El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 6

Un año después de la boda, la vida de Angie parecía sumida en un callejón sin salida. Era infeliz, pero de un modo que no había imaginado. No es que esperara que su matrimonio con Terrance fuera a ser un lecho de rosas, pero el desarrollo de los acontecimientos la sobrepasó. 

Terrance la dejaba sola por largos períodos, durante los cuales se sentía francamente desgraciada, y cuando él estaba en casa, la sensación se modificaba un poco. La mitad del tiempo se sentía desgraciada y la otra mitad, asustada. 

A pesar del tiempo que pasaba sola, a pesar de la libertad que se suponía tenía en esos momentos, jamás cruzó por su mente tratar de comunicarse con Joe. Había comprendido, que había salido de una prisión para meterse en otra mucho peor. Su padre, al menos, no la golpeaba...

Al inicio de su vida de casada, realmente lo había intentado. Había puesto todo su empeño en complacer a Terrance. Aunque no pudiera amarlo, al menos quería hacerlo feliz. Eso, y tener un hijo. Era lo que más ansiaba. Y durante un corto tiempo, las cosas parecieron ir encaminándose. 

Terrance había sido comprensivo y paciente durante la luna de miel, y ella se sentía agradecida por eso. Quería agradarle, que se sintiera satisfecho de ella. E hizo todo lo que estuvo a su alcance, esforzándose en que no notara su falta de calor en la intimidad. Pero después de un tiempo, empezó a notarlo. 

Notó que fingía, notó que le costaba un enorme sacrificio, y el mucho empeño que ella pusiera, pasó de ser una virtud a ser casi una ofensa para su hombría. Le desesperaba no poder causar en ella ni siquiera un atisbo de placer, y no podía dejar de pensar que lo comparaba con Joe. Que por más que él había intentado ser comprensivo y que ella lo olvidara, ese tipo parecía metido en su cama, en medio de los dos. 

Así paso de la paciencia al reclamo, y del reclamo a los celos. Y estos trajeron la violencia. La frustración que le causaban sus relaciones íntimas, lo enloquecía. Cuando veía los esfuerzos de ella por responderle, se desesperaba, cuando fingía se sentía humillado, y cuando se quedaba quieta y lo dejaba hacer, se enfurecía. Entonces se desquitaba golpeándola, y el hecho de que ella no le respondiera, no se defendiera... Era una muda aceptación de todo lo que él sentía. Dejaba que la golpeara porque se lo merecía. 

Al principio la situación lo desbordaba y no tomaba en cuenta donde la golpeaba. Después de un tiempo empezó a ser más cuidadoso. Los golpes en la cara la dejaban recluida durante días. No había forma de explicar eso en público, y hasta era incómodo dentro de la casa que la servidumbre comentara. Así que encontró otras formas, los golpes en lugares que la ropa ocultaba, y que solo dejaban marcas en el alma.

Y es verdad que Angie lo aceptaba al principio, hasta sentía lástima de él, que luego le pedía disculpas y juraba no volver a hacerlo. Lo veía sufrir y eso le hacía olvidar un poco su propio sufrimiento. Le daba pena. Para colmo, el hijo no venía... 

Hasta que después de un tiempo, la humillación fue demasiada, y empezó a cansarse. A darse cuenta de que esperaba casi con desesperación que él tuviera que ausentarse de casa. Y a extrañar a Joseph de una manera casi dolorosa. Su mente lo añoraba y su cuerpo lo extrañaba... 

Así, un día, mientras Terrance le propinaba una dura golpiza, más fuerte que lo habitual, terminó por explotar.

—¡Basta! —le gritó de pronto, arrojándole un florero que atrapó de la mesa de luz.

Terrance se detuvo sorprendido, y ella aprovechó su confusión para escapar de la cama, y refugiarse tras un sillón.

—¿Qué crees que haces? Vuelve a la cama ahora mismo… —le susurro él, acercándose con gesto amenazante.

—¡No! ¡No voy a volver a la cama! ¡No voy a dormir contigo nunca más! No quiero que vuelvas a tocarme, ¿me oyes?

Él seguía acercándose y ella comenzó a escurrirse por la habitación tratando de ponerse fuera de su alcance.

—¿No te agrada que te toque? Ya lo había notado, no te preocupes, por eso me haces perder la paciencia.

—No dejaré que vuelvas a golpearme.

—¿Ah no? ¿Y qué piensas hacer?

Su frialdad y tranquilidad, mientras la perseguía caminando desnudo por la habitación, de pronto la asustaron más que los golpes.

—Terrance, por favor... Ya no puedo seguir con esto. Tú tampoco eres feliz, no quieres vivir así… —suplicó llorosa.

—Yo puedo vivir de cualquier manera, soy muy fuerte. No deberías preocuparte por mí, sino más bien por ti...

—Está bien. No quiero seguir adelante de esta manera. Te juro que he tratado de quererte, de complacerte, ¡pero no me sale! ¡No puedo!

—No importa, yo tengo suficiente amor para los dos.

—¡No me estás escuchando! ¡Te estoy diciendo que no te amo! ¡Que no soporto que me toques! 

Terrance se detuvo en seco en medio de la habitación, y la miró de un modo extraño. No se veía dolido, ni nervioso, ni angustiado. Más bien parecía mirarla con compasión. De pronto se dio media vuelta, tomó su bata y poniéndosela, se sentó en el sillón y cruzo una pierna sobre otra.

—A ver, Angelique, entonces, ¿qué propones que hagamos al respecto?




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