El Llanto De La Muerte {l[g]bt}

Caibideil 1

Mis ojos intentan seguir el paso de los árboles que se dejan ver a través de la ventanilla del coche. Mis primos, sentados a mi lado, se dedican a conversas con sus padres. Mientras yo, ajeno a su conversación, empiezo a sentir un poco de lástima por dejar atrás mi vida.


 

Hace unas seis horas dejamos nuestra ciudad para ir a vivir a un pueblo de seres como "nosotros". Bueno, no sé si nosotros sería la palabra, más bien como "ellos". Yo soy un simple humano, no un brujo. Los minutos pasan y sigo absorto en el paisaje hasta que la mención de mi nombre me devuelve a la realidad.


 

–Andrea. ¿Estás muy callado, no?–pregunta mi tía Esme preocupada mientras su avellanada mirada intenta no desviarse de la carretera.–Lo siento...– a juzgar por su tono, puedo deducir que algo tristeza la corroe.– Por haberte arrancado de una vida en la que pudieras haber sido más feliz.


 

–No pienses así tía, puedo construir una vida nueva aquí.–intento yo tranquilizarla para que no se sienta mal. Al fin y al cabo, ella es la líder de el aquelarre que nos va a recibir. Suficiente ha tenido con llevar a cabo sus responsabilidades desde nuestra antigua ciudad... Y todo por mi culpa.


 

Mis palabras parecen arrojar algo de luz sobre ella. Yo, por mi parte, decido volver a centrar mi visión en en paisaje. Pero la sorpresa me invade al no ver más árboles, parece que finalmente hemos llegado a la ciudad que nos acogerá durante los próximos años. Escondida de la mayoría de los humanos, Sigrún es uno de los pocos lugares de Europa en los que está vigente la Tríada, aceptando tanto vampiros, como brujos y lobos. Además, se trata de un sitio preciosos. Lo puedo aprecias a medida que el vehículo avanza y las rústicas casas de madera pintadas de colores como si de un arcoíris se tratase.


 

Unos segundos de admiración y asombro transcurren hasta que llegamos a una especie de mansión que, guiándome por las fotos que me enseñaron, puedo deducir que no se trata de nuestra casa.


 

–¿Qué hacemos aquí?–Pregunta Luka, mi primo de dieciocho años, uno más que yo.–No me digas que viviremos en este casoplón.– Sus espesas cejas castañas se elevan con sorpresa mientras sus ojos, iguales a los de su madre, desprenden ilusión.


 

–Nada de eso, esta es la casa mística. Es donde los brujos y las brujas de un aquelarre se reúnen, celebran sus fiestas y llevan a cabo algún que otro ritual. – Aclara Dante, mi tío.


 

Con un aire de duda en sus palabras, Luka continua.– ¿Entonces cuál es el motivo de esta reunión? Porqué si hemos venido hasta aquí es por algo.


 

La respuesta de Dante no llega a salir de su boca ya que, al comprender lo que pasa, lo corto.–El motivo somos nosotros...


 

Este asiente y con un ademán nos indica a todos que bajemos de coche. Una vez abajo, Dante se acerca a la parte trasera y baja a la pequeña Gia de su sillita. Una vez con la niña de tres años en sus brazos, nos dirigimos todos hacia la entrada de aquella gran mansión.


 

Podemos notar el abundante lujo que tiene la propiedad a medida que avanzamos por el gran jardín. Este está decorado con una fuente redonda con unas estatuillas de unos ángeles lanzando agua por la boca. Tiene un poco de moho, pero se puede ver que no es muy barata.


 

Llegamos juntos a la enorme puerta de madera marrón y Esme recita "Doras" a la vez que levanta su brazo hacia esta. De esa manera se abre.


 

Al entrar, un salón tan extremadamente blanco y limpio que parece salido de un catálogo de IKEA se presenta ante nosotros. Supongo que estará hecho prácticamente de mármol. Pero no lo disfruto mucho ya que, en cuestión de segundos, mis ojos reparan en las diez personas aproximadamente que están esperando allí. Desprenden un cierto aire de autoridad, lo que me lleva a pensar que son los representantes de cada familia del aquelarre. En principio todo parece normal, hasta que observo que estos desconocidos están posando sus inquisidoras pupilas sobre mí.


 

Nuestra familia va liderada por Esme, dejando claro así que su papel de matriarca no solo se limita al aquelarre, sino que también está presente en la intimidad.


 

–No creía que después de tanto tiempo volverías, y menos con esa aberración que llevas a cuestas.– sentencia enfadado un hombre con algunos años de más a sus espaldas. En esta conversación claro está que la aberración soy yo. Realmente no estoy sorprendido de su reacción.


 

Siento la mirada apenada de mi tía sobre mí, lo mismo hacen los otros integrantes de mi familia. Pero, inesperadamente, esta sonríe y me guiña un ojo.–Es mi hijo, Josué. No lo llames aberración. Sabes que puedo partirte los huesosos tan solo pronunciando unas pocas palabras. –Espera, ¿Hijo? ¿En que momento? Después de que su hermano, mi padre, muriera me acogió como uno más, pero no tanto como para llamarme hijo.


 

Mi mente divaga al escuchar esto, pero decido que este no es el momento de preguntarle a que viene todo esto. Los adultos, ajenos a mis pensamientos, siguen con su discusión sobre mí. Así que decido volver a la realidad y pienso que lo mas sensato es hablar sobre el tema de la madre en otra ocasión.


 

–Disculpadme, pero creo que estoy acertada cuando digo que la mitad de vuestras parejas son simples humanos y ahora mismo viven aquí.– defiende Esme con su voz tranquila y segura, queriendo aparentar una firmeza que sé que no siente realmente. Cuando llevas tanto tiempo conviviendo con ella resulta fácil leerla. Por lo que puedo observar ahora, su mente está más inquieta que nunca y su pecho está lleno de rabia.


 

Al ver que la conversación me incumbe más de lo que me gustaría, la opción de permanecer callado me parece cada vez más difícil de tomar, así que decido sembrar un poco el caos.–Yo creo que tienen razón... madre.–no puedo evitar que la voz me delate pronunciado esa palabra con un ápice de rareza.–Aunque os quiera mucho, la verdad es que no pertenezco a este lugar.




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