El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 48

Al principio no lograba precisar de donde provenía el dolor. Si de su cabeza, que parecía latir. Si de sus costillas, que parecían cuchillas cuando trato de respirar profundo, o de cada centímetro de su cuerpo. Y el gusto a sangre en la boca, que le provocaba náuseas. No lograba despertar del todo, ya que cuando se esforzaba por abrir los ojos, un nuevo mareo parecía acometerlo y el mundo volvía a desconectarse. 

No tuvo noción de cuanto duro ese estado, hasta que por fin las cosas parecieron estabilizarse, y solo quedo el dolor y el molesto martilleo en su cabeza. Abrió los ojos con cuidado, y trató de fijar la vista y de entender dónde estaba. 

El sitio estaba en penumbras, y le costó bastante hasta que se acostumbró a ellas y pudo ver algo. Estaba en una habitación grande, llena de trastos y basura, cajas apiladas contra las paredes, una pequeña ventana cerca del techo. La curiosa ubicación de la ventana, le hizo darse cuenta de lo que en realidad era ese lugar. Un sótano. Estaba encerrado en un sótano y... 

Solo entonces lo notó cuando intento moverse, cuando quiso incorporarse. Estaba sentado en el suelo, apoyado contra una especie de viga, y tenía las manos atadas a la espalda, rodeando la misma. 

Volvió a tener un momento de confusión, mientras tiraba con sus ataduras que parecían muy firmes. ¿Qué hacía aquí? ¿Qué había sucedido?

Entonces lo escuchó... Un grito de mujer, un grito que despejo su cabeza por completo, y le trajo los recuerdos.

"Angie..."

—¡Angie! —gritó con toda la fuerza que le dieron sus pulmones.

Hubo un momento de silencio y luego el grito se repitió. Joe perdió la cabeza por completo, y olvidando su maltrecho estado, empezó a forcejear para soltarse sin conseguirlo. Después de un rato de luchar, se detuvo para seguir escuchando. Ahora solo se oían quejidos acompasados, a veces más débiles, a veces más fuertes. Cerró los ojos con fuerza, intentando alejar de su mente la imagen de lo que estaba sucediendo.

"¡Dios, por favor no!"

Finalmente los había atrapado. Después de tanto tiempo, de tantos cuidados... Ahora que todo parecía tan cerca... 

Le había prometido a Angie protegerla, y no lo había hecho. Estaba a merced de ese animal, y Él no podía hacer nada, ¡no podía moverse! Volvió a escucharse un grito prolongado, y Joe forcejeó otra vez con fuerza, hasta que las muñecas se le durmieron y golpeó la cabeza contra la viga con impotencia.

Estaban atrapados…






 

Hacía un buen rato que todo estaba en silencio, muy calmo, y en contrapartida a eso, Joseph empezó a desesperarse. Miró alrededor tratando de encontrar algo, cualquier cosa que le diera una idea de cómo soltarse. Pero era inútil, estaba agarrado a la viga, sin posibilidades de desplazarse ni un centímetro, y sin nada cerca que le ayudara. 

Levantó la vista hacia la ventana y vio que estaba oscuro. ¿Habría anochecido? No tenía idea de cuánto llevaban ahí, de cuanto tiempo Angie llevaba en las manos de Terrance. Recién entonces reparó en la puerta que estaba frente a él, y en que se veía un débil rayo de luz por debajo de ella. Tal vez entonces la puerta superior del sótano estaba abierta, tal vez pudieran oírlo.      

Tomó aire y gritó tan fuerte como pudo                          

—¡Terrance! —aulló, una y otra vez, hasta que le dolió el cuello y la garganta con el esfuerzo, hasta que casi se quedó sin voz, sin quitar la vista de la parte baja de la puerta, atento a cualquier sombra.

Unos momentos después, la luz pareció intensificarse, y una sombra moverse entre ella. La puerta se abrió de un golpe, y Terrance se adentró en el lugar, portando una lámpara. 

—Deja de gritar, ¿quieres? —dijo mientras se arreglaba la ropa con la mano libre, metiéndose la camisa dentro de los pantalones. Se acercó a Joe y pareció examinarlo durante un breve momento.

—Dios, qué aspecto lastimoso tienes... Me parece que me excedí un poco.

—¿Qué hiciste? ¿Golpearme mientras estaba inconsciente?

—No pude resistirme, eras una tentación muy grande —contesto sonriendo.

—Eres un cobarde...

—¡Vamos, Archer! ¡No seas tan remilgado! ¿Tú te acuestas con mi esposa, y yo no tengo derecho a patearte un poco el trasero? Tienes unos escrúpulos bien curiosos...

—¿Dónde está Angie? ¡¿Qué le hiciste?!

—Descansando. ¿Y lo que le hice? Le hice el amor hasta dejarla exhausta, por supuesto...

Joe cerró los ojos y trato de contenerse, de no entrar en su juego.

—¿Por qué no me sueltas? ¿Por qué no lo solucionamos como hombres? ¿O tienes miedo de mí?

—¡Claro que sí! —dijo con ironía—. ¿Crees que soy estúpido? Obviamente, soy más fuerte que tú...

—¿Por eso necesitas que otros golpeen por ti? ¿Que me ataquen por la espalda?

—Sí, porque lo que te hace peligroso es que pierdes la cabeza con facilidad cuando te enfureces. Eso siempre da fuerzas extraordinarias, ya tuve oportunidad de experimentarlo, y francamente no me siento tentado a ser correcto contigo. No tengo por qué darte esas ventajas. Tú has sido traidor, has llevado a mi esposa a serme infiel, has mentido, engañado, escondido. ¿Por qué tendría que tener contemplaciones contigo? ¿Por qué debería sentirme culpable de mi proceder?




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