El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 50

Joe escuchó cuando la puerta se abría, pero no levantó la cabeza. Escucho a Terrance caminar por el sótano, maldiciendo y derribando cosas a su paso. Luego se acercó a él, y lo tomó del pelo, levantándole la cabeza tan fuerte que lo golpeó contra la viga.

—¿Dónde está? ¡¿Dónde demonios esta?! —vociferó.

—Muy lejos... O eso espero… —le dijo con una sonrisa.

Terrance ni siquiera perdió el tiempo con él, salió corriendo dejando la puerta de sótano abierta, y Joe cerró los ojos y rezó con todas sus fuerzas. No sabía con exactitud cuánto tiempo había pasado, solo esperaba que estuviera fuera del alcance de ese loco.

"Por favor, Dios, déjala llegar a un lugar seguro. Acompáñala, no la abandones ahora", suplicó con fuerza.

Pasó un largo rato antes de que Terrance volviera a entrar en el lugar. Estaba furioso, parecía descontrolado.

—Escapó... La muy desgraciada escapó.

—Tú deberías hacer lo mismo, Terrance... No tardarán en venir con ayuda.

—Es cierto —dijo acercándose a él—. ¿Pero eres consciente de que nunca llegaran a tiempo para evitar que te mate?           

—Sí, eso lo tengo claro. Pero ya no importa. Ella está a salvo, y es todo lo que necesito para irme tranquilo de este mundo. No pudiste con nosotros, al final, nuestro amor fue más fuerte. Puedes matarme, pero seguiré vivo en su recuerdo, para siempre...

Terrance levantó la pistola con decisión, frente a su cara. Cerró los ojos, con calma, solo esperando...






 

Mary servía café y té para todos los presentes y se alegró al ver que tanto Edna como Rosie se apresuraban a ayudarla. No es que se quejara de su trabajo, pero si todos se iban a quedar en la casa a pasar la noche como parecía, se verían ocupadas, así que si colaboraban no estaba nada mal... 

No sabía muy bien que había sucedido, salvo que el profesor había desaparecido y todos parecían muy asustados. Supuso que el señor Ferguson temía que le hicieran daño a alguien más de la familia, porque había ordenado que todos se trasladaran allí, para que estuvieran más seguros. 

De resultado, la casa estaba llena de gente. Todos los Ferguson, más todos los de la casa Archer, más el doctor y su novia. Si no hubiese sido por las caras largas, podría haber parecido una fiesta. Ahora todos estaban hablando a la vez, más los niños que corrían por allí.

Mary tomó la bandeja y se alejó masajeándose la sien derecha. Una casa de locos, en eso se estaba transformando, y eso que el nuevo bebé aún no llegaba. De no haber pasado junto a la puerta de entrada, probablemente no habría escuchado que llamaban. El ruido de las voces había ahogado el sonido del llamador. Se preguntó quién podría ser a semejante hora y se apresuró a abrir.                          

Se quedó pasmada ante la imagen que encontró en el recibidor. Hacía años que vivía en Londres y había visto locos y vagabundos de todo tipo, pero esta se llevaba las palmas.

La mujer parecía joven, y no tenía aspecto de mendiga, más bien parecía una señora. El camisón que llevaba puesto parecía muy fino, aunque estaba sucio y rasgado en algunas partes. Se preguntó de qué manicomio habría escapado. Antes de que Mary pudiera reaccionar, la mujer le habló, dejándola aún más sorprendida.

—¿Es la casa de los Ferguson?

—Si... Pero a esta hora, señora, francamente...

—¡Necesito ver a Scott! —la interrumpió.

Mary abrió aún más los ojos... ¡Al demonio! ¡El patrón se había echado una amante loca que venía a buscarlo!

—Mire, señora, toda la familia está reunida. No me parece que sea momento...

—¡Le digo que necesito ver a Scott! —gritó la mujer y empezó a forcejear con ella para entrar a la casa, por lo que Mary empezó a pedir ayuda a los gritos.

Maddie fue la primera en llegar a la puerta, ya advertida por las voces. Se quedó de una pieza al ver a Angie luchando con la criada. Hasta que esta  la vio y entonces se soltó de la mujer abruptamente y se echó en sus brazos, sollozando.

—¡Dios mío! —murmuró Maddie conmovida, para luego empezar a gritar—. ¡Scott! Scott!

La casa había enloquecido por completo, ahora sí. Por suerte Maddie tenía un terrible dominio para los momentos de crisis y empezó a dar órdenes a diestra y siniestra. Así, mientras alguien acercaba una manta para cubrir a Angie y le servían té caliente, Edna y Benny se llevaron a los niños arriba. Entre sollozos histéricos, la joven relató lo que sucedía  y, en un segundo, Scott estaba con la chaqueta puesta y pronto a salir.

—¡Por favor apúrense! —sollozó la joven, que estaba sentada en el sillón con Colette a su lado, rodeándole los hombros.

—Dime una cosa... ¿Tu esposo está solo? —preguntó Scott.

—No, había dos hombres, pero uno escapó, creo. El otro sigue allí.

Scott pareció pensar un momento y Maddie se volvió hacia él, alarmada. Conocía esa mirada, y la asustaba.

—¿Scott? Por favor… —suplicó, tomándose el vientre.

—No te preocupes, no voy a ir solo, iré con la policía...




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