El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 44

Dos días después, Joseph se llevó a Nicholas a casa. Increíblemente, el detonante para su salida del hospital fue el enorme oso. El regalo le había encantado, de hecho, había sido todo un estímulo, pero resultó demasiado grande para que lo tuviera en la cama. Así que lo acomodaron en una silla, junto a ella, y el muñeco quedaba un poco sobre la silla y otro poco sobre la cama. 

No era nada cómodo. Como resultado de esto, el niño se movía constantemente, tratando de maniobrar con él, de acostarse sobre el muñeco. Tanto que Colin terminó recriminando a Jon.

—¿No encontraste una cosa más grande e incómoda para traerle?

—Es hermoso. Y me gusta.

—A veces dudo de cuántos años tienes… —respondió, meneando la cabeza.

Después de un par de días, Nicky ya se sentía bastante fuerte, y era casi imposible mantenerlo en la cama, así que los médicos decidieron enviarlo a casa, con la recomendación de que descansara todo lo posible. Por lo demás, su vida podía seguir normalmente.       

Scott frenó a duras penas a Maddie, que quería organizar una fiesta de recepción, y Colin tuvo que secundarlo. Con unas pocas visitas y que lo mantuvieran entretenido era suficiente para los primeros días, le dijo.

Ese día, Joe no se movió de casa. Había estado encontrándose con Amy a diario, como habían convenido. Pero la vuelta de Nicky a la casa era una ocasión muy especial. Quería estar con él todo el día, mimarlo y ver que todo estuviera en orden. Para qué negarlo, dormir una noche completa en su propia cama. La joven lo entendió cuando se lo dijo el día anterior, e inmediatamente tuvo una idea, aunque no se la dijo a Joe.

Llegaron a casa pasado el mediodía, y Nicky fue directo a la cama, protestando en los brazos de Joe, pero aferrado a su oso que Benny cargaba a su lado. Subir las escaleras en esas condiciones fue todo un reto. Luego de que comiera, Joe tuvo que acostarse a su lado y sostener al oso sobre ellos, para lograr que durmiera una siesta. 

Él mismo se despertó después de un rato, acalambrado y con picazón en la nariz a causa del muñeco. Lo quitó de la cama con suavidad, y arropó bien a su hijo, besándolo, antes de salir de la habitación.

Después bajó y comió una comida decente por primera vez en días. Pudo charlar con Benny y tomar café sin apuro. A media tarde comenzaron las visitas. De pronto la casa se llenó de gente, y aunque la idea de la fiesta había sido descabellada, no se pudo evitar el barullo. Tras que Colin protestara un poco, Maddie optó por llevarse a las gemelas, y solo Rosie se quedó en el cuarto, después de echar a los hombres escaleras abajo.

Mientras iban de bajada se cruzaron con Colette, que había llegado portando un regalo. Llevaba una caja chata y rectangular grande, y pasó a su lado con una gran sonrisa y solo deteniéndose para besar a Colin.

Los tres amigos se marcharon al escritorio, donde Edna les sirvió té y los dejo solos. Era la primera charla amistosa y sin tropiezos que tuvieran en muchos meses, y al principio se quedaron callados, mirándose entre sí. Hasta que Colin rompió a reír y los demás lo siguieron.

—Antes que nada, quiero decirles algo —empezó Joe, muy serio cuando las risas se acallaron—. Quiero darles las gracias, por todo lo que han hecho por nosotros estos días...

—Déjate de tonteras —interrumpió Scott.

—No, de verdad, fue muy importante para mí contar con ustedes, saber que siempre están ahí. No solo lo hicieron con Nicky y conmigo, sino con el resto de la gente de la casa. Gracias de verdad, sobre todo a ti… —dijo, dirigiéndose a Colin.

Este se quedó callado, como incómodo, por un momento.

—Sé que nuestra relación no estaba en el mejor momento, y por eso lo aprecio aún más. Y ahora que lo recuerdo, dijiste que querías hacer una tregua mientras eso duraba. Ahora que ha pasado... ¿Quieres romperla?

Scott se quedó con la taza a medio camino, expectante y sorprendido por lo directo de la pregunta. Colin solo lo miró un momento y luego sonrió, meneando la cabeza.

—No, para nada.

Joe solo sonrió complacido, pero Scott tomó un sorbo de su taza antes de exclamar:

—¡Maravilloso! Ahora se supone que deberían besarse o algo, y yo debería aplaudir, ¿verdad?

Los dos se volvieron a verlo, algo asombrados por esa explosión.

—Lo siento, Scott, sé que te la hicimos difícil todo este tiempo —se disculpó Colin.

—¿A mí? ¡No, qué va! Si la he pasado genial. No, la verdad, son dos grandísimos hijos de perra. ¡Me han  hecho pasar momentos muy desagradables y los odio! —se interrumpió y luego levanto la raza sonriendo—. Pero brindo por ustedes. ¡Salud!

Los otros dos rieron a carcajadas y también él, mientras dejaba la taza sobre el escritorio.

—No se rían tanto, todavía espero los besos.

—De verdad te gustaría eso, ¿no? —bromeó Colin—. ¿Qué? ¿Te excita pensar en eso o tienes ganas de que te besemos a ti?

—Mira, mi esposa está a punto de parir, ya estamos en cuarentena y a mí no se me dan muy bien esas cosas. Ya estoy algo desesperado, doctor, así que no me provoques, porque tal vez acepte y te dé una sorpresa.




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