El aire en la ciudad abandonada era denso, casi irrespirable. Las calles parecían estrecharse, como si la propia arquitectura quisiera aplastar a quienes aún se atrevían a caminar entre sus ruinas. El grupo de artistas avanzaba con paso inseguro, las sombras de Brian seguían acechando, multiplicándose en cada rincón.
De pronto, un rugido profundo quebró el silencio. No era un sonido humano ni animal: era un coro de voces apagadas, llorando y gritando al mismo tiempo. De las paredes surgió una figura enorme, compuesta de decenas de siluetas encadenadas, unidas como un solo cuerpo. Cada rostro gritaba con la boca cosida, cada mano buscaba escapar de la amalgama. Era uno de los guardianes de Brian.
El miedo paralizó a todos. Uno de los artistas cayó de rodillas, murmurando que no podían vencer eso.
Fermín dio un paso al frente.
La grieta en su rostro ardía, exigiendo. Como un veneno que pedía ser derramado. Cerró los ojos, respiró profundo, y recordó las palabras de Brian en el espejo: “Tú tienes la luz que me faltó, yo tengo la oscuridad que te falta a ti…”
Abrió los ojos.
—Aléjense. —Su voz no era la suya. Era más grave, más profunda.
Los demás retrocedieron sin discutir.
Fermín levantó el pincel y, con un movimiento firme, trazó un círculo en el aire. Pero esta vez no llamó a la luz. No buscó esperanza ni memoria. Buscó dolor.
Y lo encontró.
Del círculo brotaron figuras oscuras, retorcidas, sombras de los propios artistas que lo acompañaban. Sus miedos, sus culpas, sus heridas no dichas. Todas esas formas se unieron a él, formando un torbellino que giraba en torno a su cuerpo.
El guardián rugió, intentando aplastarlo con su peso de almas condenadas. Fermín gritó, y la oscuridad a su alrededor se lanzó como cuchillas, desgarrando la masa en pedazos. Las siluetas encadenadas se quebraron, liberando un grito agudo que resonó por toda la ciudad.
La criatura se desplomó, hecha trizas.
El grupo lo observaba, temblando. Había vencido… pero no era el Fermín que conocían. Sus ojos brillaban con un resplandor metálico, y la grieta en su rostro se había expandido tanto que ahora parecía una máscara incompleta pegada a su piel.
Uno de los artistas se atrevió a hablar, con voz temblorosa:
—Fermín… lo que hiciste… fue igual que Brian.
Él no respondió. Sabía que era verdad.
Esa noche, mientras los demás dormían, Fermín permaneció en vela, observando sus propias manos. Aún estaban manchadas de sombra.
Dentro de su cabeza, la voz de Brian susurraba:
—Ya diste el primer paso. No temas. No luches contra lo inevitable. La oscuridad no te quita nada… solo te muestra quién eres en realidad.
Fermín cerró los ojos, luchando contra el eco de esas palabras. Porque en el fondo, temía que Brian tuviera razón.
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Editado: 22.09.2025