El Legado de los Dioses

Diana.

Diana, conocida en los círculos más oscuros como "la nahual roja", era una de las nahuales más poderosas que Elden había conocido. Hasta hace unos años, había sido una pieza clave en su equipo, supervisando y protegiendo a los Guerreros, en particular a Dylan, quien estaba bajo su estricta vigilancia. Pero cuando Diana comenzó a consumir sangre humana para fortalecer su magia y mantener su juventud, Elden no tuvo más opción que despedirla. Al descubrir que había asesinado a personas importantes para él, Elden intentó encarcelarla, pero Diana logró escapar con una astucia que le era característica. Ahora, sorprendentemente, estaba allí, ofreciendo su ayuda a aquel que una vez intentó detenerla.

Elden observó a Diana con una mezcla de incredulidad y desaprobación. El aire a su alrededor parecía cargarse de tensión, y el brillo frío en sus ojos revelaba una batalla interna entre la necesidad de ayuda y el resentimiento. Sus manos estaban tensas, y su mandíbula apretada, intentando mantener la compostura.

—No te permitimos la entrada. ¿Cómo es que has logrado infiltrarte? —preguntó Elden, su voz conteniendo un filo de sorpresa y desconfianza. Sus ojos se entrecerraron, buscando alguna señal de traición.

Diana soltó una risa suave, una risa que resonaba con la frialdad de alguien que había perdido la fe en las normas establecidas. Su sonrisa era más una mueca que una expresión de alegría genuina. Sus ojos, antes cálidos, ahora reflejaban una intensidad inquietante.

—Elden, sigues siendo tan ingenuo como el día en que me fui. Ya no sigo esas absurdas reglas que siguen los demás. No lo entiendes, ahora hago las cosas a mi manera. Pensé que habías aprendido eso la última vez que nos vimos —respondió Diana, sus palabras estaban cargadas de una burla que helaba la piel. Luci, al escucharla, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El rostro de Diana, antes familiar, ahora parecía una máscara de frialdad y distanciamiento.

Elden frunció el ceño, luchando por mantener la calma ante la provocación. Cada palabra de Diana parecía desgarrar un poco más el velo de su paciencia.

—Sea como sea, detesto tenerte aquí, pero necesito tu ayuda. Me lo debes —dijo Elden con una firmeza que no ocultaba su malestar. La tensión en su voz era palpable, su necesidad de ayuda era evidente, pero también lo era su reluctancia para aceptar la oferta.

Diana alzó una ceja, sus labios curvándose en una sonrisa irónica.

—Si me lo pides tan amablemente, no me queda otra opción que ayudarte. Pero mira qué sorpresa, no sabía que iban a ser padres. Los felicito. Puedo recomendarte algunos rituales de protección; las brujas están bastante inquietas en estos tiempos, y la sangre fresca siempre las vuelve locas —respondió Diana, su tono cargado de sarcasmo. Cada palabra parecía un cuchillo afilado, y su sonrisa desafiaba la gravedad de la situación.

Luci, al borde de la indignación, sintió el calor de su furia subiendo a su rostro. Su voz tembló al advertir a Diana.

—Si te acercas a mí o a mi hijo, te juro que te mataré —dijo, sus ojos ardían con una mezcla de miedo y determinación. La amenaza estaba cargada de desesperación, y el temblor en su voz traicionaba el terror que sentía.

Diana soltó una risa despectiva, segura de que Luci no podría hacerle daño, ni siquiera intentándolo. Pero Elden era diferente la seguridad en su postura y la arrogancia en su expresión contrastaban con el aura de poder que emanaba de él. Además, era claro que los guerreros a su lado podrían ser una amenaza real, y Diana no podía permitirse subestimarlos.

—Deja de decir estupideces. Estás aquí para ayudarme, así que mantén la boca cerrada. No hables a menos que sea absolutamente necesario, ¿entendido? —ordenó Elden con severidad, su voz resonando como un trueno en la sala. El poder en sus palabras era tangible, y su control de la situación era evidente.

—Por supuesto —respondió Diana con desdén y sus ojos brillando con una mezcla de desafío y resignación. Elden la guio hacia el sótano, el eco de sus pasos resonando en las paredes de piedra fría. A cada paso, Luci se aferraba al amuleto de protección que había sido obsequio de Elden cuando aún eran amigos.

—No me digas que me llevarás a "Yok'ib B'alam" (yo-keeb ba-lam), ¿es mi cumpleaños acaso? —dijo Diana con un entusiasmo que contrastaba con la gravedad de la situación. Sus ojos brillaban con una mezcla de anticipación y curiosidad. Desde pequeña, había soñado con visitar ese mundo que solo conocía a través de leyendas, un lugar donde, se decía, no existía la infelicidad.

Elden asintió, su rostro grave pero decidido.

—Sí, los guerreros comenzarán su entrenamiento allá. Al igual que ellos, tal vez tu poder sea mayor en ese lugar, así que compórtate y sigue solo las órdenes que te dé —advirtió Elden con voz firme y directa. La promesa de poder en el mundo de Yok'ib B'alam era tentadora, pero Elden necesitaba asegurarse de que Diana no se descontrolara.

Diana asintió, descontenta por tener que seguir órdenes, pero dispuesta a cooperar por el momento. Su expresión mostraba un atisbo de frustración, pero también una aceptación resignada.

Elden sintió la energía del lugar fluir con intensidad cuando Diana cruzó el umbral. La vibración era palpable, un zumbido en el aire que parecía resonar en los huesos. Diana, a su lado, parecía un volcán a punto de estallar. Sus ojos, normalmente de un rojo sereno, se habían vuelto de un rojo intenso, brillando con una fuerza que sugería una lucha interna entre su forma humana y la bestia que llevaba dentro. Elden notó el anhelo en su mirada, un deseo primitivo de liberarse y volar en su forma nahual.




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