El silencio de la ciudad rota pesaba sobre ellos como una losa. Fermín caminaba entre los escombros, cada paso resonando como un tambor funerario. Las sombras que había convocado para proteger al grupo ahora parecían susurrarle, recordándole el poder que llevaba dentro… y el precio que había pagado por usarlo.
El grupo lo seguía a cierta distancia, temblando ante la fuerza que emanaba de él. Algunos miraban sus manos, otras veces sus ojos, preguntándose si aquel que una vez había sido su amigo aún estaba allí.
De repente, un rugido profundo se hizo escuchar: un nuevo guardián surgió de entre las ruinas. Era más grande, más amenazante que el anterior, compuesto por fragmentos de dolor y desesperación, sus ojos ardiendo como brasas negras.
Fermín respiró hondo y sintió la grieta en su rostro palpitar. Esta vez no podía arriesgar a sus compañeros. Sabía que debía equilibrar la oscuridad con la luz.
—¡Todos atrás! —ordenó con voz firme—. Esta vez… no solo peleo por mí.
El pincel brilló con un resplandor tenue mientras trazaba líneas en el aire. No eran solo sombras esta vez: la luz que había protegido en su interior también fluía, mezclándose con la oscuridad, formando un torbellino inestable pero poderoso.
El guardián atacó. Fermín se movió, combinando luz y sombra, creando un escudo que no solo repelía, sino que también destruía. Las siluetas oscuras y las chispas de luz se entrelazaban, chocando contra el monstruo, desgarrándolo lentamente.
Pero con cada golpe, la grieta en su rostro se expandía, más profunda, más visible. Fermín sentía que su humanidad y su poder estaban en equilibrio precario. Un error, y todo se desequilibraría.
—Fermín… —susurró uno de los artistas—. No puedes sostenerlo mucho más…
Fermín cerró los ojos, concentrándose en la mezcla de luz y sombra. Visualizó cada recuerdo de alegría, cada pincelada de esperanza, mezclándola con la ira, el miedo y el dolor que había absorbido de Brian y de sí mismo.
Con un grito que rompió la quietud de la ciudad, liberó toda la energía acumulada en un solo movimiento. El guardián se desplomó, hecho trizas, pero Fermín cayó de rodillas, agotado, con la respiración entrecortada. La grieta brillaba ahora como un metal fundido sobre su piel, un recordatorio de lo que había arriesgado para salvar al grupo.
El silencio volvió a caer, pero esta vez distinto: lleno de respeto, temor y una pizca de esperanza. Los demás se acercaron lentamente, conscientes de que Fermín ya no era el mismo. Había aprendido a equilibrar la luz y la sombra… pero cada victoria lo acercaba más a la línea que podría borrarlo por completo.
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Editado: 22.09.2025