El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 30

Joe llegó a la casa cerca de las nueve y media. Esta vez pudo entrar directo y sin tanto preámbulo. No es que la casa ahora no le produjera nada, no se engañaba. Pero al menos no esa sensación de terror que lo hacía descomponerse. Ahora sentía que podía dominarse, aunque no se sintiera del todo cómodo. 

Fue encendiendo las lámparas y candelabros, y con total premeditación tomó uno y se fue directo a la sala de música. Si le iba a pasar algo otra vez, mejor que fuera ahora y no cuando Angie llegara. No quería pasar por eso otra vez, ni que ella lo pasara. 

Se paseó por la sala con el candelabro en alto, y la estancia estaba bastante iluminada, porque era una noche de luna plena. Seguía sintiéndose agobiado ahí, pero el terror había quedado atrás, eso era seguro. Se marchó dejando la puerta abierta. No quería más puertas cerradas, no más temores encerrados en habitaciones oscuras. Había terminado con eso.

El beso de bienvenida con Angie fue tan largo y apasionado, que casi les dejó sin respiración a los dos. Se soltaron, jadeando y riendo a un tiempo, y se miraron por un momento con ansia. Luego Joe se acercó y la abrazó con dulzura. Se suponía que debía tener cuidado, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. De pronto la deseaba tanto, que el resto de la casa casi pareció desaparecer. 

Por suerte, para él, Angie pareció un poco más controlada porque se apartó y tomándolo de la mano lo llevó al centro de la sala. Allí, a la luz, lo observo con atención, y no le gusto demasiado lo que vio. Se veía mucho mejor que la noche anterior, pero estaba ojeroso.

—¿Pudiste descansar? —le dijo, acariciándole la mejilla.

Joe asintió sonriendo, y besándole la mano.

—Si, hasta creo que descanse demasiado. Dormí todo el día y toda la noche. Me desperté hoy a las seis de la mañana, con el médico frente a mi cara...

—¿Colin?

—Por supuesto que no —contestó con dureza—. Otro doctor. Se asustaron porque dormía tanto y lo llamaron.

—¿Y qué dijo? ¿Estás bien?

—Sí, solo que descansara, y eso ya lo hice. Que comiera, y también lo hice. Que me quedara en la cama... Pero eso ni en sueños.

—¿Tenías que guardar cama, y de todas formas viniste? —lo reconvino algo enojada.

—Dijo que solo era una recomendación, pero que si me sentía bien podía levantarme —se defendió—. Y me siento bien. Y quería verte.

—Tal vez deberías haberte quedado...

—¿Tú no tenías deseos de verme? ¿Temes repetir la experiencia de la otra noche?

—¡No, por Dios! ¿Cómo se te ocurre? Yo siempre quiero verte, no quisiera separarme de ti jamás —respondió besándolo suavemente—. ¿Cómo te sientes con eso?

—Mejor, le conté a Scott. Y eso me hizo bastante bien, me hizo darme cuenta de que, a pesar de que no deje de dolerme, de que es algo que jamás voy a olvidar, ya puedo hablar de ello. Y me angustia menos que antes. Al menos hoy pude entrar aquí sin tanto miedo, hasta estuve en la sala de música y no me paso nada.                         

—Eso es bueno... ¿Quieres que subamos?

Asintió sin palabras y la condujo escaleras arriba, tomados de la mano. Dejó la lámpara sobre la mesa, y se volvió hacia ella, mirando cómo se quitaba la capa y la arrojaba a un lado, mientras le sonreía con picardía.

—Traje algo que recuerdo te gustaba...

Y sin más, empezó a quitarse la ropa hasta quedarse con una fina enagua de seda que Joe reconoció de inmediato.

—Es cierto, me gustaba... Y me sigue gustando. No creí que la conservaras —dijo sonriendo y acercándose a ella.

—¿Cómo crees que podría desprenderme de ella, si fue la depositaria de tus primeras caricias?

Joseph la tomó por la cintura con un brazo, atrayéndola contra él, mientras depositaba la otra mano sobre su pecho y lo masajeaba con suavidad, sin decir palabra. Angie entrecerró los ojos, jadeando, y él sintió crecer su excitación con tal fuerza que se apartó de pronto.

—¿Qué te sucede? ¿Te sientes mal?

Él se sacó la chaqueta y la arrojó a un costado, mesándose los cabellos con nerviosismo, mientras lanzaba una risita.

—No, todo lo contrario. Me siento muy bien... Demasiado bien. Es solo que el médico dijo que fuera mesurado, y no me parece que pueda. Estoy un poco...

Hizo con la mano un gesto elocuente, como de ebullición, que Angie recibió con una sonrisa pícara.

—Yo también… —reconoció—. Así que tienes que ser mesurado... Tal vez entonces deba ser yo quien lleve el ritmo. Y prometo no hacerte daño... ¿Quieres?

Se fue acercando hasta quedar frente a él, pero sin tocarlo.

—¿Sabes? Que me hables con ese tono gatuno no ayuda demasiado a mi mesura, más bien, me lo haces difícil —le dijo con los ojos brillantes.

—Tienes razón, es complicado. También a mí me cuesta contenerme, pero lo intentaré. No te tocaré si no quieres.

Joe no le contestó, solo se quedó mirándola por unos momentos, y ella vio cómo su mirada se hacía cada vez más ardiente, hasta que empezó a quitarse el chaleco, y a deshacerse de la corbata. Empezó a desprender su camisa, y entonces Angie se acercó a él, y lo detuvo con delicadeza, terminando ella la operación. Luego lo empujó hasta un sillón y lo obligó a sentarse, para luego desabrocharle el pantalón. 




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