El legado templario en tierra santa

Capítulo 2

El dragón de fuego

Thomas se apresuró hacia Morgana, su corazón latiendo con preocupación. La hechicera seguía paralizada, su cuerpo convertido en una estatua de hielo.
Thomas se arrodilló a su lado y le tomó la mano, intentando sentir algún rastro de calor en su piel helada.
La mirada de Morgana seguía fija en el suelo, sin respuesta. Thomas sabía que debía actuar rápido, la criatura de alas negras podría regresar en cualquier momento.

Sir Aldric desplegó el mapa sobre la hierba seca, su mano derecha sosteniendo el borde del pergamino mientras
su mano izquierda señalaba un punto específico en el centro del mapa. Thomas se inclinó hacia adelante, su mirada siguiendo el dedo de Sir Aldric,
intentando entender el plan que se estaba gestando en la mente del templario. El mapa parecía ser una representación detallada del valle y sus alrededores,
con símbolos y marcas que Thomas no reconoció.

Thomas ascendió con la cabeza, comprendiendo el plan de Sir Aldric. "Sí, señor", respondió, su voz baja y decidida.
Sir Aldric enroló el mapa y lo guardó en su cinturón, su mirada se dirigió hacia Morgana, que seguía paralizada en el suelo.
"Tenemos que sacarla de aquí", dijo, su voz llena de preocupación. Thomas ascendió de nuevo y se levantó, se acercó a Morgana y la levantó con cuidado,
intentando no lastimarla más.

voy por aqui -<<<<<<<<<
Sir Aldric se puso en marcha, su armadura tintineando suavemente con cada paso, mientras Thomas caminaba a su lado, sosteniendo con cuidado el cuerpo paralizado de Morgana.
El sol comenzaba a declinar en el horizonte, proyectando una luz dorada sobre el valle, pero la atmósfera seguía tensa,
como si la criatura de alas negras aún estuviera acechando en las sombras. El templario se detuvo un momento, mirando alrededor con cautela,
antes de señalar un camino estrecho que se adentraba en la montaña.

Thomas miró a Morgana con preocupación, su rostro pálido y su cuerpo inmóvil.
"El calor no hará que se libere", repitió, su voz baja y urgente. "Hay que deshacer el hechizo con el dragón".
Sir Aldric ascendió, su mirada seria y decidida. "Sí, es nuestra única esperanza",
dijo, su mano en la empuñadura de su espada. Thomas se volvió hacia él, sus ojos buscando una respuesta.
"¿Cómo podemos encontrar al dragón?", preguntó, su voz llena de duda.

Sir Aldric avanzando con la cabeza, su mirada fija en el camino estrecho que se adentraba en la montaña.
"El dragón está en las montañas del norte", repitió, su voz baja y decidida. "Debemos llegar allí lo antes posible".
Thomas ascendió, su mirada en Morgana, que seguía paralizada en sus brazos. La hechicera no había mostrado signos de recuperación,
y Thomas sabía que el tiempo era crucial.

Thomas asiente y respira profundamente mientras se prepara para el largo viaje que les espera.
El peso del cuerpo de Morgana en sus brazos es un recordatorio constante de la urgencia de su misión. Mira a Sir Aldric, que ya camina delante,
con su armadura tintineando suavemente a cada paso. El sol está empezando a ponerse,
proyectando largas sombras sobre el valle y pintando el cielo con tonos naranjas y rosados.
Thomas sigue a Sir Aldric, pisando con cuidado las rocas y raíces que sobresalen del suelo.
El camino que tienen por delante es estrecho y sinuoso, y los lleva a adentrarse más en las montañas.

Thomas y Sir Aldric caminaron durante horas, mientras el sol se hundía en el cielo a medida que se adentraban en las montañas.
El camino era traicionero, con rocas sueltas y cornisas estrechas, pero avanzaron tan rápido como se atrevieron,
ansiosos por llegar a la guarida del dragón y romper el hechizo sobre Morgana. Cuando doblaron una curva del camino,
vieron una figura de pie en medio del sendero. Era un hombre alto y delgado, vestido con túnicas andrajosas y apoyado pesadamente en un bastón de madera.
Su larga barba blanca le llegaba casi hasta la cintura y sus ojos eran de un azul penetrante.

El anciano levantó la vista, sus ojos azules penetrantes se clavaron en Thomas y luego se desplazaron hacia Sir Aldric,
quien permanecía alerta, su mano en la empuñadura de su espada. La mirada del anciano se detuvo en Morgana, que seguía paralizada en los brazos de Thomas,
y su expresión se suavizó ligeramente. "¿Qué le ha ocurrido a la joven?", preguntó, su voz baja y grave, con un deje de preocupación.

El anciano se acercó un paso, su mirada clavada en Morgana, y su voz se llenó de una mezcla de sorpresa y preocupación.
"Un hechizo de petrificación", murmuró, su mano temblorosa extendida hacia la hechicera paralizada.
"La criatura negra con alas grandes... debe haber sido un Tharros". Sir Aldric se puso en guardia, su mano apretando la empuñadura de su espada.
"¿Qué sabes de la criatura?", preguntó, su voz baja y cautelosa.

El anciano alzó una mano para detener a Sir Aldric, su voz cargada de advertencia.
"La reliquia sagrada del reino de Salomón es muy poderosa, pero también es peligrosa en manos equivocadas. Debes tener cuidado con ella.
" Thomas se puso tenso, sus ojos clavados en el anciano. "¿Cómo podemos recuperarla?", preguntó,
su voz llena de ansiedad. El anciano miró a Thomas y luego a Sir Aldric, con expresión seria. "

Para derrotar a Tharros hay que tener la espada del poder divino", repitió el anciano, su voz baja y misteriosa.
El anciano se detuvo un momento, como si estuviera considerando si debía revelar más información.
Luego, con un movimiento lento, se desabrochó la capa que llevaba puesta y reveló una espada antigua y reluciente que colgaba de su cintura.
La espada parecía estar hecha de un metal brillante y blanco, y en la empuñadura había grabadas runas antiguas que parecían brillar con una luz suave.




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