El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 40

Entró a la casa a toda velocidad, llamando a Rosie casi a los gritos, mientras subía las escaleras rumbo a la habitación de Nicky, y casi se la chocó en la puerta.

—¿Qué pasa? —dijo, alarmada.

—Tiene fiebre, o eso creo —contestó, depositando al niño sobre la cama.

Rosie tocó la frente de Nicky, y coincidió  en que estaba afiebrado, pero a diferencia de él, reaccionó con tranquilidad, empezando a desvestir al niño.

—Sí, tiene algo de fiebre. Vamos, Nicky, quítate eso, te pondremos el pijama otra vez y te vas a meter a la cama —le dijo con dulzura.

—¿Qué hago? ¿Voy por el doctor?

Rosie se volvió hacia él. Parecía asustado, así que lo tranquilizó con una palmada en el brazo.

—Tranquilo, todos los niños tienen fiebre alguna vez. Seguro está pescando un resfriado.

—Pero él nunca ha tenido fiebre, jamás.

—Es cierto. Pero alguna vez tenía que pasar, es normal. Pero si con eso se va a sentir más tranquilo, envié por el doctor.

Joe bajó las escaleras otra vez y llamó a Benny. Cuando tuvo al muchacho delante, dudó un momento, y luego lo envió por el nuevo médico.

Cuando regresó después de un rato, le comunicó que el doctor vendría apenas se desocupara, lo que a Joe no le causó ninguna gracia.

—¿Como que cuando se desocupe?

—Si... En unas dos horas, cuando termine su turno en el hospital, eso me dijo...

—¡¿Dos horas?!

—¡No exagere, hombre! —intervino Rosie—. No es una urgencia, el niño solo tiene algo de fiebre…

Pero no se calmó hasta que el médico llegó, dos horas después. Dos horas que le parecieron eternas.

El hombre revisó a Nicky, y coincidió con Rosie en que probablemente había tenido un enfriamiento y había pescado un resfriado, aunque de momento no se vieran otros síntomas. Recomendó reposo y comida liviana, y dijo que volvería en la mañana, antes de entrar al hospital. Si se presentaba algo, podía buscarlo en su casa y vendría enseguida, les dijo.

Cuando se marchó. Joe se quedó más conforme, aunque no más tranquilo. 







 

Nicholas tomó a duras penas un plato de sopa, y durmió el resto del día. Para la noche seguía igual, pero esta vez no quiso comer. Solo tomo algo de té, y siguió durmiendo. Joe se pasó la noche yendo de su cuarto al cuarto de Nicky, donde Rosie dormitaba al lado de la cama del niño.

No podía evitar sentirse temeroso, a pesar de lo que dijeran los demás. Nicky nunca había estado enfermo, igual que él durante toda su niñez. Nunca había pensado en eso hasta ahora. El niño siempre había sido tan sano y vital, y ahora verlo así en su cama, le daba miedo.

Cuando el doctor llegó por la mañana, todo seguía igual. No había otros síntomas visibles y a Joe le pareció que el médico se veía algo desconcertado. Pero solo le dijo que debían esperar otras veinticuatro horas. Tal vez no era un resfriado común, tal vez alguna enfermedad infecciosa y esas a veces tardaban más en manifestarse. 

Durante el resto del día, Joseph no se movió del cuarto. Se llevó sus papeles allí, y se instaló en un rincón, trabajando de a ratos, vigilando el sueño de su hijo, mientras Rosie iba y venía.

Nicky despertó a mediodía, cuando la mujer insistió otra vez con que comiera algo. Esta vez fueron unas pocas cucharadas de sopa, y volvió a dormirse.

El médico volvió por la tarde, y la situación no había cambiado, salvo que la fiebre parecía haber bajado un poco. Pero Nicky seguía adormilado y sin apetito. 

A esa altura Joe ya estaba francamente preocupado y le pareció que Rosie ya no se veía tan tranquila como antes. Pero no sabía qué pensar. Se suponía que tenía que confiar en el médico, él era el que sabía qué hacer.

Para la noche, estaba extenuado, más por los nervios que por otra cosa, y Rosie lo envió a dormir con la promesa de que lo despertaría si algo pasaba.

Se echó sobre la cama vestido como estaba, diciéndose que solo iba a descansar un poco.

No supo en qué momento se durmió, pero lo despertaron unas corridas en el pasillo. Antes de que llegara a levantarse, Edna apareció por la puerta, en camisón y algo alterada.

—¡Señor, despierte! ¡Dice Rosie que venga enseguida!

Joe saltó de la cama y corrió a la habitación de Nicky. Estaba poco preparado para esa imagen. 

El pequeño estaba despierto, pero lloraba y se movía en la cama como si algo le doliera, mientras Rosie le aplicaba compresas mojadas en la frente. Cuando cruzó una mirada con ella, Joe se fue inquietando cada vez más. Ya no le transmitía seguridad, parecía asustada.

—¿Qué le pasa?

—La fiebre le subió de golpe hace un rato.

Joe se sentó en la cama y tomó las manos del niño que parecían hervir.

—Nicky... Mírame. ¿Te duele algo? —le preguntó.

—Sí... Las piernas, papi, me duele mucho —contestó el niño con una vocecita ronca, y sin dejar de llorar.




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