El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 35

Joe suspiró, echándose atrás en la banca. Ese no era un buen lugar a estas horas, era peligroso. Pero no quería volver a casa en ese estado. No hasta que todos estuvieran durmiendo y pudiera escabullirse a su cuarto tranquilamente. Necesitaba  ordenarse un poco, calmarse. Bueno, al menos su cuerpo parecía haberse calmado, pensó mirándose las manos, que se veían firmes. Le habían  temblado durante dos días, pero ahora eso había desaparecido. Lo que no se calmaban eran los temblores de su mente. 

Estaba algo asustado, no tanto como antes, porque había logrado controlarse. Bueno, no tanto como para no enfrentar a Terrance, pero sí lo suficiente para no matarlo. Porque tuvo tantos deseos... Tantos deseos de romperle el cuello, una necesidad casi física. El sentir como se ahogaba bajo su mano, le había causado placer.

"¡Dios, que espanto!", pensó, escondiendo la cara entre las manos.

¿Cómo podía pensar algo así? Era monstruoso, era convertirse en Terrancel. ¡Exactamente lo que Angie le había dicho!

Levantó la cabeza, presa del pánico. "¿Qué has hecho? ¿Qué demonios hiciste, Joe? ¿Y si se desquita con ella? ¿Si ahora vuelve a casa y la emprende contra ella? ¡¿Qué has hecho!?"

No lo había pensado. De hecho, no había podido pensar en nada porque no podía recordar el momento exacto en que había dejado la casa. Trató de hacer un esfuerzo, pero no lo recordaba. Solo que estaba en el escritorio, lleno de negros pensamientos porque Angie no daba señales y él imaginaba todo el tiempo cosas terribles. Que Terrance le estaba haciendo cosas terribles. Y luego tenía al desgraciado atrapado contra la pared y unas ganas enormes de sacarle los sesos a golpes.

Volvió a mirarse las manos, como si las tuviera sucias de sangre, pero estaban limpias. 

"Mi corazón es lo que está sucio... ¿En qué me he transformado?"

Volvió a casa pasadas las once. Todos dormían, y se apresuró en llegar a su cuarto. Se echó sobre la cama vestido, y seguro de pasar otra noche terrible, pero se quedó dormido al cabo de un momento, logrando conciliar el sueño después de dos días de insomnio.








 

Joe no le dijo a nadie lo que hizo. Después de la noche de sueño y de un buen baño, se sintió mejor. Y el arranque que había tenido parecía haber liberado algo de la tensión que tenía acumulada. Pero eso no le evitaba tener una mezcla de miedo y vergüenza por lo que había hecho. Y una intranquilidad bastante grande con respecto a Angie. 

Gracias a Dios, eso no duró mucho. Colette le envió una nota a media mañana, a la Universidad. Angie quería verlo por la tarde, había mandado una nota con su criada, y se escaparía para las tres.

Suspiró con alivio, eso significaba que estaba bien, aunque no tenía idea de cuál fuera su estado de ánimo. ¿Terrance le habría dicho algo? ¿O se habría callado la boca? Las horas hasta la tarde se le hicieron eternas, y cuando llego a la casa, le sudaban las manos por los nervios.

Angie llegó pasadas las tres y media, con una enorme sonrisa que le devolvió el alma al cuerpo. Se echó en sus brazos y lo besó.

—Te extrañé mucho... 

—También yo... A horrores —le dijo mirándola a los ojos fijamente—. ¿Estás bien?

—Mucho mejor, no te preocupes, todo está bien con eso. Él está siendo muy amable. No quiero que pienses más en ello... ¿Y tú? ¿Estás más tranquilo?

"Correcto, no le dijo nada. Tal vez sirvió de algo después de todo". Se obligó a sonreír lo más convincente que pudo.

—Sí, estoy más tranquilo...

—Gracias a Dios, no peleemos más, por favor. Yo te necesito, pero necesito de tu dulzura, de tu amor, de tus caricias... ¿Me comprendes? Eso me consuela y me da fuerzas para enfrentar cualquier cosa.

Joe se agachó y la besó. También la necesitaba, necesitaba de su calor para borrar tanto frío como había tenido en el alma estos días. Necesitaba borrar de su memoria esos momentos oscuros y terribles, necesitaba de su luz...

Cerró las cortinas de la habitación y apagó todas las velas. Vio como ella se quitaba la ropa en la del cuarto e intentó no mirar las marcas que aún eran visibles en su cuerpo. También se quitó la ropa y solo se abandonó a las caricias, a los besos, a las  sensaciones que ella provocaba en su cuerpo y a provocarle a ella las más exquisitas que pudiera imaginar.

Quería recompensarla, borrar toda huella de dolor, de sufrimiento, solo darle calor, placer y amor hasta enloquecerla. Hicieron el amor con un abandono y un cuidado esmerado, hasta que quedaron rendidos y soñolientos, uno en brazos del otro, desnudos sobre la cama, agotados y palpitantes aún, besándose suavemente.

Durante dos semanas, al menos, disfrutaron de una bien merecida paz. Se veían cada tres o cuatro días, dependiendo de las ocupaciones de Terrance y el tiempo que estuviera fuera de casa. Por suerte ahora solía pasar casi todo el día fuera, todos los días. Eso ponía feliz a Angie, que intentaba mantenerlo contento para que no tuviera ningún motivo de queja.

De todas maneras, era prudente. Resistió a la tentación de verse todos los días con Joe, porque no quería tentar a su suerte.

Ni una sola vez, en todo ese tiempo, noto que la seguían. 




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