El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 4

Joe no se sorprendió demasiado cuando vio aparecer a sus dos amigos por la casa esa tarde. Al principio le causo un poco de gracia. La forma en que se lo llevaron a la habitación y cerraron la puerta, con gesto cómplice, como cuando eran adolescentes. Y ese mismo gesto de entonces en sus caras. No, solo en la de Colin. Scott parecía preocupado.

—A ver, ¿qué demonios es eso de que tienes una amante? —empezó Colin, tirándose sobre la cama con gesto divertido.

Pero antes de que Joe pudiera contestar, Scott intervino.

—No es una, son varias. Al menos eso dijiste, ¿o no? —Joseph se volvió algo sorprendido por el tono.

—¿Cómo que varias? —intervino Colin asombrado—. Vaya, ¡ese es mi muchacho!

—Yo no me alegraría tanto si fuera tú.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?

—Espero que nada. Espero que lo que escuche hace un tiempo y a lo que no hice caso, porque pensé que no podías ser tú... Espero que no sea cierto.

Joe le sostuvo la mirada un momento y luego fue a sentarse sin responderle.

—No comprendo nada, ¿me quieren decir que pasa? —dijo Colin, sentándose sobre la cama.

—Hace un par de meses, escuche una conversación, un chisme, sobre la esposa de un juez. Decían que tenía un amante, y aunque no precisaban quién era, dijeron que era alguien de la Universidad, alguien en un cargo alto, y que la mujer del juez no era su única conquista. No me imagino al rector haciendo de Romeo por ahí, está algo mayor. Ahora dime, Joe, ¿estás seduciendo mujeres casadas?

—Seducir no es la palabra... No es eso…

—Dios santo… —murmuró Scott, mientras Colin se quedaba con la boca abierta.

—No dramatices, ¿quieres? No hago nada de malo, se supone que soy un hombre libre. Y no creo que tenga que estar dando explicaciones de cómo manejo mi intimidad...

—¿Mujeres casadas? ¿De cuántas mujeres estamos hablando? —intervino Colin, pero nadie le presto atención.

—¡Yo no pretendo meterme en tu cama, Joe! Por supuesto que eres un hombre libre, solo me preocupa que algún esposo celoso te pegue un tiro por la espalda. ¿Por qué mujeres casadas?

—¡No tiene que ver con eso! ¿Te crees que ando eligiendo que tengan esposo?

—Entonces... ¿Qué estás haciendo?

—Divirtiéndome, desahogándome, relacionándome. Llámalo como quieras, no sé qué nombre ponerle. ¿Qué quieres que haga? ¿Que no vuelva a ver una mujer el resto de mi vida?

—Claro que no. Me alegra que quieras volver al ruedo, pero... ¿Mujeres casadas? ¿Por qué no te buscas una prostituta, si tus necesidades son tan urgentes?                          

—¡Porque no tengo diecisiete años! Esto es otra cosa. Es ver a alguien y que te guste y que le gustes, solo pasa.

—¿Cuántas? ¿De cuántas estamos hablando? —volvió a preguntar Colin, intrigado.

—No sé, no llevo la cuenta —dijo con aire casi culpable—. Y no todas están casadas... Además, es solo eso, pasarla bien. Casi siempre es solo una vez. No permito que las cosas pasen a mayores.

Los dos amigos se quedaron mirándolo en silencio. Un silencio que a Joe se le hizo incómodo, mientras sentía sus miradas reprobatorias.

—¿Por qué nunca dijiste nada? —le preguntó Scott por fin.

—Porque, como le dije a Maddie, no me incumbe solo a mí. Hay otras personas involucradas, y no corresponde. Tampoco es algo para alardear, es mi intimidad. Tengo derecho a eso, ¿no? Y además, pensé que no lo iban a entender, y me parece que no me equivoqué.

—No, no te equivocas, no te entiendo. No pareces tú...

—¡¿Por qué no?! ¿Por qué se sale del molde de perfección en el que todos ustedes me ponen? Yo no soy un santo, ¡soy solo un hombre! ¡Y tengo defectos y miserias como todos los demás! Y me equivoco, y esto no es algo que me haga sentir particularmente orgulloso, ¡pero es lo que me pasa! ¡Y por momentos lo disfruto y en otros no tanto! ¡Pero hago lo que puedo!

—Hablas como si tu vida fuera a ser todo el tiempo así —lo interrumpió Colin, tratando de calmar los ánimos—. Como si no tuvieras esperanzas de encontrar mejores maneras de disfrutar, y yo te entiendo. Entiendo que ahora estés pasando por un momento particular...

—¡No es un momento particular! ¡No me entiendes! Es lo que va a ser el resto de mi vida, solo trato de acostumbrarme y acomodarlo de algún modo. No soy el primer ni el último hombre solo sobre la faz de la tierra, y no voy a quedarme célibe para toda la vida. Tú mismo te reíste de eso en Sussex, ¿te acuerdas? En ese momento lo hacía por culpa, por respeto a Elyse. Ahora es diferente. No tengo que guardar ningún luto ni ninguna lealtad a nadie. Soy libre, y no estoy hecho para el celibato, ¡no a los treinta!

—¡No digo que tengas que hacer eso! Solo digo que te des tiempo, a que tus heridas sanen y encuentres a alguien. A que te vuelvas a enamorar...

—Eso no va a pasar nunca más.

—Lo dices ahora que todo está fresco...

De pronto la discusión se había desviado hacia un lugar que no le gustaba, justo el que deseaba evitar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.