El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 36

Los días que siguieron se fueron haciendo complicados para Angie. Terrance empezó a experimentar algunos cambios con respecto a ella que la preocupaban un poco. Esos cambios tenían que ver con su intimidad, en su vida diaria las cosas seguían bien, en realidad muy bien. 

Él parecía de buen humor, le dejaba muchas horas libres al día y era amable y cariñoso con ella. El problema se estaba dando en la alcoba. Terrance la reclamaba mucho menos que antes. Y esto podría haber sido una buena noticia, si no fuera por el momento que elegía para hacerlo y por la forma. Elegía justamente los mismos días en que ella se veía con Joe, como si lo presintiera, o como si viera algo diferente en ella que lo excitaba más que de costumbre. Y eso no era todo. 

Varias cosas habían cambiado en sus formas. Siempre había sido algo brusco, a veces bastante. Pero ahora se había vuelto muy exigente, demasiado. Y para ella, que ya venía de tener una tarde agitada, a veces era complicado seguirle el ritmo y dejarlo contento. Y tenía que esforzarse mucho, porque hasta que Terrance no lograba arrancarle un grito, hasta que no estaba completamente seguro de haberla hecho gozar realmente, no se detenía. 

Ya no se engañaba si ella trataba de fingir, la conocía demasiado. Así que debía concentrarse y hacer denodados esfuerzos para responderle, porque él parecía incansable. La arremetía furiosamente, una y otra vez, hasta dejarla exhausta y dolorida. Solo una vez, trató solo de fingir y dejar correr el asunto. Terrance no se detuvo en casi toda la noche, y al fin, casi agotada, logró un tímido orgasmo que pareció dejarlo conforme. 

No intento más una jugada como esa. Era demasiado. Y no era todo. Con el correr de los días, Terrance pareció no conformarse con hacerle el amor en la forma habitual. De pronto se le ocurrió que sería divertido probar otras cosas. Y eso para Angie fue un suplicio. 

La obligó a hacer cosas que jamás había imaginado hacer con él. No es que algunas le fueran desconocidas, porque las había experimentado con Joe, pero compartirlas con Terrance era degradante. Y otras tantas, que jamás había soñado, y le resultaron francamente repugnantes.

Ahora se encontraba otra vez en el dilema de tener cosas que ocultar a Jon. No podía hablarle de esto, era una locura. Así que debía guardarse su humillación y seguir adelante.







 

Casi un mes después, Terrance seguía sometiéndola a esa especie de desagradable orgía, y no había hecho otro movimiento. En el transcurso de ese tiempo se enteró de cosas bien interesantes. Que la casa donde se encontraban pertenecía a la abuela de Archer, algunas cosas de su niñez, y detalles de su vida en Londres. Y que la tal Madame Marie Nicolette era una prostituta venida a más, que había llegado procedente de París tratando de ocultar su origen. Pero lo más interesante sobre ella, es que era la prometida de Colin Barnes, un médico y amigo de la infancia de Archer. Ella también era su amiga entonces. El círculo terminó de cerrarse. Ya sabía todo lo que necesitaba. Ahora tenía que empezar a actuar.

Esa mañana, Terrance se levantó sintiéndose de muy buen  humor. Había disfrutado de su esposa durante gran parte de la noche, y el hecho de que ella estuviera tan cansada, el hecho de que le costara responder a sus estímulos, lo excitaba aún más. El hacerla sufrir en esos momentos tan delicados, el ser un poco más brusco que lo necesario, el pensar que antes que él, Archer había pasado por ese delicado cuerpo, era casi un placer adicional.

Pensaba en ese desgraciado mientras arremetía contra ella, preguntándose si él sería más hombre, si la haría disfrutar más. Pero una cosa era segura, él solo la tenía unas pocas horas, y luego era él, su esposo, quien disfrutaba todo el tiempo del mundo con ella. Como si la fuera preparando para él, eso lo hacía excitarse aún más, y le daba fuerzas para seguir a ese ritmo toda la noche si era necesario. 

Y ni hablar del placer malsano que sentía ante algunas de las cosas que le estaba obligando a hacer. Era casi glorioso. Por momentos se sentía como uno de esos emperadores romanos, y como si ella fuera una esclava, con la que podía hacer lo que quería. Ojalá hubiera descubierto eso tiempo atrás, porque lo disfrutaba muchísimo...

Mientras se vestía, volteo para ver a Angie, que dormía apenas tapada por la sábana. Se veía agotada, pero siempre hermosa. Sintió una punzada de dolor que no esperaba. La amaba a pesar de todo, a pesar de su traición, a pesar de que su corazón nunca iba a ser suyo, pero la amaba. Qué pena que las cosas no hubieran sido diferentes. Todo podía haber sido distinto, muy distinto. 

Terminó de vestirse con cuidado, y luego se acercó y la besó. No quería importunarla más por ahora. Que descansara, que estuviera bien despierta para la noche. Se acercaba una fecha especial, y este era el día justo para empezar a actuar.







 

Angie se despertó pasado el mediodía. Se encontró con que su esposo había dejado instrucciones de que la dejaran descansar todo lo necesario, que nadie la molestara. Su actitud la desconcertaba. Esas atenciones durante el día, contrastaban tanto con su brutalidad por las noches, que a veces no sabía qué pensar. Parecían dos hombres diferentes, y eso la asustaba un poco. A veces se preguntaba si Terrance era solo un mal hombre, o si tenía algo de demente.

Estaba cansada y dolorida, por lo que se quedó en la cama gran parte de la tarde, solo tomando un almuerzo tardío. Y solo se levantó para cambiarse y arreglarse para esperar a Terrance. Eso la ponía de mejor humor, al menos hoy, sabía que no la tocaría, y podría descansar.




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