El silencio pesaba como una losa sobre el grupo. Tras la última batalla, el aire parecía enrarecido, cargado de un humo invisible que se pegaba a la piel. Fermín caminaba al frente, con la mirada fija en el horizonte, pero lo que lo seguía era un miedo que no podía disimular: la grieta oscura que marcaba su rostro ya no era solo una mancha. Se extendía como una hiedra que buscaba asfixiarlo, y de ella emergía un murmullo sutil, un eco que a veces imitaba la voz de Brian, a veces la de los artistas cuyas sombras había invocado.
—Fermín… —dijo uno de los suyos, rompiendo el silencio—. ¿Qué es esa cosa en tu cara?
Él no respondió. Sintió cómo los ojos de todos se clavaban en su piel, en esa fisura que latía como si tuviera un pulso propio. Trató de sonreír, pero la sonrisa fue torcida, inquietante incluso para él mismo.
—Es solo… un precio que debo pagar.
El grupo murmuró, nervioso. Algunos asintieron, queriendo creer en él; otros se alejaron medio paso, con el recelo grabado en sus pupilas.
Aquella noche, mientras descansaban en una vieja sala abandonada, estalló la discusión.
—Está cambiando —acusó una de las artistas, la voz quebrada—. No podemos ignorarlo, ¡esa sombra lo está devorando!
—Fermín nos salvó —replicó otro—. Si no fuera por él, Brian nos habría borrado.
—¿Y a qué costo? —la respuesta llegó cargada de miedo—. ¿Y si se convierte en otro Brian?
Las palabras lo atravesaron como cuchillos. Fermín apretó los puños, sintiendo que la grieta de su rostro ardía, reaccionando al conflicto. Y en ese ardor, escuchó una carcajada.
Brian.
Su voz reptó por sus pensamientos, burlesca, íntima.
—¿Ves, Fermín? Al final no soy yo quien los separa… eres tú mismo. Tus aliados ya huelen lo que eres. La máscara se te está gestando en la piel.
Fermín cerró los ojos, recordando imágenes de su infancia: la soledad, las miradas de desprecio, los momentos en que deseó gritar y nadie escuchó. Entonces entendió la semejanza: él y Brian eran dos reflejos rotos. Uno había intentado huir hacia la luz; el otro se había hundido en la oscuridad.
¿Podría él evitar el mismo destino?
La respuesta llegó con violencia.
Un estruendo sacudió las paredes: Brian había enviado un emisario.
De entre las sombras emergió el artista traidor, el mismo que había abandonado al grupo semanas atrás. Pero ahora no era humano. Su cuerpo estaba retorcido como un lienzo arrugado, y de su boca surgían gritos que no eran suyos, sino la voz de Brian usándolo como marioneta.
—Fermín… —la criatura extendió sus brazos deformes—. Ven conmigo.
El combate fue brutal. Fermín sintió cómo las sombras de los demás lo reclamaban, exigiéndole ser usadas. Con un rugido desgarrador, dejó que lo poseyeran. Los trazos negros surgieron de sus manos, látigos de tinieblas que destrozaron la sala. El enemigo cayó hecho jirones de oscuridad.
Pero la furia no se detuvo allí. Fermín, enceguecido, giró contra uno de los suyos, que apenas alcanzó a cubrirse. El golpe lo lanzó contra un muro. El grito del herido resonó como un trueno en la sala.
El silencio que siguió fue insoportable.
Todos lo miraban. No con gratitud, sino con horror.
Uno de los artistas se acercó, con lágrimas en los ojos. Su voz tembló, rota.
—Ya no sé si peleamos contra Brian… o contra ti.
Fermín bajó la mirada. La grieta en su rostro ardió con una intensidad insoportable, y por un instante juró ver, en un reflejo, que no era su cara lo que llevaba… sino una máscara.
Y la carcajada de Brian, en la lejanía, fue la confirmación de que la línea entre ambos se estaba borrando.
#154 en Terror
#1928 en Fantasía
oscuridad misterio deseo y dolor, oscuridad en el mundo, oscuridad interna y reflexión
Editado: 22.09.2025