La noche envolvía la ciudad con su manto pesado, y las ruinas parecían respirar al compás de los latidos de Fermín. Las sombras que había invocado danzaban a su alrededor, obedeciendo cada movimiento de su mano. Sin embargo, su respiración era desigual, su corazón golpeaba contra sus costillas con fuerza, recordándole el límite que estaba a punto de cruzar.
De pronto, apareció Brian. No en las sombras, sino completamente visible, como una figura imponente que parecía surgir del mismo aire. La máscara reflejaba la luz de la luna, y sus ojos, aunque ocultos, transmitían una intensidad que erizaba la piel.
—Fermín… —dijo Brian con suavidad, casi como un susurro—. No pelees más. No destruyas lo que puede ser moldeado.
Fermín apretó el pincel, temblando. Cada fibra de su ser estaba dividida entre el miedo y el poder que había descubierto.
—Brian… —murmuró—. Lo que quieres no es posible. No podemos unir luz y oscuridad así… no sin destruirnos.
Brian dio un paso adelante, y la ciudad pareció contener la respiración.
—No es destrucción, Fermín. Es creación. Lo que hice contigo, con las sombras… con todo… nunca fue para vencer, sino para enseñar. Para moldear. —Su voz era hipnótica—. Tú tienes la luz que me faltó. Yo tengo la oscuridad que te falta a ti. Juntos, podríamos crear la obra perfecta: eterna, absoluta, indestructible.
Fermín sintió la grieta en su rostro arder. La tentación era inmensa; la promesa de poder y control sobre las sombras lo llamaba como un canto prohibido.
—Si acepto… —susurró Fermín, su voz apenas audible—… ¿qué quedará de mí?
Brian sonrió bajo la máscara.
—Quedará lo que tú elijas dejar. No hay límite, no hay juicio. Solo tú y yo, y lo que podamos crear juntos.
El silencio se apoderó de la ciudad. Las sombras de los artistas se alejaron, expectantes y temerosas. Fermín respiró hondo, sintiendo que el peso de la decisión caía sobre él como un río de fuego. Cada paso que daba hacia Brian significaba acercarse a la oscuridad que tanto temía. Cada paso que retrocedía significaba rechazar un poder que podría salvarlos a todos… o condenarlos.
Finalmente, Fermín extendió la mano hacia Brian. No dijo una palabra. Solo miró a los ojos de la máscara, sintiendo que, en ese instante, toda la línea que separaba la luz de la sombra comenzaba a borrarse.
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Editado: 22.09.2025