El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 39

Casi al anochecer, Joe recibió una carta que le trajo una de las empleadas de Colette, y su ánimo se elevó. Angie aceptaba cartearse con él, ella también lo extrañaba y lo amaba, decía. Pero ponía como condición que no quisiera ir más allá de esto. De ser así, con todo dolor, dejaría de escribirle. 

Joe suspiro aliviado. Podía parecer poca cosa, solo un papel, pero en este particular momento que vivía significaba una bocanada de aire fresco. Una esperanza, algo a lo que aferrarse.

También para ella resultó un consuelo. Dejó de llorar y de sentirse miserable. Tampoco es que estuviera saltando de alegría, las cosas seguían siendo tristes, pero por lo menos tendría ese consuelo, esperar una carta suya, sentirlo a través de sus palabras, y tomar fuerzas para seguir adelante con su vida.

Una semana después las cosas no habían cambiado demasiado. Cruzaron las primeras cartas, y se sintieron algo más confortados. Angie empezó a espaciar su rutina de ir a ver a Colette, trató de que no fuera en días ni horarios fijos. No quería dejar de ir, aunque ya no necesitara más vestidos. El hablar con la muchacha le hacía bien y no quería perder esos momentos. 

Era su empleada quien se encargaba de ir a retirar y dejar sus cartas, ella no se animaba a hacerlo, no quería dejar ahora ningún detalle librado al azar. Apenas leía las cartas de Joe, con todo el dolor de su alma, las arrojaba al fuego. No quería arriesgarse a que Terrance las encontrara, y ella no las necesitaba. Cada palabra de amor se quedaba grabada en su corazón a fuego, no necesitaba del papel para eso.

La casa de los Archer, mientras tanto, seguía en una tensa calma. Nikcu seguía esquivándolo, y francamente la situación ya se le estaba haciendo insoportable. Era muy doloroso sentirse rechazado por su hijo y lo que era peor, darse cuenta de que el niño parecía tenerle miedo.

Durante todos esos días atendió a los consejos de Rosie, de Scott y de Maddie. "Paciencia... Espera… No lo fuerces... Se le pasará."  Pero los días corrían y su paciencia se iba acabando.

Hasta que esa mañana terminó por agotarse. Estaban desayunando en la cocina, y Joe se levantó para irse al trabajo. Cuando se agachó para besar a Nicky, este le quitó la cara y le dio la espalda. Esto, además de dolerle, le enojó. No solo lo rechazaba, le estaba faltando el respeto frente a todos.

—No me des vuelta la cara. Eso no se hace, no está bien —le dijo tratando de ser suave, pero firme a la vez. Por toda respuesta, Nicky siguió mirando hacia el otro lado, como si no lo hubiera escuchado—. Te estoy hablando... Mírame... 

Tomándolo del brazo, intentó que se volviera hacia él, pero el niño se soltó de su mano de un tirón, y otra vez abandonó la cocina a la carrera. Rosie lanzó un suspiro, y se dispuso a ir tras él, pero Joe la detuvo con firmeza.

—¡Alto! Yo lo manejaré —dijo, yendo hacia la puerta.

—Pero, Joseph…

—¡Pero nada! ¡Hasta ahora he hecho las cosas a tu modo y no resultó! ¡Esto ya se ha pasado de la raya! ¡Vamos a hacerlo a mi modo! Yo voy a hablar con mi hijo de una vez y tú te quedas aquí, ¿de acuerdo? Si sigues cobijándolo bajo tus polleras, esto no se va a acabar nunca, y yo ya no lo tolero.

Subió los escalones de dos en dos y se metió a la habitación de su hijo. Apenas lo vio, Nicky trató de esquivarlo para salir huyendo otra vez, pero Joe fue más rápido. Cerró la puerta, le echó llave y se quedó con ella en la mano.

—Esta vez no, jovencito. No vas a seguir huyendo de mí.

El muchacho lo miró con cara de sentirse atrapado y volviendo sobre sus pasos, se puso al otro lado de la cama, poniendo distancia entre los dos.

—¿Por qué te escapas, Nicky? No voy a hacerte nada… —dijo, suavizando el tono y rodeando el lecho, pero el niño volvió a retroceder.

Joe se detuvo dolorido ante su actitud, pero mantuvo la calma. Se sentó sobre la cama y apoyó los codos sobre las rodillas, echándose hacia delante.

—¿Me tienes miedo? —le preguntó, a lo que el niño asintió con la cabeza—. ¿Por qué? Yo no te haría daño y lo sabes.

—Me vas a gritar...

Diez días... Diez días llevaba sin dirigirle la palabra, así que ese reproche le resultó glorioso.

—No te voy a gritar, no volveré a hacerlo. Es lo que he tratado de decirte todos estos días. He tratado de pedirte perdón por eso. Pero no me has dejado, no querías hablar conmigo, no querías verme. 

—Te estaba haciendo caso...

—¿Qué?

—Me dijiste que te dejara en paz...

Joe suspiró con el alma dolida. Parecía tan pequeño y tan grande a la vez.

—Pero era solo por ese rato, no para toda la vida. Estaba enojado, pero no era contigo. Era con otra persona. Estaba enojado y nervioso, y me sentía mal. Tú no tenías la culpa de nada, hijo, por favor perdóname. No quise gritarte, se me escapó.

Nicky lo le respondió, solo seguía mirándolo fijo y con cara triste.

—¿Nunca te ha pasado? ¿Nunca has peleado con tus amigos, con las gemelas, y les has dicho que ya no las querías o algo así? Y luego se te pasó, porque no lo decías en serio. Solo estabas enojado. A los grandes nos sucede lo mismo. A veces tenemos problemas, problemas grandes, que no tienen que ver con ustedes, los niños. Y nos desquitamos con ustedes. Y eso está mal, muy mal... Y me arrepiento, y te estoy pidiendo disculpas. No quiero seguir así contigo. Te quiero mucho, y te extraño... Y me duele el corazón porque estás enojado conmigo… —le dijo con sentimiento, poniéndose la mano sobre el pecho.




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