El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 18

Cuando amaneció, Joe seguía sentado junto a la ventana, con el diario sobre su regazo. Lo había leído dos veces, había necesitado hacerlo así. Porque la primera vez tuvo tantos accesos de llanto, de furia, de dolor; que no estaba seguro de haber comprendido bien lo que decía. Se tomó una segunda vez para leerlo con más calma, pero no con menos tristeza. 

No era justo... Todo había sido un error desde el principio, un terrible error del que él era responsable en parte. Nada de todo esto habría pasado si hubiera sacado a Angie por la fuerza de su casa la primera vez, si hubiera enfrentado a su padre, si no se hubieran escondido. Nada de todo este sufrimiento, ni el suyo, ni el de ella. 

Miró el diario sin tocarlo. Se suponía que eso lo aclaraba todo, pero seguía teniendo tantas dudas, tantas preguntas. Podía entender el miedo de Angie. El miedo a su padre, el miedo a que algo le pasara a él. Claro que podía entenderlo, no era un animal. Se había sacrificado por él, saliendo de un padre represor para entregarse a... ¿Qué nombre se le podía dar a Terrance? Todo lo que se le ocurrían eran insultos... 

Tendría que tratar de controlarse con respecto a eso, porque cada vez que pensaba en ese desgraciado maltratándola, sentía fuego dentro suyo. ¿Así que el sinvergüenza amenazaba con matarlo? ¡Valiente hombre! Ni siquiera se había animado a pegar los golpes él mismo. Un cobarde, eso es lo que era. Solamente bueno para maltratar mujeres... 

"¡Cerdo!", pensó, tapándose la cara y suspirando profundamente. 

¿Por qué Angie seguía a su lado? ¿Por qué no buscaba ayuda? ¿Por qué no había corrido con él en cuanto pudo? Anoche... ¿Qué había dicho? Que nada de lo que decía el diario cambiaría la situación entre ellos. ¿Y eso qué significaba? No había venido hasta allí, desafiando a su marido, solo para decirle que todo iba a seguir igual, ¿o sí?

Volvió a hojear el diario. Otra vez su mirada recayó en el mismo párrafo que lo había llevado a leer. La forma en que había concebido a su hijo. Le revolvía el estómago, no podía evitarlo. Pensar en ella tratando de tener relaciones con ese hijo de puta... "Intentando" gozar con él para poder concebir. 

¡El idiota la manipulaba para que pusiera empeño en satisfacerlo! Se levantó de un golpe y empezó a caminar por la habitación, conteniendo las lágrimas otra vez. Se sentía a punto de estallar. Tenía que hacer algo, no podía quedarse de brazos cruzados. Necesitaba verla otra vez.

"¿Pero dónde? ¿Dónde la busco?", pensó, deteniéndose en medio del cuarto. 

No sabía dónde estaba, no tenía idea. "¡Idiota!", se dijo. ¿Cómo iba a ubicarla? No podía pedir ayuda a Scott, no para esto. No, ellos no debían enterarse. Este asunto tenía que manejarlo solo y sin interferencias. Si se enteraban iban a tratar de detenerlo...

"¿Qué hago?"

De pronto, tuvo un repentino impulso. Salió del cuarto y bajó hasta la cocina. Estaba desierta, aún era muy temprano. Trató de calmarse y de no ceder a la tentación de ir a golpear la puerta de Rosie. Lo logró durante diez minutos. Cuando no se aguantó más, volvió escaleras arribas. 

Abrió la puerta del cuarto de Nicky y vio que seguía durmiendo profundamente, así que se fue directo al cuarto de la mujer. Golpeó, maldiciéndose por todas las tonterías que estaba a punto de empezar a hacer. Pero no lo podía controlar. Después de unos momentos, Rosie asomó la cabeza.

—Joe, ¿le sucede algo?

—No, o si... Perdona que te despierte, aún es muy temprano, pero necesito hablar contigo.

—No se preocupe, pase.

—Pero si no estás vestida aún, puedo esperar...

—Déjese de tonterías, hombre. A esta altura no se va a asustar de ver a una mujer mayor en camisón. Pase de una vez.

Rosie se puso una bata, mientras él cerraba la puerta y se sentaba. 

—Sé que va a decir que soy una pesada, pero tiene muy mala cara. ¿Está bien?

—No, creo que no. Pero no te preocupes.

—Perdone por lo de anoche. Me sorprendió verla aquí, no supe qué hacer. Creo que me alegre tanto de verla , que perdí la perspectiva un poco. Me tomé la libertad de dejarla pasar sin saber si usted quería...

—No, está bien, hiciste bien. Ese no es el problema...

—¿Le hizo bien verla?

—No sé... Sí y no. Y ese el tema. Necesito pedirte algo. En realidad, más de una cosa.

—Dígame.

—Primero, discreción. Nadie tiene que saber que ella estuvo aquí.

—¿Tampoco sus amigos?

—Ellos menos que nadie.

—¿Por qué?

—Porque van a tratar de detenerme...

—Por Dios, si piensa que van a detenerlo, es que está por hacer algo imprudente.

—Necesito verla. Necesito hablar con ella otra vez.

—Pero ¿en qué puedo ayudar yo? Porque no solo va y habla... No comprendo.

—No sé dónde está. Vino aquí a escondidas de su esposo, me dejó su diario para explicarme lo que paso en estos años y se marchó diciéndome que todo seguía igual. Ese diario dice cosas terribles.




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