El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 8

Hacía un tiempo que lo sospechaba... Más bien lo anhelaba. Pero temía una nueva desilusión. En especial cuando su atraso no había venido acompañado de ninguno de los síntomas que se suponía debía tener. Mareos o vómitos o sueño. Nada de eso. Se sentía normal. Solo tenía un atraso por primera vez. 

No le dijo a Terrance. No quería que se ilusionara y luego, si las cosas no resultaban, se enfureciera, así que prefirió guardárselo y esperar. Si le hubiera contado a cualquier persona el estado de sus relaciones matrimoniales, seguro habrían pensado que estaba loca al desear un hijo. Pero era así. Era de las cosas que más deseaba en la vida. Poder ver a Joe otra vez algún día, y ser madre. 

Ansiaba un hijo con locura, hasta un hijo de Terrance. Quería alguien a quien amar, alguien en quien enfocar su vida, que ocupara su tiempo. Deseos egoístas, tal vez. Lo reconocía. Y había hecho un enorme esfuerzo para lograrlo, un enorme sacrificio. 

De a poco había llegado a convencerse de que quizás Terrance tenía algo de razón. Tal vez ella no quería embarazarse de él, inconscientemente. No lo disfrutaba, y eso estropeaba todo. Hasta que había tenido una loca idea... Quizás, si lograba engañar a su mente... Si podía convencerse de que no era Terrance quien la tocaba. Si pensaba con mucha fuerza, que era Joe quien le hacía el amor... Tal vez, así lo lograría.

No fue fácil. Nunca había hecho nada como eso, ni siquiera sabia si era posible. Pero lo intentó con todas sus fuerzas. Cerró los ojos, intentó relajarse, y pensar en Joe con todas sus energías. Recordó como la tocaba, recordó su rostro cuando la miraba mientras hacían el amor y la expresión de éxtasis en su cara. Increíblemente, lo logró. 

Dos veces... Dos veces consiguió tener una relación normal con Terrance. Dos veces logró que su cuerpo respondiera, y se aferró a él, y casi gritó... Y luego abrió los ojos. Y el sueño se rompió. Después se dormía llorando, sin que él lo advirtiera. 

Él, que se sintió satisfecho, pensando que por fin había logrado vencer el fantasma de Joseph, sin saber, que lo tenía más presente que nunca en su lecho. En un punto se había  sentido asqueada... Hasta ahora. 

Ahora se sentía tan feliz. Casi podía pensar que este hijo, se lo debía al recuerdo de Joseph, casi como si fuera suyo. Y tal vez esto también cambiara las cosas con Terrance. Quizás esta alegría, haría que su esposo se olvidara de Joe para siempre, y así estaría a salvo. 



 

             

 

Su vida se había acomodado lentamente. Era cierto que no era feliz, pero estaba tranquilo. De un tiempo a esta parte su vida andaba sin demasiados sobresaltos, y eso le agradaba. Seguía viendo a Julieth, y de vez en cuando tenía una que otra aventura. Pero nada que resultara estimulante ni por asomo. 

Por las noches, seguía con la costumbre de descargar sus frustraciones y tristezas en el papel. Eso había resultado una especie de terapia que lo gratificaba bastante. Los poemas y escritos se acumulaban en su escritorio, y a veces se entremezclaban sin querer con sus papeles de trabajo. Mientras tanto, sus días seguían siendo plenos del cariño de los suyos, y de una agradable rutina familiar.                

Había tenido un único sobresalto, por llamarlo de alguna forma, cuando se enteró de la muerte de Griffith. Fue Scott quien trajo la noticia, que había escuchado casualmente dos días atrás en medio de una reunión de trabajo. El hombre había muerto casi seis meses atrás, y le pareció raro que no se hubiesen enterado antes. Alguien menciono que había muerto en Suiza, donde estaba radicado.

Se demoró esos dos días en decidir si se lo decía a su amigo o no. Luego consideró que era mejor que supiera todo lo que hubiera que saber. Joseph no lo tomó ni mal ni bien, al menos en apariencia, pareció algo indiferente a la noticia. Interiormente, no pudo menos que pensar, que si esto hubiese ocurrido unos tres años atrás... Otra habría sido la historia. Era un sentimiento horrible y lo sabía. Pero se había resignado a tener ese tipo de sentimientos, era humano después de todo. 

Después de eso, hubo un periodo tranquilo, hasta que fue roto por la persona que menos esperaba... Nicky.

Era sábado por la mañana, y Joe trabajaba en el escritorio, casi completamente cubierto de papeles. El trabajo se le había desbordado un tanto y había tenido que traérselo a casa para el fin de semana. Tan ensimismado estaba en eso que la vocecita de su hijo lo sobresaltó.

—Papi... ¿Estás trabajando?

Joe dio un salto, pues no le había oído entrar ni pararse a su lado. Lo miró sobre sus lentes, y sonrió. Esa frase en la boca de Nicky significaba "quiero que me prestes atención".

—Si, ya ves que estoy trabajando... ¿Qué necesitas?

—¿Podemos hablar?

—¿Tiene que ser ahora? ¿Es muy urgente?

—Si, es una conversación de hombre a hombre —le contestó el niño muy serio.

Joseph reprimió una sonrisa y se quitó los lentes. "¿De hombre a hombre? Creí que tendría que esperar unos años para esto"

—Está bien, hablemos entonces.

Para su sorpresa, Nicky se dio vuelta y fue a cerrar la puerta, para luego volver a su lado. Joe frunció el ceño algo intrigado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.