El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 25

Joe llegó a casa de Colette pasadas las dos de la tarde. Usó su llave en lo que pensó sería la última vez, y una vez dentro de la casa, se le ocurrió que tal vez no había sido una buena idea. ¿Qué tal si Colin estaba ahí? ¿Por qué no se le había ocurrido esto antes? Tal vez porque no tenía la cabeza muy fresca. 

Había pasado la noche en vela, con pensamientos más que sombríos, alternando entre la culpa y el enojo, y sin haber resuelto demasiado. Scott no había pasado por su casa tampoco, así que no tenía noticias de ningún tipo.  

Se asomó a la puerta con cuidado, y alcanzó a ver a una de las criadas, que andaba en el pasillo con un atado de ropa. Al reconocerlo, la mujer lo saludó, y Joe la llamó con la mano, para interrogarla acerca de si su señora se encontraba sola y visible. La mujer respondió que sí, que estaba levantada desde muy temprano, y sí, también estaba sola, así que Joe le rogó que le avisara que deseaba verla. 

Después que la mujer se marchó, Joe paseó la mirada por la habitación, con algo de tristeza. Había estado muy a gusto aquí, a pesar de la situación. Había sido un hermoso refugio, su pequeño lugar en el mundo. Suyo y de Angie.

La puerta se abrió a sus espaldas, y se volteó para encontrar a Colette. Se veía muy compuesta, pero tenía una expresión triste. Solo al verla más de cerca notó que había estado llorando.

—Lo lamento, Colette... Lo lamento tanto —dijo, abrazándola. La joven le palmeó apenas la espalda, y lo alejo de sí rápidamente.

—Mejor mantengamos la distancia, no quiero más malos entendidos.

—¿Colin está aquí? La criada dijo...

—No, ya no está aquí. Se marchó muy temprano.

"¡Entonces paso la noche aquí! Gracias al cielo..."

—Vaya, me preocupaba donde hubiera pasado la noche. Me alegro de que las cosas se hayan arreglado.

—Yo no dije que las cosas se hubieran arreglado. Si pasó aquí la noche, no iba a dejar que anduviera solo por ahí en ese estado.

—Oh, pensé...

—¿Qué pensaste? ¿Que habíamos hecho el amor y eso lo arreglaba todo? Pues no es así. Si hicimos el amor, pero eso no cambia las cosas.

—¿No le explicaste? A mí no me creyó, pero a ti seguro que sí.

—Sí, claro que me creyó. Después de decir algunas barbaridades, algunas bastante ofensivas...

La muchacha se veía dolida y a Joe se le estrujó el alma. Colin no podría haberle dicho cosas irremediables... ¿O sí?

—Sabes que estaba borracho, no es él quien habla, es el alcohol que le hace decir ciertas cosas… —dijo tratando de disculparlo.

—¿Tú crees? Yo no. Creo que, en todo caso, el alcohol te libera de algunas inhibiciones y te saca lo que tienes dentro. Creo que en realidad siente todo lo que dijo...

—Estaba enojado por la mentira. Y desesperado, porque creyó que tú y yo... Pero te perdonará, estoy seguro.

Colette lanzó una risa algo irónica y Joe se quedó algo desconcertado.

—Ya me perdonó. La mentira no es el problema. Eso si pudimos solucionarlo en la cama, después de mutuas promesas de decirnos todo, de no callarnos nada. Y ahí está el verdadero problema. Que no sé si yo pueda perdonarle a él...

—¿Por qué? No entiendo.

—Porque todo esto me ha hecho pensar mucho. Es lo que hice mientras él dormía, pensar. Y replantearme algunas cosas. No estoy segura de si quiero pasar el resto de mi vida con un hombre que no confía en mí...

Lo dijo con tal tono de dolor, que Joe se sintió alarmado. ¡Esta era una derivación que no esperaba! ¡Y todo era su culpa!

—No digas eso, él sí confía en ti.

—Valiente forma de demostrarlo, ¿no te parece? No, Joe. En el fondo, sigue pensando que soy una perdida. Analiza un poco la situación. Te vio salir de aquí durante tres días, tres días enteros estuvo sentado en un coche de alquiler, frente a la puerta, masticando sus dudas, y cuando no lo soporto más, ¿qué hizo? Ir a golpearte, a increparte, a preguntar por qué lo traicionabas. Ni por un momento se le cruzó venir primero aquí, a preguntarme qué sucedía. Fue directo contigo. Entonces, no solo pensó que tú me seducías, dio por descontado que yo había aceptado. Ni por un momento dudó de eso, ¿te das cuenta?  Y esto no sucedería, si yo no hubiera sido una prostituta. Me cree capaz de hacerlo. Solo vino aquí después de hablar contigo, a corroborar lo que tú le habías dicho. ¿Cómo puedo vivir con eso, Joseph?

—Dios mío, Colette, perdóname. Todo esto es culpa mía. Yo te metí en este lío...

—No, ma cherie. Tú no tienes culpa. Soy una mujer adulta y sé lo que hago. Y volvería a hacerlo. Pero me ha servido para darme cuenta de cómo son las cosas. Esto habría pasado tarde o temprano, con cualquier otro hombre. Y puede que siga pasando. ¿Verá Colin en cada gesto inocente que yo haga, en cada sonrisa, en un roce casual, que trato de coquetear con otros hombres? ¿Siempre va a ser así? Creo que él tampoco se había dado cuenta hasta ahora, y eso es lo que está pendiente entre nosotros. Y no estoy segura de que pueda arreglarse, pero no es tu culpa. En todo caso es mía, por haber llevado la vida que lleve... Y por creer que podía dejarla atrás definitivamente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.