El llamado de las Sombras

2| ECOS EN LA OSCURIDAD

Aunque los ojos no puedan verla, su alma la siente. La presencia del Sileeh no necesita forma ni palabra; se manifiesta en el aire que se vuelve más denso, en el pecho que se agita sin razón aparente. No es ilusión ni deseo: es un llamado antiguo, un eco de una conexión sellada mucho antes del primer aliento. Y, aunque aún no se crucen, ya se pertenecen.
— Fragmento del Gran Libro de las Memorias Mighty. Capítulo Sileeh's: almas destinadas a encontrarse.

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La noche cayó sobre el bosque, envolviéndolo en un manto de sombras densas y cambiantes. Cada paso ligero que doy parece resonar entre los árboles, como si la naturaleza conspirara para amplificar mi presencia solitaria. El eco persistente de mis movimientos golpea mis nervios, lo que logra intensificar la urgencia que me empuja a seguir recolectando lo que vine a buscar.

Un escalofrío recorre mi columna, y no es por el frío que trae la brisa, sino por aquella sensación inconfundible, punzante, de estar siendo observada.

La he sentido antes, muchas veces. La misma percepción que anticipaba las risas crueles y los murmullos maliciosos de aquellos jóvenes poderosos que se deleitaban en mi humillación.

Mi pecho se contrae con el recuerdo de sus burlas, de la manera en que esas miradas se clavaban en mí, como cuchillos invisibles. Trato de controlar mi respiración, pero el aire me quema en los pulmones. Mis manos, temblorosas, siguen trabajando, recogiendo el musgo húmedo del suelo con movimientos mecánicos. Aun acuclillada, levanto la vista con cautela y lanzo miradas furtivas a mi alrededor. Las sombras parecen moverse, compactarse, y mi corazón comienza a latir con una fuerza que me asusta.

No estoy sola. Lo sé. Lo siento en la piel, en los huesos.

Mis dedos se aferran con más fuerza a las asas del cesto de mimbre, como si ese gesto pudiera anclarme. Inhalo profundamente, llenándome de un valor que no siento pero que necesito. Lentamente, me pongo de pie, sintiendo cómo las ramas crujen bajo mis pies. Mi voz, aunque temblorosa, se eleva en el aire espeso.

—¿Quién anda ahí?

El bosque parece silenciarse por completo, las aves no silban, el viento no mueve las ramas ni los grillos cantan y, en ese silencio, todo a mi alrededor se siente más pesado, más asfixiante, como si esperara mi próximo movimiento.

Al dar media vuelta, lo veo. O más bien, lo intuyo. Es una sombra que se desliza entre los árboles, esquiva y etérea, como un fragmento de la misma noche tomando forma. Su contorno es difuso, casi imposible de discernir, pero su presencia es innegable. Una certeza silenciosa y abrumadora inunda el aire a mi alrededor, como un eco sin sonido que vibra en mi pecho.

Lo que no reconozco, sin embargo, es el ritmo desbocado de mi corazón. No es miedo lo que me llena, sino algo más profundo, más antiguo; anticipación, emoción y algo que apenas me atrevo a nombrar: un reconfortante magnetismo, parecía que esa sombra, extraña y misteriosa, no fuese un peligro, sino un ancla perdida que había olvidado necesitar.

Dentro de mí, algo se despierta, primitivo e inquebrantable, algo lo cual logra que mi alma grite desde las profundidades más hondas: "Ve hacia él." Y con esas palabras, otra verdad emerge, clara y devastadora, aunque ni siquiera estoy segura de si la he pensado o sentido: "Sileeh."

Mi Sileeh.

La palabra golpea en mi mente como un trueno, cargada de un significado que apenas puedo sostener.

La mitad de mi alma. La pieza faltante, el otro fragmento que encaja perfectamente con el mío.

Cada poderoso nació con un Sileeh, pero con el paso de los siglos, su existencia se desdibujó hasta convertirse en leyenda, en un susurro olvidado por el mundo.

Pero no por mí.

Mis labios tiemblan, y el peso de esa certeza me arrastra hacia adelante, aunque mis piernas permanecen ancladas al suelo. Respiro profundamente, luchando contra el tumulto que se desata en mi pecho, y con la voz quebrada por emociones que no sé cómo procesar, murmuro:

—¿Por qué te escondes de mí?

El viento responde, acariciando mi rostro con una brisa suave que parece susurrar algo entre sus dedos invisibles. No puedo entender las palabras, pero las siento. Un eco dulce y antiguo, una melodía que me llena de nostalgia y envuelve mi corazón con una calidez imposible. Instintivamente, mi mano vuela a mi pecho, como si pudiera contener la avalancha de emociones que amenaza con derrumbarme.

No puede ser real, pienso al cerrar los ojos con fuerza, tratando de negar lo que mi corazón sabe. No puede ser real. Pero lo sentía y, a veces, lo que el alma percibe es más verdadero que todo lo que los ojos no pueden ver.

Un destello de esperanza me atraviesa. Es más grande que cualquier sueño, más fuerte que cualquier anhelo. Es un latido constante, profundo, taladrando todo mi ser con una verdad que no puedo ignorar: tarde o temprano, mis pasos se cruzarán con los de mi Sileeh.

Probablemente.

Miro hacia el cielo. Las estrellas más brillantes parecen guiñarme desde su trono lejano, y una sonrisa, pequeña, pero llena de fuerza, se dibuja en mi rostro.

La oscuridad no me asustaba esta noche, no me producía estremecimiento en su presencia, sino la certeza inexplicable de que una parte de mí llevaba siglos esperándolo sin saber su nombre. Y tal vez, por eso, su ausencia —incluso antes de que se marchara—, ya dolía. Porque hay vacíos que no se sienten con la mente, sino con el alma: como si al faltar esa presencia, el aire mismo olvidara abrazarte. Pero al final, terminaba dándome cierta paz el solo ver su sombra.

—¡Hola! —Una voz saluda desde la espesura.

Me giro, dejando el musgo entre mis dedos, y veo a Záen acercándose con pasos seguros. Su figura, envuelta en la penumbra del bosque, contrasta con la calidez de su sonrisa, esa sonrisa que intenta desarmarme siempre que puede.




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