El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 19

—¿Aún me amas?

Ella le sostuvo la mirada un momento sin responder.

—¿Aún me amas? —insistió él.

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—La primera que me vino a la cabeza, como tú dijiste. La primordial, la que vengo haciéndome desde hace más de tres años.

—¿No has leído el diario? ¿No tienes allí la respuesta a eso?

—Sí, lo he leído. Pero quiero escucharlo de tu boca —le dijo con vehemencia—. ¡Mírame!

Levantó la cabeza, pero mantuvo un obstinado silencio, que a Joe le resultó frustrante. ¿Por qué no respondía?

—Está bien. Entonces voy a atenerme a lo que dice el diario. Puedo entender todo lo de tu padre, aunque hubiera preferido que lo desafiaras y vinieras conmigo, hubiéramos encontrado una solución. 

—Quería quitarte a Nicky. ¿Qué hubieras hecho entonces? ¡No podía permitir que hiciera algo como eso! ¿Qué querías que hiciera? —se defendió.

—No lo sé. Al final mi suegra desistió de todo. Murió no hace mucho. Quién sabe, tal vez no nos habría dado tantos problemas después de todo.

Angie lo miró con sorpresa, pero no articuló palabra.

—Pero ya no tiene solución, y son suposiciones. Quizás tu padre habría logrado perjudicarme y quizás no. Pero hubiera preferido enfrentarlo todo contigo, hubiera podido con todo, te lo juro.

—No podía correr el riesgo. No con Nicky...

—Entiendo que te comprometieras, aunque fue un golpe durísimo. ¿Sabes lo que fue leer esa noticia en el diario, y luego ir a mi cuarto a mirar nuestras sortijas? ¿Sabes lo que fue eso para mí?

Angie notó que se estaba enojando y apretaba los brazos del sillón con fuerza.

—Tampoco fue fácil para mí pasar por eso, ¿acaso crees que estaba feliz?

—Supongo que no...

De pronto se levantó y fue a tomar su chaqueta, buscando algo en el bolsillo. Volvió a sentarse frente a ella, y abrió ante sus ojos la cajita de terciopelo. Las alianzas centellaron a la luz del sol que entraba por la ventana, y Angie se quedó mirándolas fijamente.

—¿Las recuerdas? Dime qué te causa verlas, dime si te pasa lo mismo que a mí cada vez que abro esta caja y siento que el corazón se me parte...

Silenciosas lágrimas empezaron a rodar por el rostro de Angie, que volvió a quedarse callada. Joe cerró la caja de un golpe y la puso sobre una mesita que había a su lado con otro golpe.

—Entonces, digamos que puedo entender hasta lo del compromiso. Lo que no consigo entender, a pesar de todo lo que leí, es el silencio.

—¡No podía hacer otra cosa! —estalló ella—. Si me descubrían...

—¡¿Y ahora no tienes miedo de que te descubran?! ¡Solo necesitaba una carta! ¡Nada más que eso, para entenderte! ¡Y era mucho menos arriesgado que aparecer en mi casa en plena noche, con un maldito diario!

—¡Tenía miedo! ¡¿Qué querías que hiciera?! ¡Estaba aterrada por ti! ¡No sabía si estabas bien, si mi padre mentía y estabas muerto o que! ¡Y tenía miedo por ti! ¡No por mí! ¡Todo lo hice por ti!

—¡¿También casarte?! ¡¿Después de cumplir los veintiuno?! ¿Cuando ya no tenías necesidad? ¡¿Por qué hiciste eso?!

—¡Porque la amenaza seguía en pie! ¿No te das cuenta? ¡Esto no se trataba de si yo era mayor o no! ¡Se trataba de que me mantuviera alejada de ti! ¡Creí que hacía lo mejor para ti! ¡Que te protegía!

—¡Hubiera preferido que no lo hicieras! ¡Fue un error, un maldito error!

Joe se puso de pie y empezó a caminar por la habitación, furioso. Esta no era la clase de conversación que había pensado tener, pero no podía contenerse. Las palabras empezaron a escapársele a borbotones.

—¿Tienes la menor idea de por lo que he pasado? ¡Tú mejor que nadie sabes lo que eras para mí! ¡Tú eres la única que verdaderamente sabe lo que esa relación significaba! ¿Tienes idea de la cantidad de veces que quise morirme? ¿Y de que solo Nicky me detuvo?

—¡No me digas eso, por favor! —empezó a llorar ella otra vez.

—¡Claro que te lo voy a decir! ¡Hace años que lo tengo atragantado, así que ahora me vas a escuchar!

Angie bajó la cabeza y empezó a llorar con más fuerza. Ella tampoco había imaginado que esta reunión acabara así.

—Noches y noches y noches, imaginando como ese desgraciado dormía contigo. Como te tocaba, como te hacía el amor. ¡Y pensando que tú lo disfrutabas!

—¡No era así! —se defendió ella.

—¡Pero yo no lo sabía! ¡Me volvía loco, quería darme la cabeza contra la pared! ¡¿Sabes lo que es eso para un hombre?! ¡¿Tienes la menor idea de lo que es imaginar a la mujer que amas, acostada con otro?!

De pronto, Angie se levantó y avanzó hacia él con expresión furiosa.

—¡Eres un maldito egoísta! —dijo, golpeándolo en el pecho—. ¡Solo piensas en ti! ¿Qué crees que sentía yo, dejando que me tocara? ¿Crees que lo disfrute!? ¿Crees que es agradable para una mujer soportar una cosa así, día tras día? ¡Y lo hacía por ti! ¡Y lo sigo haciendo por ti! ¿Cómo te atreves a cuestionarme por eso? ¿Con qué derecho? ¡¿Acaso me has guardado fidelidad todos estos años?! ¡¿Acaso no has estado con mujeres?! ¡Y no me digas que no lo disfrutaste, porque no te creo! ¡Sé de todas las aventuras que tuviste! Así que no me des lecciones de moral, ¿oíste?




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