El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 47

Los días siguientes no tuvieron demasiados cambios. Seguían sin tener novedades de Terrance, y todo parecía tranquilo. 

Joe y Angie seguían encontrándose a diario, hacían el amor con entrega, y sin querer iban olvidando los cuidados. No es que no los tuvieran, solo que ya no estaban tan pendientes de eso. Lo hacían solo por costumbre y, a medida que los días pasaban, Angie parecía ir perdiendo el miedo, cada día un poco más. 

Cuando Joe mencionaba el asunto, ya no negaba asustada, sino que solo sonreía en silencio. Eso relajó a Joseph, pues estaba seguro de que al final de la semana conseguiría que se fuera con él. 

Apenas podía controlar su ansiedad. Intentaba ir despacio, se decía que debía darle tiempo a las cosas y no apresurarlas, y de verdad que le costaba gran esfuerzo. Si por él hubiera sido, ya estaría acomodando la casa para recibirla como merecía, ya lo hubiera gritado a los cuatro vientos. Pero le había prometido una semana, y lo iba a cumplir.

Para ella también soplaban vientos de esperanza. Aún seguía teniendo miedo, pero estaba haciendo un esfuerzo para vencerlo. Nada había que deseara más en esta vida que abandonar esa casa y correr junto a Joe y Nicky. Pero era justo Nicky lo que la había detenido todo este tiempo. 

Si había pasado tanto soportando a Terrance, era más que nada por él. La amenaza contra Nicholas aún resonaba en sus oídos, y al contrario de lo que tal vez Joe había pensado, el tener un contacto más cercano con el niño había acrecentado ese temor. 

Por supuesto que temía que Terrance apareciera de golpe e intentara llevarla por la fuerza, por supuesto que se sentiría más segura con Joe. ¿Pero qué sucedería con ellos dos, con Joe y con Nicky ¿Qué tal si, lleno de ira, y al no poder llegar a ella, Terrance los atacaba? Solo eso la había detenido estos días, pero cada vez la sensación se iba haciendo más difusa. 

Tal vez Joe tenía razón, tal vez todos estarían más seguros juntos, tal vez Terrance había apreciado más su propia seguridad y había huido muy lejos...

Faltaban dos días para que se cumpliera la semana. Esa mañana se presentó luminosa, pero fría. Angie se asomó apenas a la ventana, pensando que no tardarían en llegar las primeras nevadas. Le agradaba la nieve, la forma pausada y suave en que caía, la relajaba. Pero esta mañana había sol, y ella se quedó mirando hacia fuera con la mano apoyada en la mejilla. 

Si seguía haciendo este frío, sería muy agradable abrazarse a Joe bajo las mantas y dormir juntos. Ojalá pudieran hacerlo sin sobresaltos, sin temer quedarse dormidos por mucho tiempo, sin apuros para volver a casa. Sería tan agradable dormir una noche completa, sin preocuparse del despertar, solo abrazarse, solo estar juntos, nada más. Tamborileaba los dedos de la otra mano sobre el alfeizar de la ventana, y los detuvo de pronto. 

"¿Por qué no? ¿Cuánto más vas a esperar? ¿Qué diferencia hacen un par de días más o menos?".

No se detuvo a pensar. Estaba segura de que si lo hacía, iba a arrepentirse. Abrió el armario y sacó una pequeña maleta de mano, arrojándola sobre la cama. Luego empezó a empacar.



 

            

 

Joe caminaba despacio hacia la casa esa tarde. El día ya no era tan soleado como por la mañana, porque el cielo había empezado a cubrirse de nubes después de mediodía, y el frío arreciaba. A pesar de eso, seguía con el ánimo ligero, como cuando se había levantado el día de hoy, y había visto despuntar el sol sobre las casas. Un día glorioso, eso le había parecido.  

Llegó frente a la casa y se detuvo en la acera a mirarla. Era increíble todo lo que había pasado entre esas paredes, e increíble que la hubiera conservado tanto tiempo. Antes no sabía por qué lo hacía, pero ahora era diferente. Se daba cuenta de que el no haberse desprendido de ella había tenido un propósito, o más de uno tal vez.  Poder deshacerse de los fantasmas de su niñez y albergar sus encuentros con Angie.

Pero pronto iba a dejar de necesitarla. Los fantasmas habían quedado atrás, era una parte de su vida que se había cerrado por fin. Y en cuanto a Angie... Cuando esto acabara, ya no precisaría de este lugar. Lo pondría en venta. Esa etapa habría finalizado, y quería dejar todo eso atrás. En el momento en que Angie se fuera con él, no volvería a pisar este sitio. Pero ahora mejor se apresuraba a entrar, porque ella llegaría en cualquier momento.

Cruzó la calle, rebuscando la llave en sus bolsillos, y al llegar intentó abrir la puerta. Con sorpresa notó que estaba sin llave. Se quedó un momento con la mano en el picaporte, como paralizado. Luego empezó a abrir la puerta, con todos sus sentidos alertas, tratando de atisbar entre las sombras de la sala, mientras se adentraba en la casa, y cerraba la puerta con suavidad y sin hacer ruido. 

Todo parecía desierto y tranquilo, y empezó a hacer memoria de si realmente había cerrado bien la puerta el día anterior.

Algo cayó sobre su espalda de golpe, haciendo que el corazón le saltara por los aires. Trastabillando, trató de quitarse del cuello a la persona que lo tomaba por detrás, y con un esfuerzo lo tomó de las manos, desprendiéndolas y dándose la vuelta, listo para arrojar el puñetazo.

—¡Soy yo! —La frase de Angie detuvo su puño en el aire, mientras la miraba incrédulo.

—¿Estás loca? ¿Por qué has hecho eso? ¡Casi me matas de susto!




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