El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 11

Nunca tuvo claro que le pasó ese día, hasta mucho tiempo después. Pero había sido una sensación tan fuerte, tan intensa, tan angustiante. Colin lo atribuyó a muchas cosas. La muerte de Veronique, el exceso de trabajo, Julieth que no estaba ahí para entretenerlo. No tuvo más inconvenientes después de eso, pero el estado de angustia le quedó por días, aunque prefirió no comentarlo. 

Luego Julieth volvió, y de a poco se le fue borrando. La vida volvió a ser una rutina tranquila, hasta que casi pensó que ya nada más podría pasar. Pero pasaron unas cuantas cosas más, y no solo a él.

De pronto su vida laboral se había trastocado. Y él era el único responsable. Había cometido una imprudencia, un error, o como quisiera llamarse, que había dejado al descubierto algo que tenía bien oculto. Y empezó una mañana, cuando el rector lo llamó a su despacho de urgencia. 

Ya al entrar se dio cuenta de que no eran buenas noticias, y se preocupó un poco al ver el informe que le había entregado el día anterior, sobre el escritorio.

—Siéntate, Joseph, quiero hablar contigo —le dijo el hombre con aspecto muy serio.

—¿Sucede algo malo?

—Eso depende, es difícil de decir.               

—No comprendo.            

—Depende de si te interesa o no seguir trabajando aquí.         

—¿Perdón? ¿Me está despidiendo?         

Se quedó pasmado. No es que necesitara de este trabajo para vivir, pero no se trataba de dinero precisamente. Esta era su carrera, lo que le gustaba hacer.              

—Aún no. Dime, cuando hiciste este informe, ¿en qué pensabas?

—No entiendo... ¿Está mal? ¿Hay algo incorrecto?             

—No, no está nada mal. Tal vez más extenso de lo que esperaba, y es esa extensión la que me tiene algo asombrado.              

El hombre abrió la carpeta y retiro las últimas dos hojas, mientras montaba las gafas sobre su nariz y comenzaba a leer. Era uno de sus poemas.

Joe se quedó de una pieza, entre avergonzado y asustado, como si lo hubieran pescado desnudo. No tenía idea de cómo eso se había traspapelado ahí.

—Lo lamento... 

—Esto... ¿Lo has copiado de alguna parte, o lo has escrito tú?

—Es... no es mío —contestó dudando un segundo—. Lo copié para la clase de Literatura.

—Tus clases son de Historia, Joseph. Ya que estoy siendo paciente con tu evidente desorden, me gustaría que al menos fueras sincero. Esto, ¿es tuyo o no?

—Está bien. Sí, es mío. Es la primera vez que me sucede y le juro que no volverá a pasar.

—Claro, es lo que pensé. También pensé… —dijo mientras abría un cajón  de su escritorio y sacaba otras hojas—... En no decirte nada y ponerlas con las otras "primeras veces" que he encontrado entre tus informes, durante el último tiempo.

Joe cerró los ojos y suspiró con resignación. ¿Cómo había podido ser tan descuidado?

—Pero, me dije que si ponías esto aquí, es evidente que no te molesta que otras personas lo vean.

"¿Personas? ¿Cuáles personas?", pensó abriendo los ojos de golpe, intrigado.

—El caso es que tengo un amigo que se ocupa de estas cosas. Y me pareció buena idea que lo viera y me diera su opinión. A mí me gustaron, pero claro, no soy un entendido. ¿Y sabes qué? Le gustaron, dice que son muy buenas. Y este amigo tiene una editorial y quisiera saber si no estarías interesado en publicar algo.

Se quedó con la boca abierta por el asombro.

—¿Publicar? ¿Yo? No, no escribo eso para publicarlo. Jamás lo pensé. No es para que lo lea la gente, es solo para mí. Parte de mis sentimientos...

Se detuvo, avergonzado. Sí, eran sus sentimientos y los había dejado al alcance del rector, y al parecer al alcance de cualquiera que quisiera leerlo.

—Vamos, muchacho. Todos los poetas escriben para sí mismos. ¿Cómo crees que saldría una poesía, hecha para que le agradara a la gente? Sería como escribir por encargo. No funciona así. Eres bueno, sería una pena que no lo hicieras.

—No, ni soñarlo. Y le repito, discúlpeme por el descuido. No quiero que esto perjudique mi trabajo.

—Tu trabajo no se ve perjudicado.

—Cuando entre, pensé que iba a despedirme... Como dijo que todo dependía de si yo quería seguir trabajando aquí.

—Y lo sostengo, pero no porque quiera despedirte. Solo que después de esto, estoy pensando si no estás desperdiciando tu talento aquí. Porque lo tienes.

Gracias, no creo que sea para tanto... Pero, no. La verdad, me moriría de vergüenza de que la gente supiera que yo escribo esas cosas.

—Eso puede arreglarse. Siempre puedes usar un seudónimo. Mira, te propongo algo. No te cierres a la idea. Deja que te presente a mi amigo, escucha lo que tiene para decirte, y luego decides.

Aceptó, más por compromiso que por otra cosa. Se sentía en falta con el rector y quería pagarle de alguna manera, así que no lo contradijo. Dejó que le presentara al editor, y ese hombre terminó por transformar una parte de su vida. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.