era grave e imponente.

—Sí, yo soy el Guardián. Es un honor estar en su presencia.

—Pueden ponerse de pie; nunca me han gustado las formalidades —dijo Tonal. Todos se pusieron de pie, pero ninguno dijo nada. El titán se acercó a Tristán, que estaba en brazos de Eshne. Eshne no dijo nada, solo lo observó; sus ojos parecían poder ver su alma, y eso la asustó. Ninguno de ellos sabía el alcance del poder del Príncipe de las Sombras; todo referente a él era un misterio. Tonal se agachó y tocó la frente de Tristán, haciéndolo despertar, y luego se alejó.

—¿Eshne? ¿Qué pasó? —dijo Tristán, confundido al ver a todos en aquel mundo. Eshne iba a responder, pero Tonal fue quien contestó su pregunta.

—Me despertaste, eso fue lo que pasó.

Tristán se puso de pie con la ayuda de Eshne y observó a Tonal sin tener idea de quién era.

—¿Y tú eres...? —Tristán sentía que ya lo había visto en algún lugar, pero no recordaba dónde.

—Tonal, el Príncipe de las Sombras, hijo del dios Tezcatlipoca.

Tristán se quedó asombrado por aquella información. ¿Cómo era posible estar en presencia de un titán? Tristán se preguntaba cómo lo había despertado. «¿Él era capaz de hacer eso?» Los guerreros estaban incrédulos ante la idea de que aquel hombre fuera realmente un titán, ya que parecía un hombre común.




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