El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 15

El día de la boda, Colin seguía sin estar muy seguro de que fuera buena idea, y trató de convencer a Joe para faltar a ese compromiso, pero este no quiso saber nada. No irían a la iglesia, solo a la recepción, así no se desplazaría tanto. Y una vez allí, se sentaría y se quedaría tranquilo. No iba a bailar ni nada por el estilo, así que solo era el traslado de una casa a la otra y nada más, le dijo. Y si se cansaba mucho, o se sentía mal, regresarían de inmediato a casa.

Así que al anochecer partieron hacia la residencia del rector. Cuando llegaron encontraron a pocos invitados. La mayoría estaba aún en la iglesia. Se sentó con Colin a esperar que llegaran los novios, lo que sucedió casi dos horas después. Como por arte de magia, el salón se llenó de gente, y su frágil tranquilidad acabó pronto. Entre saludos, apretones de mano, ya no pudo mantenerse sentado, y hasta perdió a Colin de vista. 

Después de un rato el bullicio fue demasiado y empezó a dolerle la cabeza. Se tomó un momento para charlar con el rector, y agradeció el instante en que empezó el baile. Discretamente, se escabullo hacia el jardín. Se dejó caer en una silla, resoplando. Colin le estaba obligando a usar una especie de faja, que le resultaba incomodísima, le costaba caminar y respirar al mismo tiempo. Y ya llevaba un largo rato de no tomarse un descanso, así que se dijo, que mientras pudiera, el resto de la fiesta lo iba a pasar allí mismo, sin moverse. 

Aceptó una copa de champaña, y se dedicó a observar todo desde allí. Los novios estaban abriendo el baile, mientras el resto de los invitados aplaudían. Desde allí alcanzó a observar a Colin, que charlaba con otro hombre. Cruzaron miradas y Joe le hizo una seña, dándole a entender que se encontraba muy bien y que siguiera con su charla. Después volvió su atención a la pareja de recién casados. 

Se veían felices. La muchacha era joven y muy bonita, y miraba a su reciente esposo con adoración, y él parecía hacer lo mismo. Estrechaba su cintura con un ademán protector, con aire satisfecho y seguro. Él sabía bien lo que era ese sentimiento, sabía lo que se sentía. Sabía lo que era ser mirado de esa manera. Debería sentirse afortunado. ¿Cuántas de las personas que estaban allí, habrían conocido el amor sincero, dos veces? ¿Cuántas tan solo una vez? ¿Cuántos, de entre todos ellos, habrían estado siquiera enamorados? ¿Habrían sentido el calor de la pasión, la delicia de amar hasta el delirio? Probablemente, no muchos, así que él casi era un privilegiado. ¿Por qué entonces se sentía tan desgraciado? Miró el fondo de la copa con el ceño fruncido. 

"Dios... Va a ser otra de esas noches...", pensó.

Mientras estaba sumido en esos pensamientos, notó una presencia cerca de él. No levantó la vista, esperando que fuera solo alguien que pasaba a su lado, pues no tenía deseos de hablar con nadie. Ya había hecho suficientes sociales por esa noche. Mantuvo la vista baja al darse cuenta de que la persona se había detenido frente a él, y no se movía. Después de unos instantes se hizo evidente que no se iba a ir, y Joe levantó la mirada hacia delante, pero sin elevarla. Alcanzó a ver, frente a él, unos diminutos y finos zapatos, asomando apenas debajo del ruedo de un vestido color marfil. 

Solo entonces, al advertir que era una dama, miró hacia arriba. Se quedó un momento con la boca abierta, y con la sensación de que el corazón se le había detenido dentro del pecho. La mujer no sonrió, solo pronuncio unas breves palabras.

—Hola, Joseph...

Se puso de pie con tal celeridad que derribó la silla y sintió un tirón en el costado. La joven avanzó un par de pasos hacia él y Joe retrocedió otros tantos, manteniendo la distancia.

—¿Qué haces aquí? —balbuceó, sorprendido. Charlene estiró sus manos ante él y sonrió con tristeza.

—No te asustes, no voy a hacerte ningún daño, no otra vez...

—Solo quédate quieta y mantente lejos de mí.           

Ella dejó caer los brazos y retrocedió un poco. Se veía más alta, y más madura. Parecía una mujer. Lejos de la chiquilla caprichosa que él recordaba, aunque no podía evitar que la última imagen que había tenido de ella se le cruzara por delante.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?

—Estoy invitada a la fiesta. Mi esposo y yo estamos invitados.

Hizo una pausa, como si esperara ver algún tipo de reacción en Joe, pero él solo la seguía mirando con una mezcla de desconfianza y desprecio, así que continúo.

—Te vi apenas entramos, pero no me animaba a acercarme. Temía como reaccionaras.

—Pues debiste haber hecho caso de tus temores. No me agrada verte, no te quiero cerca de mí —le escupió.

—Y no te culpo, créeme que entiendo...

—¡Me importa un comino que entiendas o no! ¡No sé ni como te atreves a dirigirme la palabra, a estar siquiera en el mismo sitio que yo! ¡Déjame en paz, Charlene! Si de veras tienes esposo como dices, trata de evitarte un escándalo, ¡porque te juro que me está costando mucho contenerme!

—¡Por favor! —exclamó ella, suplicante—. ¡Por favor, dame solo un momento! ¡Tienes razón en todo! ¡No tengo perdón, pero por Dios, solo escúchame un momento! Te lo suplico...

Joe miró a su alrededor, consciente de pronto del lugar donde estaba, y de que se estaba alterando demasiado. Solo por respeto al rector, trato de dominarse.




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