Antes de las ciudades de piedra y los tronos forjados con sangre, antes de que los nombres se escribieran en libros y se olvidaran con las eras, hubo un tiempo en que la tierra era joven. El cielo y la oscuridad aún danzaban en armonía, y del corazón de esa danza nacieron los primeros seres, posteriormente llamados Dioses.
No eran como los que luego se arrodillarían ante estatuas y altares. No exigían sacrificios ni clamaban por obediencia. Eran creadores, no conquistadores. Se deslizaron sobre el mundo como lluvia suave sobre tierra virgen, sembrando montañas, mares y estrellas. Y donde sus pies tocaron la tierra, brotó la vida más poderosa jamás conocida.
Así nacieron los Mighty. No como súbditos, sino como herederos. Fueron los primeros guardianes, los hijos de la conjunción entre luz y oscuridad. Algunos podían invocar el poder de los cielos, otros hablaban con las sombras o moldeaban la voluntad misma de la tierra. Vivieron en equilibrio, en plenitud, en comunión con la creación misma.
Pero los dioses, al dar vida, también se desvanecieron. Se retiraron al Velo, aquel umbral entre mundos. Fue entonces cuando el silencio se convirtió en peligro. La llegada de los Boreds —aquellos nacidos sin dones, sin vínculo con el Velo— cambió el equilibrio. Temerosos de lo que no comprendían, comenzaron a levantar muros, templos, ejércitos.
Entre ellos surgió una familia ambiciosa. Los Dunklermond.
Eran humanos comunes, nacidos sin la chispa de los antiguos, pero hambrientos de poder. Vieron en los Mighty una amenaza a su dominio, una raza que jamás podrían controlar. Con astucia, manipularon el miedo. Convencieron a reyes, movieron ejércitos, y con el tiempo, organizaron el Gran Exterminio.
Dicen que, en una sola noche, miles de poderosos fueron abatidos, sus cuerpos arrojados a fosas sin nombre, sus memorias condenadas al olvido. Los Dunklermond se alzaron como héroes. Coronaron su linaje con mentiras. Fundaron reinos sobre cadáveres bendecidos.
Y, sin embargo, la historia que quisieron borrar nunca desapareció del todo.
En los márgenes del mundo, aún se susurra una antigua profecía. Nacida de la visión de una vieja vidente sin nombre, pronunciada mientras el cielo se partía con un eclipse con su último suspiro:
"Cuando la estrella bese a la sombra,
y la oscuridad cante a la luz,
despertará el durmiente del abismo,
y con él, nacerán los nuevos dioses."
"Uno portará el fuego de los cielos.
El otro, el vacío que consume.
Si caminan juntos... el mundo renacerá.
Si se enfrentan... el equilibrio será roto, y el fin será eterno."
Keldrik el despiadado Dunklermond pensó que podría exterminar lo poco que quedaba de los seres poderosos para siempre: las vidas, las memorias, incluso la esperanza. Pero olvidó que las estrellas no desaparecen, algunas están ocultas. Y que incluso la sombra más profunda nace de la luz.
Ahora, generaciones después, mientras las coronas se exhiben y los reyes son historia, una estrella comienza a moverse. Y en el rincón más oscuro del mundo... la sombra despierta.
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Editado: 24.08.2025