El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 27

Joe dio gracias en silencio de que las cosas se hubieran desencadenado tan rápido, porque eso no le había dejado demasiado tiempo para pensar. De haberlo hecho, tal vez se hubiera arrepentido. Pero los nervios de un inminente encuentro con Angie alejaron un poco sus pensamientos de lo que más temía: El lugar. 

Casi no probo bocado, pero trató de entretenerse un rato con Nicky, charlar con Rosie y revisar las tareas de Benny, que por suerte había vuelto a la buena senda. Intentó mantener el ánimo en alto y alejar a Colin de su cabeza. No podía con eso también, al menos no hoy. 

Se marchó alrededor de las ocho, ya impaciente, y le sugirió a Rosie que no se inquietara si no volvía, a lo que la mujer solo respondió con una señal de asentimiento con la cabeza, sin preguntar nada. 

Se fue caminando hacia la casa a paso vivo, pero una vez que estuvo en la acera de enfrente, no pudo seguir. Se quedó como clavado allí, mirando la casa. No le agradaba la idea de estar dentro, solo, durante mucho tiempo. Pero tampoco podía quedarse allí eternamente, no quería encontrarse con Angie en plena calle, no era prudente. 

Para las nueve de la noche, se dijo que no podía esperar más, así que inspiró hondo y cruzó la calle. Volvió a quedarse clavado frente a la puerta con la llave en la mano.

"¡Dios, Joseph! Si te vas a poner así para cada paso que tengas que dar, esto no va a funcionar...", se dijo. Así que volvió a armarse de valor, metió la llave, dio dos vueltas y empujó la puerta. 

Se quedó mirando hacia adentro, sin dar un paso. Estaba totalmente oscuro.

"Por supuesto, idiota. Es de noche... ¿Qué pensabas? Tienes que entrar a la casa a oscuras, y buscar algo con que iluminarte. No seas tonto, no eres un niño... Ahí dentro no hay nada, solo recuerdos."

Se metió de golpe, casi corriendo, dejando la puerta abierta para que hubiera una mínima fuente de luz, y trató de recordar el camino a la cocina. Allí debería haber algo con que iluminarse.

Una vez allí, fue casi tanteando hasta la ventana más próxima y la abrió, no sin poco esfuerzo. Un tenue rayo de luz de luna, ilumino un poco la estancia, solo lo suficiente para dejarle ver un candelabro sobre la mesa, y las cerillas junto a él.  Antes de que llegara a ellos, las nubes volvieron a ocultar la luna y se quedó sumido en la oscuridad otra vez. A tientas busco las cerillas y encendió una. Su tenue parpadeo, lo tranquilizo un poco y prendió una a una, las cuatro velas. 

"Por fin...", suspiró. "Así está mejor".

Tomó el candelabro y volvió sobre sus pasos para cerrar la puerta, no sin antes echar un vistazo al cielo. Ojalá no lloviera, no quería pasar una tormenta en esta casa.

Paseó la mirada por la sala, y fue encendiendo las lámparas que encontró a su paso, una a una. Pero solo un par tenían combustible. Entre esas y un par de candelabros más, logró al menos una tenue iluminación.

Tenía que recorrer la casa, aunque no le gustara, ver en qué estado estaba. Hacía mucho tiempo que no estaba allí. Y no podía evitar sentirse intranquilo. No paseaba por esa casa desde que era niño, al menos sobrio. La última vez no contaba. Estaba demasiado borracho, y tenía la firme intención de volarse los sesos. 

Miró en derredor, todo parecía ordenado y bastante limpio, no debería hacer mucho que la persona que se encargaba del mantenimiento había estado allí. Solo los muebles tapados, denotaban que la casa estaba vacía. Desvió la mirada hacia el rincón que había usado como refugio la última vez. No había rastros del desastre que había hecho esa noche. Entonces lo recordó, y muy a su pesar, levantó la lámpara sobre la chimenea. 

El cuadro de su madre seguía ahí, con una parte hecha jirones. Hasta donde había alcanzado su furia y su mano. La parte superior estaba intacta. Seguía mirando con su serena belleza, tan diferente de la última imagen que tuviera de ella. Retrocedió un par de pasos alejando la luz y se pegó media vuelta. Tendría que sacar ese cuadro. Mejor recorría el resto de la casa y se alejaba de ahí, porque el corazón le latía a una velocidad pasmosa.

 Se obligó a ir escaleras arriba, pasando por los pasillos de la planta baja, sin mirar a los costados, y empezó a recorrer los cuartos. Abrió el de sus padres, pero no entro. Luego el suyo propio, y tampoco era un buen lugar. Los recuerdos allí también eran inquietantes. Finalmente, abrió el cuarto de su abuela, y entró sin pensarlo. 

Fue a la ventana y descorrió las cortinas, sin ningún sentido. La única luz seguía siendo la de la lámpara, que depositó sobre una mesa. No recordaba haber estado nunca allí. No recordaba que su abuela lo hubiera llevado alguna vez, para nada. Fue hasta la cama, y quitó de un tirón las telas que la cubrían. Tenía un bonito cubrecama de brocado rojo. Pasó la mano sobre él, y dio un golpe sobre el colchón. No había polvo, estaba limpio. 

Se sentó sobre ella y se quedó un momento pensando. Este era un buen sitio. Aquí no se sentía incómodo. No sentía nada en realidad. No tenía recuerdos ligados a esa habitación. Tal vez Scott tenía razón, si lograba poner un recuerdo agradable en ese lugar, todo sería más llevadero. 

"Bueno, abuela, tal vez por una vez haya algo de amor en este cuarto. Seguro nunca soñaste que tu nieto se revolcara en tu cama...", pensó con ironía, y se arrepintió inmediatamente de eso. Era casi una blasfemia, pero era cierto. De todas formas, "revolcarse" no era una palabra que él utilizara. Ni sabía por qué lo había dicho.




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