El lienzo de las sombras, caos, color y oscuridad

capítulo XIII: EL REFLEJO DEL ENEMIGO.

El aire estaba denso, casi sólido, como si cada partícula girara alrededor de ellos con intención propia. Fermín permanecía de pie en el centro del callejón destruido, rodeado por las sombras que había invocado. Su respiración era rápida, cortante, y cada movimiento suyo parecía crear un eco oscuro que se extendía por la ciudad silenciosa.

De pronto, apareció Brian. No un reflejo, no una sombra, sino él mismo, de pie frente a Fermín, la máscara lisa brillando bajo la luz quebrada de la luna. Su túnica roja se movía como llamas heladas, y los cuernos rojos se proyectaban amenazantes hacia el cielo.

—Vaya… —susurró Brian, la voz acariciando la mente de Fermín como un filo—. Has aprendido rápido. No esperaba menos.

Fermín tensó los puños. La grieta de su rostro palpitaba con fuerza, recordándole cada sombra que había usado, cada vida que había rozado con su oscuridad.

—Brian… esto termina hoy. —Su voz tembló, pero había hierro en ella.

Brian sonrió bajo la máscara.
—¿Terminar? No, Fermín. Esto solo comienza. Mira tu reflejo. —Señaló a la grieta en su rostro—. Cada vez que usas la sombra, nos acercas más. ¿No lo sientes? Tú y yo… somos iguales.

Fermín retrocedió un paso, pero Brian avanzó como si el aire mismo lo obedeciera.

—Mírame bien —susurró Brian—. ¿Crees que puedes escapar de lo que llevas dentro? Cada pincelada que diste, cada sombra que invocaste, te acercó más a mí. Y aun así… todavía quieres llamarte el pintor de la luz.

El eco de sus palabras golpeó la mente de Fermín, y por un instante la oscuridad dentro de él rugió con fuerza, reclamando su derecho a existir. Sintió que su mano temblaba, y las sombras a su alrededor respondieron, girando en espirales de cuchillas invisibles.

—¡No soy tú! —gritó Fermín, y un torrente de oscuridad se lanzó hacia Brian.

Pero Brian no se movió. Simplemente sonrió, y la sombra de Fermín se estiró y chocó contra él sin poder tocarlo. Cada intento de ataque era absorbido por la figura de Brian, que parecía anticipar cada movimiento.

—Lo ves, Fermín —dijo Brian—. No luchas contra mí. Luchas contra ti mismo. La diferencia entre tú y yo… es que yo acepté lo que soy.

Fermín cayó de rodillas, jadeando, sintiendo que cada latido de su corazón acercaba la grieta en su rostro a un punto de quiebre. Sus ojos se encontraron con los del grupo: miedo, incertidumbre, desesperación. Y en ese instante comprendió que la batalla no solo era con Brian, sino con lo que podía convertirse si cedía a la oscuridad.

Brian avanzó un paso más, y su voz se deslizó dentro de Fermín como un susurro mortal:

—¿Sabes lo que nos separa, Fermín? Nada. Solo la decisión de no dejar que tu miedo te domine. Y tú… estás a un suspiro de elegir.

Fermín cerró los ojos, y por primera vez dudó. La grieta palpitaba, las sombras vibraban en sus manos, y el eco de Brian resonaba en cada fibra de su ser. La elección estaba sobre él, y el silencio que siguió fue más pesado que cualquier grito.




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