El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 45

Una semana después, Terrance seguía sin dar señales de vida, y Angie ya no sabía qué pensar. No deseaba su vuelta, por supuesto, pero esta incertidumbre de no saber dónde estaba, de no tener una fecha exacta para su vuelta. Del no saber por qué se había marchado tan rápido, la tenía muy intrigada, por no decir temerosa. 

A medida que los días corrían, cada vez sentía más temor de que apareciera de pronto y no la encontrara en la casa. Justo por eso no se veía con Joe en las noches. Durante el día podría justificar su ausencia... ¿Pero qué iba a decirle si aparecía en medio de la noche y no la encontraba en casa? 

Por si acaso, seguían siendo cuidadosos. Había vuelto a utilizar la casa de Colette para cambiarse de ropa, y trataba de no extender sus visitas por demasiado tiempo. Lo compensaban con el verse a diario, lo que ya era un lujo en su situación. 

Por el lado de Joe, las cosas parecían marchar sobre rieles. Nicky estaba completamente repuesto, aunque Joe seguía controlándolo de cerca, tanto que hasta Colin tuvo que decirle en un momento que no fuera pesado con el niño y lo dejara vivir en paz. 

No había vuelto al trabajo, y tenía con eso bastantes dudas. Siempre había amado su profesión, y con sus altibajos había tratado de cumplir con su trabajo. En este caso, había abandonado todo con la enfermedad de Nicky, y si bien Stu se había encargado de avisar en la Universidad, y había recibido visitas del rector, no se decidía a retomar sus labores. Como de costumbre, tenía la palabra del hombre de que podía tomarse con su hijo el tiempo que necesitara. Pero no era Nicholas lo que lo detenía.

Simplemente no tenía ganas. En este particular momento su vida parecía atravesar por una meseta de calma, y no sabía si era por tantos malos momentos que había pasado, pero no quería moverse de esta situación, ni siquiera por trabajo. 

Dedicaba su tiempo a estar con su hijo, a verse con Angie y a escribir. Estaba escribiendo mucho estos días, como si hubiese recibido una repentina dosis de inspiración. Y estaba pensando seriamente en dedicarse solamente a eso, y dejar la enseñanza. Aún no lo había comentado con nadie, pero la idea lo rondaba todo el tiempo.







 

Angelique llegó esa tarde a casa de Colette, algo intranquila. Había sucedido algo que quería comentar con Joe de inmediato, así que no veía la hora de cambiarse rápidamente e ir a su encuentro. Pero al llegar a la casa, se encontró a su amiga esperándola con una desagradable sorpresa, o al menos fue lo que pensó al principio.

—Hola, cherie, estuve esperándote para prevenirte. Joe te envió un mensaje, dice que no podrá acudir a la cita hoy, pero que te verá mañana a la hora de siempre.

—¿No dijo por qué? —Colette solo negó con la cabeza—. ¿No envió una nota o algo?

—No, cherie, lo siento...

La cara de desilusión de Angie fue tan evidente, que Colette no tuvo corazón para hacerla sufrir más.

—Pero te envió una sorpresa, dijo que podías disfrutar de ella el tiempo que quisieras.

—¿Una sorpresa?

—Sí, está en el cuarto que utilizaban antes, sobre la cama.

La joven se dirigió rápidamente al cuarto y abrió la puerta, pero se quedó allí petrificada. Sentado sobre la cama, y jugando con sus soldaditos de plomo, estaba Nicky.

Antes de que pudiera reaccionar, se vio envuelta en los brazos de Rosie, y por sobre su hombro, pudo ver que el niño la miraba atentamente, como si estuviera estudiándola.

—¡Mi niña! Por fin puedo abrazarte como es debido. La última vez no hubo tiempo —exclamó la mujer, para luego apartarla y observarla de arriba abajo—. Estás tan linda... Te he echado de menos.

Solo entonces Angie le prestó verdadera atención. La estrechó en un abrazo cariñoso y la besó en la mejilla.

—También yo, he pensado en ti muchas veces —le dijo con sinceridad.

—Lo imagino. Ven, hay alguien a quien quiero presentarte —le contestó con una mirada cómplice, mientras se acercaban a la cama.

—Este pequeño caballero es Nicholas Archer. Nicky, ella es Angie…

—La amiga de Colette —completó ella. Nicky la miró un momento, y luego sonrió.

—Hola, Angie.

—Hola...

—Bueno, tengo algo que hacer —dijo Rosie—. Los dejaré solos. Luego vendré por ti, Nicky, ¿está bien?

El niño asintió, sin el menor rastro de que le diera miedo quedarse solo con una completa desconocida.

—Estaré con Colette, puedes avisarme cuando tengas que irte, Angie.

—Está bien, gracias.

Cuando la mujer se marchó, Angie se deshizo de la capa y se sentó sobre la cama enfrente de Nicky, con las piernas cruzadas. El niño la miró con el ceño fruncido. Ella no se parecía en nada a las mujeres mayores que conocía, no había visto jamás a una señora sentarse así. Advirtiendo su mirada, Angie pensó que se sentía incómodo en su presencia.

—¿Qué sucede?

—Nada... Es como te sentaste. Rosie nunca se sienta así —le dijo con una voa inocente, que hizo que la muchacha se echara a reír. Eso le gustó a Nicky, reía bonito, como con campanas.




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