El llanto del nahual

Capítulo 3

—¡Híjole! ¿A quién se le ocurrió pintar la fachada de blanco? Pue, ¿qué no saben que aquí nos está achicharrando el sol? —dijo un hombre molesto. Se balanceaba en la silla frente a su escritorio sin prestar atención al altero de papeles que tenía frente a él.

—Fue la pintura que nos donaron. La otra ya estaba toda fregada. Se ve mil veces mejor así.

La mujer sentada frente al escritorio a la izquierda contestó automáticamente, acostumbrada a las constantes quejas del hombre.

—Oye, pero ¿blanco? Ni se ve el letrero. Si estuviéramos en San Cris hasta estaría bien, con el harto frío que hace, pero aquí…

—Ya párale, Lalo, qué pancho me estás armando. Ni hace tanto calor —dijo la mujer y subió el volumen del radio—. Déjate de hacerte tonto, hay que entregar el reporte el viernes, de por sí ya estamos bajo la lupa, ¿ya le marcaste a la agencia para los folletos?

—Sí, que los tienen mañana.

Lalo recargó los codos sobre el escritorio y fijó la mirada en los linderos del Parque Morelos, visibles por los amplios ventanales de la oficina. En la banqueta de enfrente, estaba un hombre, claramente un turista, entornando los ojos para tratar de hacerse sombra con la palma de la mano. Miraba la oficina y luego consultaba un mapa, confundido.

—Vanesa —Lalo señaló con la cabeza al turista—, mira, ve a ese mono: ya se quedó tarado por el reflejo del sol, ¡ni la Tisigua los deja así!

—No, yo creo que el tipo ya venía tarado de entrada —respondió Vanesa—. ¿Qué estará buscando?

Al otro lado de la pared de cristal, José Leonardo ignoraba ser objeto de curiosidad y burla e intentaba seguir las indicaciones del mapa. Según lo que encontró en la red, las oficinas de la fundación estaban en esta cuadra y abrían a las nueve de la mañana. Después de unos minutos, se convenció de entrar a la extraña casa blanca frente a él.

—Buenas tardes ¿es está la Fundación para el Desarrollo de…?, ¿De…? ¿…de las comunidades y habitantes de los linderos del Río Grijalva?

—Sí, aquí nos dicen La Grija, pase usted —contestó Lalo—. ¿Qué lo trae por aquí?, ¿tiene junta con algún consejero?

—No, vine a buscar a una amiga que trabaja con ustedes. Se llama Citlalli Ramos, es abogada.

Los rostros de Lalo y Vanesa se ensombrecieron al escuchar el nombre e intercambiaron una mirada furtiva en silencio.

—¿Está? —preguntó José Leonardo ante su reacción.

—Por favor, tome asiento. —respondió Vanesa—. Dígame ¿Hace mucho que conoce a la Doctora Ramos?

—Desde la universidad.

—Qué bueno que vino, hasta donde sé ya no le queda familia. Quizá usted pueda ayudarla; nosotros hicimos lo más que pudimos, pero ya se nos salió de las manos. Además no la conocemos tan bien y es medio difícil saber qué hacer.

—¿De qué está hablando? ¿Cómo que ayudarla? ¿Citalli está enferma? —preguntó inquieto.

—Enferma de la cholla, será —masculló Lalo con desdén.

Vanesa le lanzó una mirada iracunda. Lalo se fue a un escritorio en el extremo contrario de la oficina, dejándolos hablar en paz.

—La doctora ha tenido algunos… problemas últimamente —explicó Vanesa—. Cuando yo llegué hace como dos años, la doctora estaba haciendo un trabajo hermoso con las comunidades de la zona y con la fundación. Tenía muchísimo colmillo para que le rindieran los fondos y para traer donantes de aquí y de allá. Y todo de cero ¿eh?, no crea que tenía palancas ni santos en la corte, ella lo hizo todo con su puro trabajo.

«Yo entré justo porque íbamos a abrir otro proyecto de ecoturismo con una comunidad maya, cerca de la ciudad. Un empresario forrado de aquí nos dio el tip, nos dijo que quería hacer algo ahí y que, si hacíamos una negociación pronto, nos iba a dar una donación enorme para que arrancara. Obvio que nos lanzamos pa´llá de volada.

»Cuando veníamos de regreso una… una vieja de la comunidad nos salió de la nada y le empezó a gritar a la doctora como loca, la señalaba y le gritaba. Tuvieron que salir unos a llevársela y meterla a una casa para que se tranquilizara y de todas formas podíamos seguir oyendo sus gritos. A mí se me hace que la tipa ésa era una bruja y le echó una maldición a la doctora…»

—¡Ay Vanesa! Ora resulta que por eso se cuatropeó todo, ¿no? No me vengas con esos cuentos —interrumpió Lalo.

—Pues yo solo sé que desde ese día, todo se fue por el caño, y, la neta, antes de eso, la doctora era muy diferente.

—¿Qué le pasó a Citlalli? —preguntó José Leonardo.

Le tenía sin importancia la opinión de uno y otro. A él le urgía saber cómo estaba su vieja amiga y ayudarla en lo que fuera posible.

—Al principio eran cositas. Antes era una mujer muy cálida, y desde que regresamos, empezó a hacerse fría. De todo nos ponía como lazo de cochino, y no solo a nosotros, también a los voluntarios y a los de otras organizaciones. Diario era escuchar una gritiza en el teléfono que mejor ni nos acercábamos.

«Primero pensamos que a lo mejor tenía algún problema familiar, o algo así. Pero cada día se puso peor, hasta que todo valió calabaza: muchos renunciaron, los voluntarios se fueron y de los donantes ni hablar: ni el polvo les vimos.



#653 en Thriller
#2312 en Otros
#174 en Aventura

En el texto hay: misterio, humor, aventura

Editado: 27.06.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.