El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 43

Su primera reacción fue mirar en derredor, seguro de que encontraría a Elyse en el cuarto, seguro de que había sido un sueño. Hasta que tropezó con la cara de Nicky, y este repitió.

—¿Papá?

Se quedó tan conmocionado que no pudo articular palabra, mientras el niño miraba toda la habitación y empezaba a hacer pucheros.

—Quiero ir a casa...

—Pronto, Nicky… Pronto iremos a casa, no te asustes. ¿Te sientes bien?

El niño asintió con la cabeza, y Joe lo miró un momento más, incrédulo. Luego se levantó y, abriendo la puerta, empezó a llamar a Colin a los gritos.

El médico estaba sentado en su consultorio, pensando en lo que Colette le había dicho hacía unas pocas horas, sobre la pistola. Sabía que Scott aún la tenía, así que no debía preocuparse por eso. Lo que si le preocupaba era Joe, que iban a hacer con él. Ya no había nada que pudiera hacer por Nicky, salvo esperar. Pero que iban a hacer con su padre, era algo que lo angustiaba mucho.

Cuando escucho sus gritos se quedó inmóvil, con el corazón casi paralizado, seguro de que había ocurrido lo peor. No se movió hasta que lo escuchó gritar, llamándolo por segunda vez. Entonces salió del consultorio y echó a correr por el pasillo. 

Pero al llegar a la puerta se encontró con un Joseph sonriente, y su primer pensamiento fue que había enloquecido, hasta que lo arrastró dentro de la habitación, y entonces su asombro no tuvo límites. Nicky estaba despierto, y hasta le sonreía. 

No tuvo tiempo de reaccionar. Ante los gritos, otros médicos habían acudido y de pronto hubo una gran confusión, mezcla de incredulidad y algarabía, y en medio del alboroto, Joe se encontró fuera de la habitación, con la puerta cerrada, mientras revisaban a Nicky.

Se quedó apoyado en la pared, con las piernas que lo sostenían a duras penas, expectante, hasta que después de un rato todos salieron, sonriendo y palmeándole el hombro y se marcharon por el pasillo. 

Tuvo el leve recuerdo de que esto ya había pasado, pero en esa ocasión todos lo miraban con pena. Colin fue el último en dejar la habitación, quedándose parado frente a él, con la misma cara de conmoción de antes.

—Lo logró… —dijo después de un momento—. Es un milagro... Lo logró.

Se sostuvieron la mirada durante un instante, y luego Joe le echó los brazos al cuello y ambos rompieron a llorar y a reír al mismo tiempo, abrazados y más unidos que nunca.







 

Sentada en su cuarto, frente a la ventana, Angie lloraba y rezaba. No podía quitarse la sensación de angustia del pecho. Había empezado cuando había leído la carta de Joe. Todo el dolor, toda la desesperanza que transmitían sus palabras, la habían desestabilizado por completo. No había dudado ni un segundo en ir a su encuentro, segura de que era lo que él necesitaba, de que con eso se sentiría reconfortado, de que le daría fuerzas. 

No lo había conseguido. Tenía un sentimiento de frustración, y no por orgullo, sino por la preocupación que le causaba.               

Le dio gracias a Dios por la ausencia de Terrance, habría sido muy duro tener que disimular en su presencia. Se había marchado de golpe, dos días atrás. Sin explicaciones, sin preparativos. Solo había hecho una pequeña maleta diciendo que tenía una emergencia laboral que atender y que no sabía cuánto iba a demorar. Cuando le pregunto adónde iba, le contesto con evasivas. Que no iba a estar en un lugar fijo, ni demasiado tiempo en un solo sitio.Se despidió con un beso, y simplemente se esfumó. 

No tenía noticias de él, y no es que lo extrañara. Lo único que le preocupaba era no tener precisiones sobre la fecha de su vuelta. No quería sorpresas. Por eso mismo, ir todos los días al encuentro de Joe, como había prometido, era un riesgo. Pero dadas las circunstancias, estaba dispuesta a asumirlo. Cualquier cosa antes que abandonarlo en esta situación. Volvería mañana, y al día siguiente y todo el tiempo que hiciera falta. 

Se secó las lágrimas con la mano, y volvió a concentrarse en el rezo.






 

Joseph y Colin hablaron un largo rato esa noche, después de que enviaran una nota a Scott, comunicándole la buena nueva, y que este se presentara al rato. A pedido del médico, prometió tener a raya a los demás hasta la mañana siguiente, para que padre e hijo pudieran descansar apropiadamente. 

Después de vigilar a Nicky hasta que volvió a dormirse, Joe se echó sobre la cama, exhausto. Sus piernas ya no lo sostenían, pero extrañamente no tenía nada de sueño. Tenía deseos de hablar, de desahogarse de la angustia de esos días. Y sobre eso versó la conversación con su amigo. La enfermedad, los terribles días pasados, el milagro de la recuperación del niño y de cómo se había convertido en uno de esos pocos casos en que no quedan secuelas. 

Habían tenido suerte, decía Joe. Había sido un milagro, insistía Colin. 

—Quisiera que estuviera despierto todo el tiempo, me asusta verlo dormir —le dijo luego de un rato, mirando como el niño dormía.

—Necesita descansar para reponerse del todo, quédate tranquilo. Está bien, ya pasó el peligro. De todas formas esa sensación, no se te quitará en mucho tiempo, es inevitable.




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