El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 10

Al principio, Terrance estuvo feliz. No de la forma que ella esperaba, con una emoción enorme ante lo que sería la concreción del amor entre cualquier otra pareja. Pero ese no era el carácter de su esposo, claro. Más bien se veía orgulloso. 

Durante un tiempo se dedicó a ventilarlo a los cuatro vientos: Lord Marshall iba a tener un heredero. Y se dedicó a pasearla por cuanta fiesta o evento hubiera en la ciudad, hasta que Angie empezó a sentir que la exhibía, como si en lugar de tener un hijo, fuera una de sus yeguas campeonas a punto de parir. 

Pero eso no era nada que no pudiera soportar. Al menos así estaba de buen humor. El problema empezó a presentarse algo después, cuando el embarazo avanzó y Angie empezó a desear que no se le acercara tanto. Terrance parecía creer que había logrado una especie de milagro con este embarazo y que las cosas en la intimidad con ella ahora iban a ir viento en popa. 

Durante un tiempo, ella trató de complacerlo, casi como un pago por su maternidad recién obtenida. Pero llegando al cuarto mes las atenciones de su esposo empezaron a resultarle molestas. Terrance era brusco en su pasión y ella temía que dañara al bebé. Así que trataba de escabullirse todo lo posible, buscaba excusas, fingía sentirse mal, y todo eso no hacía más que incrementar el deseo del hombre, que seguía buscándola sin descanso. Y que, de a poco, empezó a cansarse de la poca disposición de Angue y a reclamarla, otra vez con violencia.

Un tiempo después se dijo que la primera vez que volvió a recibir un bofetón tendría que haber pedido ayuda. Pero en ese momento no lo pensó. Solo estaba preocupada por que el bebé no sufriera daño, y al no tener mujeres con las cuales consultar, desconocía si las relaciones sexuales a esta altura del embarazo, y sobre todo las relaciones de esa intensidad, no eran perjudiciales. 

Ese mismo temor, el de perjudicar el embarazo, era lo que contenía a Terrance en sus estallidos de furia. Solo un par de veces perdió la cabeza y la abofeteó, pero eso no suponía un daño para la criatura. Entre los muchos reproches que ahora había empezado a hacerle, el que usaba el embarazo como excusa para alejarse de él, era el más frecuente. Y lo peor es que tenía algo de razón. 

Sin saber qué camino tomar, Angie recurrió al médico. Por supuesto, no le hablo de la violencia de su marido. Solo insinuó que era muy pasional en sus relaciones íntimas y que ella temía por el embarazo. El médico la comprendió, y se ofreció a secundarla en su decisión de ir más despacio. Él hablaría con Terrance y entendería razones. 

Se sintió más tranquila con eso. Teniendo una opinión médica, dejaría de desconfiar de ella y se tranquilizaría. Y ella podría seguir adelante su embarazo más relajada. Ahora que el niño había comenzado a moverse, se sentía tan plena. Los momentos que podía permanecer a solas ya no se sentían tan mal. Sus días no eran tan negros. 

Ahora recordaba claramente que esa noche había tormenta. Había llovido durante todo el día, y Terrance había estado fuera de casa todo ese tiempo. Ella había entretenido sus horas con el bordado. Eran casi las ocho de la noche.  Estaba bordando sábanas para la cuna del bebé. El golpeteo de la lluvia en la ventana le resultaba relajante, y solo esperaba que Terrance no se demorara demasiado en llegar. No era que lo extrañara precisamente, pero tenía hambre, y tenía que esperarlo para cenar. Últimamente tenía hambre todo el tiempo, y notaba que había engordado un tanto.

Todos decían que el embarazo le sentaba de maravillas, que estaba más bonita. Tal vez tenía que ver con que se sentía menos desgraciada, eso debía traslucirse en las facciones. No escuchó el ruido del coche al llegar, pero sí el portazo que le anunció la llegada de su esposo. Ese sonido la puso en guardia. No llegaba de buen humor. 

Se puso de pie apretando el bordado contra su pecho, esperando a que entrara. Llegó hecho una tromba, estaba mojado y furioso y hacía mucho que no lo veía en ese estado. Repentinamente asustada se escudó detrás del sillón.

—¿Por qué le contaste?

—¿Qué?

—¡No te hagas la tonta! ¿Por qué fuiste con el doctor?

—Yo... Quería saber si todo estaba bien. Creí que con su opinión, entenderías... No pensé que te molestara.

—¿No pensaste? ¡Ese es el problema, nunca piensas! ¿Cómo se te ocurrió contarle nuestra intimidad a un extraño? ¡¿Estás loca?!

—Pero no es un extraño, es mi doctor... Necesitaba hablar con alguien...

—¡Habla conmigo! ¡Ese tipo se presentó en mi despacho a decirme que debía tratarte con más cuidado! ¡¿Qué le dijiste?!

—No le dije nada... Solo que tenía miedo de dañar a mi bebé...

—¡Mientes! Le dijiste que te maltrataba, ¿verdad? ¡¿Se lo dijiste?!

—¡No! ¡No dije nada! —gritó ella, llorando—. ¡Te juro que no le dije nada!

Terrance avanzó hacia ella demasiado rápido como para darle tiempo a escapar y tomándola de los brazos la sacudió violentamente.

—¡¿Por qué lo haces?! ¡¿Por qué te empeñas en ponerme en vergüenza?! 

—¡Suéltame! ¡Me haces daño! —volvió a gritar, asustada, mientras afuera los truenos parecían sobrepasar el volumen de su voz.

—¡Tú me haces daño! ¡Con tu indiferencia, con tu falta de amor! Me esfuerzo para que me ames, te he hecho un hijo y lo primero que haces es ir corriendo a un extraño para decirle que soy demasiado... ¿Demasiado qué? ¿Demasiado bruto? ¿Demasiado efusivo? ¿Demasiado hombre para ti?




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