El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 23

Dos días soporto Angie sin ver a Joe. Dos días en los que pensó que iba a enloquecer sin tener noticias suyas, sin saber si estaba bien. Se había quedado sumamente preocupada, y el no poder quitarse ese temor, el no tener forma de averiguar como se encontraba, la destrozaba. 

Para colmo, Terrance parecía casi instalado en la casa. Algo sucedía, estaba segura. Sus abogados, y otros hombres que no conocía, entraban y salían de la casa a toda hora, y él parecía preocupado, tanto, que casi no le prestaba atención durante el día. Pero la buscaba por las noches, y en el estado de inquietud que ella tenía, complacerlo esta vez se le hizo duro. 

No supo si fue porque ya mentía muy bien, o porque él tenia la cabeza en otra parte, pero salió bastante bien parada del asunto. Él, hasta se disculpó por estar un poco desatento esos días y le agradeció que ella fuera tan considerada. Era un remanso para sus problemas de trabajo, le dijo. 

Solo para poder alejarse de su casa, pero sin animarse a acercarse a la de Colette, Angie volvió a visitar al médico. Volvió a insistir con algún tratamiento que la ayudara, y el hombre, solo para darle el gusto y aun sabiendo que era inútil, accedió a que probara algo nuevo. Llevaría un tiempo, le dijo, pero tal vez tuvieran suerte. 

Volvió a casa, para darle la noticia a Terrance, y este pareció tomarlo casi con alivio, cosa que la confundió un poco.

—Bueno, son buenas noticias —le dijo—. Entonces, eso lo decide todo.

—¿Decidir qué? No te comprendo...

—Que nos quedamos aquí definitivamente. No volveremos a Suiza...

"Bueno, yo no tenía ninguna intención de hacerlo, de todos modos. ¿Pero a que viene eso?"

—¿Por qué? ¿Qué sucede? —se obligó a preguntar.

—Problemas que no vienen al caso. Pero no nos conviene residir allí. Hay cosas que se complicaron. De todas formas, yo tengo que viajar, aunque sea una vez más, para terminar con algunos negocios, cosas legales. Levantar mis oficinas para trasladar todo aquí. Aprovecharé para cerrar la casa. Después veremos que hacemos con ella.

Angie trató de controlar la excitación que estaba empezando a sentir. Y aunque era lo último que deseaba hacer, correspondía que preguntara.

—¿Quieres que te acompañe? —Terrance sonrió complacido y le acarició la cara.

—No, mi querida. No es conveniente. Mejor te quedas aquí y te dedicas a ese tratamiento. Tanto movimiento seguro no sería bueno, y no podrás hacerlo si estás viajando conmigo. Prefiero que te concentres en eso, y en tus bonitos vestidos, y esperes mi regreso. Ahí sí, volveremos a intentarlo. Y esta vez va a resultar, ya verás.

Angie sonrió, tratando de no parecer feliz en exceso, aunque por dentro tenía ganas de gritar. ¡Iba a dejarla sola!

—¿Cuánto tiempo estarás fuera?

—Dos o tres semanas deberían bastarme, pero trataré de volver pronto, lo prometo. Espero que las cosas no se compliquen...

La sombra que vio en sus ojos, le dio la pauta de que tenía algún tipo de problema con la justicia... ¡Vaya! Tal vez no era tan indestructible después de todo. Tal vez si le rogaba a Dios con mucha fuerza, tuviera un golpe de suerte y terminara encarcelado por alguna fechoría en Suiza, y ella se vería libre de una buena vez. Quien sabe. Mejor no ilusionarse de antemano, pensó. Pero le bastaba con esa promesa de días enteros sin su presencia, para disfrutar con Joe. 

Libre... Aunque solo fuera un poco. No se engañaba. Tendría que tener cuidado de todas maneras, seguro iba a dejar a alguien vigilando. No lo subestimaba, para nada. 

Al día siguiente estaba excitadísima mientras iba al encuentro de Joseph. Temía que no estuviera esperándola, que tuviera que guardar cama, encontrar malas noticias. Abrir la puerta y encontrarlo allí, recostado en la cama, esperando, fue la imagen más hermosa que tuviera en muchos días. 

Casi corrió a echarse sobre la cama, a su lado, sin una palabra. Joe la envolvió en su abrazo y la besó largo y con abandono. Cuando la soltó, la miro con expresión soñadora, apartándole el pelo de la cara.

—Hola... Nunca deja de sorprenderme lo dulce que sabe tu boca. Te extrañé… —le dijo.

—Y yo a ti... ¿Estás bien? Estaba tan preocupada, Joe...

—¿Me veo mal?

—Jamás, siempre vas a ser el más guapo, y eres todo mío... ¡Y te amo!

Ahora él echó la cabeza atrás con una carcajada, que a ella le sonó a campanas. Estaba bien, estaban juntos, ¡y era maravilloso!

—Tengo algo para ti —le dijo él.

—Y yo una buena noticia...

—¿Cuál?

—No, tú primero.

—Bueno, hay algo que no te he dicho. En el tiempo que estuvimos separados, escribí mucho. Muchísimo, me servía de desahogo. Y hace un tiempo, alguien vio esos escritos por error, más bien por una imprudencia mía... Y... 

Metió la mano debajo de la almohada, y sacó un pequeño libro, su libro. Lo puso en manos de Angie que lo miró extrañada.

—¿Oswald Renoir? ¿Quién es?

—Soy yo, es un seudónimo. No me animé a poner mi verdadero nombre, me avergonzaba un poco...




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