El lenguaje de los que olvidan: La Tierra no nos recuerda

Capítulo 16: El cuerpo como contenedor

Al principio, no lo notaron.

La resonancia líquida era sutil.
Entraba sin romper.
Se asentaba sin dolor.
Parecía inofensiva.

Pero el cuerpo no olvida.

Y el cuerpo… no fue diseñado para almacenar el alma de otros.

Los primeros cambios fueron imperceptibles.

Sueños con rostros desconocidos.
Dolores en lugares sin herida.
Recuerdos sin contexto.

Una mujer, al despertar, buscó a un hijo que nunca tuvo.
Un hombre se cubrió el brazo durante días, como si ocultara una cicatriz invisible.
Un adolescente comenzó a escribir cartas dirigidas a “una madre” que no reconocía.

Las emociones no eran suyas.
Pero el cuerpo las sentía como propias.

Yo visité a uno de ellos.

Se hacía llamar Noah, aunque su voz decía otro nombre cada vez que hablaba.

Vivía solo, en un espacio cubierto de telas húmedas.
Las paredes estaban marcadas con palabras sin sintaxis.
El aire olía a algo que no podía describirse.

Cuando le pregunté cuántas gotas había absorbido, sonrió.

—No las conté.
—¿Por qué no?
—Porque no me importaba cuánto…
me importaba quién.

Noah comenzó a temblar.

No como los tembladores.
Era distinto.

Su cuerpo no vibraba…
reverberaba.

Cada músculo parecía emitir un eco interno, como si algo dentro de él estuviera hablando en un idioma que aún no se había inventado.

Y luego dijo:

—Hay algo dentro de mí que no sabe que yo no soy él.

Al principio pensé que era metáfora.
Una forma poética de decir que se sentía invadido.

Pero no lo era.

Mientras hablaba, su rostro cambió.
No físicamente.
Gestualmente.

Una nueva expresión.
Un movimiento de ceja.
Un tic en la comisura.

Gestos que no pertenecían a su memoria corporal.

Estaba siendo habitado.

No por un ente.
Por una emoción tan pura que había tomado forma.

Comencé a registrar más casos.

Personas que olvidaban su idioma nativo y comenzaban a hablar con estructuras sintácticas desconocidas.
Individuos que desarrollaban alergias nuevas, no por química, sino por resonancia emocional.
Gente que lloraba al tocar ciertos objetos, sin saber por qué.
Hombres y mujeres que escribían compulsivamente… pero no sabían leer lo que escribían.

Y en todos los casos, el patrón era el mismo:

Habían contenido demasiado.

Las gotas eran fragmentos.
Fragmentos de alma.
Fragmentos de historia.
Fragmentos de deseo.

Y como toda historia, como todo deseo…
quieren completarse.

El cuerpo, al contenerlas, se vuelve campo fértil.

Y lo que empezó como un acto de recolección…
se convierte en un acto de gestación.

Uno de los contenedores comenzó a manifestar rasgos de múltiples personalidades.

No como un trastorno.
Como un mapa expandido.

Un día respondía con voz grave.
Otro, con voz aguda.
A veces hablaba en plural.
Otras, simplemente se quedaba en silencio… como si dentro de sí alguien más necesitara ese espacio.

Y al preguntarle si se sentía él mismo, respondió:

—No.
Pero siento que soy más de lo que era.

Esto no era posesión.
No era locura.
Era evolución emocional forzada.

Los cuerpos estaban mutando en archivos vivos.

No para guardar información.
Para habitar emociones no expresadas.

La ciencia no supo reaccionar.

Intentaron escaneos.
No encontraron patrones.
Intentaron aislarlos.
Se desvanecían.

Uno de ellos entró a una cámara de contención.
En 48 horas, el aire en la sala cambió de color.

No por reacción química.
Por presión simbólica.

El lenguaje sin cuerpo comenzaba a afectar la materia.

Y entonces aparecieron los fracturados.

Personas cuyo cuerpo no soportó la densidad de la resonancia.

No murieron.
Pero tampoco vivían igual.

Sus huesos se volvían flexibles.
Sus pupilas ya no respondían a la luz.
Su sombra dejaba de coincidir con su forma.

Y lo peor:
empezaban a olvidar su propio nombre.

No por pérdida.
Por sustitución.

Porque el cuerpo ya no respondía a la identidad original.

Respondía… a lo contenido.

Uno escribió su nombre en el muro:

"No soy yo, pero estoy completo."

Y luego se quedó en silencio por tres días.

Al cuarto, volvió a hablar.
Pero usó palabras que nadie entendía.
Palabras que hacían llorar a quienes las oían.

No por su significado.
Por su resonancia.

Visitamos a una mujer que había contenido demasiada pena.

Su cuerpo comenzó a exudar líquido oscuro por los poros.
Los médicos lo analizaron: no era sangre, ni sudor, ni agua.

Era una sustancia nueva.
Una mezcla de químicos orgánicos con alta carga emotiva.

La llamaron "sustancia empática."
Yo la llamé "lágrima encarnada."

Porque eso era:
el cuerpo llorando por otros a través de su piel.

Algunos contenedores comenzaron a desaparecer parcialmente.

No de forma completa.
Sino por secciones.

Una mano que se volvía translúcida.
Un torso que no proyectaba sombra.
Un ojo que ya no reflejaba.

Era como si el cuerpo dijera:
"No soy solo mío.
Y lo que no es mío… no necesita ser visto."

Y entonces aparecieron los custodios.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.