El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 22

Durante casi un mes, al menos, las cosas parecieron acomodarse para ambos. Joe había vuelto al trabajo, y había llegado a un acuerdo para trabajar hasta las tres de la tarde, llevándose el resto del trabajo a casa, cuando no lograba terminarlo. En realidad se lo llevaba a casa de Colette todos los días, y se entretenía con eso mientras esperaba a Angie. Como fuera, nunca volvía antes de las seis, que era su horario habitual, y nadie sospechaba nada. 

Se mantenía de bastante buen ánimo y eso también alejaba de sí miradas curiosas o especulativas. Estaba feliz, pero obviamente no eufórico. Las circunstancias no daban como para eso. Su situación con Angie distaba de ser la ideal, pero era lo mejor que podían tener por ahora, y se conformaba con eso. 

No había vuelto a mencionarla en la casa y nadie había vuelto a preguntar por ella. Ni siquiera Rosie, que era bastante consciente de que se veían a escondidas, pero guardaba un discreto silencio. Intentaba no pensar en Terrance, intentaba no nombrarlo y daba gracias de que Angie hacía lo mismo. Mientras estaba con ella, era muy fácil quitarlo de en medio. 

Cuando estaban juntos sentía que era suya, como lo había sido siempre, como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si no existiera nada fuera de esas cuatro paredes. Pero cuando ella se iba y él se quedaba a solas, cuando se iba a dormir por las noches, sobre todo los días que no la veía... Era un esfuerzo enorme sacarlo de su cabeza. No pensar en que estarían haciendo. 

En si ella no tenía problemas, en si él no descubría algo, o si la trataba mal. Tenía que mantenerse muy alerta con eso, porque a veces los pensamientos se le escapaban sin quererlo, y sentía como le hervía la sangre. No podía permitirse perder el control, o todos estarían en peligro. Así que se concentraba en la imagen de Angie, en el recuerdo de su último momento juntos, y eso lo calmaba. Eso, y esperar el próximo encuentro.

Amy, por su parte, también venía llevando las cosas bastante bien. Terrance parecía contento con su cambio, y se mostraba más amable y permisivo. Ya no estaba tan pendiente de sus horarios, pese a lo cual Angie seguía extremando sus cuidados, pues no quería dejar cabos sueltos y que las cosas se echaran a perder. 

En ese lapso, llevó a casa dos vestidos y un abrigo nuevos, con lo cual su esposo se vio conforme por el estilo y la elegancia que estaba llevando, y la animó a que siguiera adelante con la renovación de su guardarropa.

Animada con esto, y para cumplir con la promesa que le había hecho a Terrance, empezó a visitar a un doctor. Aun sabiendo cuál sería la respuesta, se sometió a todas las pruebas otra vez, y cuando el médico menciono, obviamente, que no había nada que hacer, ella misma insistió en que siguieran probando con otras cosas, solo para estirar un poco la situación y que Terrance viera que realmente se interesaba en el asunto. 

No era agradable seguir poniendo su cuerpo a esos experimentos, pero si era capaz de poner su cuerpo a disposición de Terrance para conservar su pequeña libertad, bien podía con esto también, pensaba.

Y en lo que les incumbía a los dos, en sus encuentros, allí sí todo era maravilloso, casi perfecto. Como un pequeño oasis, apartado del resto del mundo. Se veían con regularidad, y podría decirse que ahora, pasada la euforia del primer momento, sus encuentros eran más adultos.

No siempre hacían el amor. A veces disfrutaban solo de quedarse abrazados frente al fuego y de charlar hasta por los codos, acariciándose y besándose dulcemente. Otras veces, volvían a jugar como antaño, como chicos. Corriendo por la habitación y riendo. Cuando hacían el amor, tampoco las cosas eran siempre iguales. Tenían días desenfrenados, en los que casi no llegaban a quitarse la ropa. Días en que la ropa de cama parecía haber sido sacudida por un huracán. Y días en que ni siquiera la tocaban, porque preferían yacer desnudos sobre la alfombra, frente al fuego, y hacerse el amor mutuamente, con lentitud y abandono.

Tuvieron un día muy particular, difícil de olvidar, porque empezó siendo muy sensual y terminó en forma algo accidentada. Joe había estado algo incómodo toda la mañana. Su vieja herida no le daba problemas hacía mucho, y cuando tuvo el primer indicio al levantarse, se maldijo por su mala suerte. Estaba seguro de que vería a Angie ese día, y no había un momento más inoportuno que este para que le pasara. 

Pero con el correr de la mañana, esa pequeña puntada que había tenido al levantarse, solo dejó lugar a una molestia, una especie de tirón que bien podía soportar. Se fue a trabajar como de costumbre, y trató de no hacer ningún movimiento brusco que terminara empeorando las cosas. Para mediodía se sentía mejor y decidió que podía acudir a la cita sin problemas. Tal vez si manejaba las cosas con calma, si solo charlaban, lograría sortearlo esta vez, y que desapareciera sin mayores problemas.

Las cosas se le presentaron de otra manera. Apenas Angie cruzó la puerta y lo besó, se dio cuenta de que ese día no tenía demasiadas intenciones de charlar. Se apretó a él como si quisiera fundirse en su cuerpo y su mirada le decía todo. Joe trató de enfriar un poco las cosas. No era el mejor día para una sesión de sexo efusivo. Empezó a retroceder, riendo, mientras Angie lo perseguía e iba quitándole la chaqueta.

—Oye... ¿Qué te pasa?

—Adivina… —le contestó ella riendo también, ahora desabrochándole el chaleco—. Anoche soñé contigo... ¿Adivina qué?




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