El maestro Ii: Las sombras del presente

Capítulo 53

Colin no se mostró sorprendido cuando Angie le informó que no había conseguido que cambiara de opinión, y se marchó a suspender todo y hablar con los médicos. Estos no estuvieron de acuerdo con la espera, pero sí con que nada se podía hacer si el paciente estaba lucido y se negaba. Ya no era su responsabilidad. 

Joe pasó una noche en calma, aunque la fiebre le subió y solo bajo un poco por la mañana. Angie no se había movido de allí, había dormitado a su lado y estaba ahí cuando despertó, y le pidió ver a Nicky. 

Colin se apresuró a enviar en su busca, sin discutir si era o no un espectáculo agradable para el niño. Todo lo que Nicky sabía era que su papá no había vuelto a casa y que lo buscaban. Después nadie supo bien qué decirle, pero fue otra vez Benny el que resolvió la situación. 

Se sentó frente a él y se lanzó en un largo discurso, diciéndole que su papá había ido a revisar una casa que había pertenecido a su abuela y que pensaba vender. Se había caído por una escalera, un accidente. Pero a nadie le había dicho que iba hacia allí y por eso no lo encontraban. No sabían dónde buscar. Finalmente, lo habían encontrado, y aunque estaba bien, tendría que pasar unos días en el hospital. Nicky pareció conforme con la explicación  y no preguntó más.

Cuando sí preguntó fue cuando entró a la habitación de la mano de Rosie y encontró a Angie junto a la cama de su padre. La miró tan sorprendido, que prestó poca atención a Joe. Como todo un caballero, se acercó a saludarla.

—¿Qué haces aquí? —preguntó directamente.

—Estoy cuidando a tu papá.

Solo entonces se volvió hacia Joseph, que lo miraba con una sonrisa complacida. Era la primera vez en muchos años que veía a su hijo junto a Angie. Estiró la mano hacia ella y esta la estrechó con fuerza. A la rapidez mental de Nicky no se le escapó el gesto y volvió a preguntar.

 —¿Son novios? —Angie miró a Joe por un instante y luego al niño otra vez.

—Sí, somos novios. —El chico sonrió y miró a su padre con gesto divertido.

—Me gusta. Me hiciste caso, papi.

—Sí, hijo, seguí tu consejo...

Por unas horas, al menos, todo el temor y el dolor, parecieron quedar en el olvido. Dentro de esa habitación se respiraba felicidad y optimismo. Todas eran caras sonrientes y planes para el futuro. Solo cuando cruzaban la puerta, sus rostros recuperaban el gesto de preocupación y desaliento. 

Un par de veces más durante ese día intentaron convencer a Joe de que cambiara de opinión, sin lograrlo. Al final, el mismo Colin les dijo que lo dejaran en paz. No iban a conseguir más que mortificarlo y nada cambiaria. 

Todos se fueron marchando, hasta que solo quedaron Scott, Colin y Angie. Mientras los dos primeros iban y venían, ella seguía estoicamente a su lado, sin moverse un minuto. Ahora se sentía más fuerte, o se obligaba a serlo. Pasará lo que pasara, vendrían momentos duros y Joe la necesitaba entera. Ella debía ser su sostén y darle fuerzas, no podía permitirse debilidad ninguna. No había espacio para eso.

Con el correr de la tarde, Joseph pareció ir debilitándose. Ya no permanecía tanto tiempo despierto y la fiebre había subido de nuevo. Angie intentaba no ver la cara de intensa preocupación de Colin tal cual había intentado no escuchar la pequeña conversación que había mantenido con Scott, cuando este le preguntó si estaba seguro de que las cosas estaban tan mal.

—Es que se ve tan bien... Parece casi normal —le había dicho en voz baja.

—Sí, ese el problema de esa porquería. Es un enemigo silencioso. Ni siquiera te das cuenta y ya está carcomiéndote por dentro. Para cuando lo notas, es tarde.






 

Había anochecido hacía rato, aunque Angie no tenía idea de la hora. La puerta se abrió y Scott apareció y se acercó a ella, sin hacer ruido, para no despertar a Joe.

—¿Necesitas algo? Voy a ir a descansar un poco.

—No, gracias.

—¿De veras no quieres que alguien te reemplace? Solo unas pocas horas...

—No. Estoy bien aquí, gracias.

—Escucha, con todo el jaleo de hoy, olvidé algo —dijo, metiendo la mano en su chaqueta—. Toma.

Puso sobre su mano una pequeña caja y Angie ya sabía lo que contenía antes de abrirla. Hubiera reconocido esa caja en cualquier parte, la caja de sus anillos.

—La policía la encontró en el cuarto, junto con tus cosas. Me la dieron cuando fui por Benny. Todo lo demás está en casa de Joe, pero imaginé que querrían tener esto.

Angie levantó la mirada hacia él con los ojos llenos de lágrimas.

—Gracias.

Scott no le contestó, también emocionado. Solo la besó en la cabeza y se marchó.

Como si hubiera escuchado el ruido de la puerta, Joe abrió los ojos y se volvió hacia ella.

—¿Por qué lloras? —le preguntó.

—Mira... Mira lo que me ha traído Scott… —dijo, mostrándole la caja con una sonrisa y limpiándose los ojos.

Joe la miró y sus ojos parecieron iluminarse de pronto.




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