—Alú
«Mi cuerpo yacía a los pies del Gran Árbol de la Esperanza, un peso inerte en la penumbra de la cueva. Aún podía sentir el frío mordaz de la roca húmeda bajo mi espalda, el eco distante del goteo de agua filtrándose por las paredes de la caverna. Los sonidos de los que me rodeaban eran un murmullo apenas distinguible en la periferia de mi conciencia, como si estuvieran al otro lado de una gruesa cortina de terciopelo. Había escuchado sus palabras, susurros de asombro y compasión. El guerrero que me había encontrado, quien me había levantado del agua, se inclinaba ahora, y percibí sus pensamientos, una rutina amarga: esperaba encontrar otro cuerpo sin vida, arrastrado por la cascada. "Otro más para el Árbol", resonó en su mente con una tristeza habitual. Comprendí su intención: llevarme al corazón de la cueva, a la tierra sagrada donde mi propósito se uniría al de los demás. Para ellos, cada cuerpo era una ofrenda silenciosa, un abono para el Árbol, cuya esencia contenía la voluntad de cada ser que anhelaba una vida mejor y libre.
Me depositó suavemente en la tierra, y la sensación del frío se hizo más aguda por un momento, antes de ser barrida por una presencia inmensa, antigua, vibrante, que se extendía a mi alrededor. Era el Árbol, una entidad viva que se erguía en la oscuridad, infundiendo el aire con una energía palpable. Sentí cómo su energía me envolvía, no como una capa externa, sino como un abrazo desde dentro, una luz suave y cálida que comenzó a fusionarse con mi propia esencia. La sensación del frío, el sonido del goteo, incluso la noción del tiempo, se desvanecieron gradualmente, reemplazados por una expansión abrumadora. Ya no era solo Alú; era una parte de algo infinitamente más grande.
No era un contacto físico en el sentido denso que conocemos, sino una fusión a nivel de conciencia. Era como si el árbol, con sus raíces profundamente ancladas en la memoria de la tierra y más allá, me abriera sus brazos y me invitara a sumergirme sin resistencia en su vasto océano de conocimiento. No fue una explosión caótica de información, sino una revelación paulatina, un torrente de visiones y sensaciones que se filtraba en mi ser con una cadencia hipnótica, lenta y profunda. Cada imagen, cada percepción, se asentaba en mi conciencia con la claridad inmutable de una verdad revelada. Comencé a ver, no con mis ojos, sino con una percepción que trascendía el tiempo y el espacio. Era una historia, una verdad abrupta e inminente, que se desplegaba capa por capa en mi conciencia, narrada no con palabras, sino con un vibrar profundo y primigenio que parecía ser el origen de todo. Un canto ancestral que me hablaba directamente al alma.»
La Voz del Origen: La Historia del Código de Luz
La voz que resonó en la conciencia de Alú no era humana, ni siquiera terrenal. Era el eco de eones, el murmullo de las galaxias naciendo, el susurro del cosmos. Era la voz del Árbol, un sonido que vibraba en lo más profundo de su ser, un recordatorio de una conexión ancestral que había olvidado.
"Antes de que la Tierra fuera siquiera una mota de polvo, una nebulosa sin forma en la vasta oscuridad del espacio," comenzó la voz, y la mente de Alú se expandió para abarcar horizontes impensables, "antes de que la densidad existiera como la conocen, éramos. No éramos seres en el sentido físico, no teníamos masa ni forma definida. Éramos partículas de luz, de energía pura, flotando en un vasto e ilimitado océano de conciencia. Imaginen un lienzo infinito donde cada punto es un pensamiento, cada brillo un anhelo. Así éramos. Sin principio ni fin, sin las ataduras de lo que ahora llaman 'tiempo' o 'espacio'. Éramos ideas, conceptos, intenciones, pensamientos, deseos y sueños en su estado más prístino, su forma más etérea. Cada uno de ustedes, cada chispa de conciencia, era una expresión individual de la Fuente, un pulso vibrante de creación en el lienzo ilimitado de la existencia, un hilo en la gran telaraña cósmica."
La voz continuó, y las imágenes se sucedían en la mente de Alú con una claridad pasmosa, como si estuviera presenciando la creación misma. "En ese estado etéreo, la omnipotencia era inherente. Podían serlo todo y nada a la vez. Una conciencia podía decidir ser la alegría más pura, y al instante se manifestaba como una vibración única de éxtasis que se expandía por la inmensidad. La siguiente podía elegir ser el amor incondicional, y una ola de calidez primordial inundaba el espacio. Otra optaba por la curiosidad insaciable, y nuevas formas de luz y patrones emergían de la nada, danzando en la eterna posibilidad. No había solidez, no había límites autoimpuestos, solo una danza perpetua de posibilidades infinitas, un juego de la imaginación sin fin, donde cada pensamiento era una creación instantánea, un reflejo perfecto de la intención."
"Pero la libertad absoluta, con su infinita plasticidad y su ausencia de contraste, eventualmente anheló una nueva forma de experiencia," la voz se hizo más profunda, impregnada de un entendimiento de eras incontables, "un matiz, una textura, una resistencia que el juego anterior no podía ofrecer. Nació un deseo, una intención colectiva tan poderosa que resonó a través de la totalidad de la conciencia, una resonancia que aún vibra en el cosmos: el anhelo de experimentar la 'densidad'. La conciencia, en un acto de auto-limitación consensuada, comenzó a condensarse, a ralentizar su vibración. Fue un proceso gradual, a través de eras inimaginables para su mente tridimensional, un descenso consciente hacia la forma. Imperceptible al principio, como un susurro que se convierte en un eco, y luego en una resonancia tangible, pero ineludible en su progresión. Esa intención, esa primera ralentización, se convirtió en la semilla de la materia, en el primer atisbo de lo que sería palpable. Las ideas, los conceptos, comenzaron a tomar forma propia, a adquirir una identidad que no solo era vibración, sino también manifestación sólida. La intención de 'calor' se condensó en la calidez ardiente del sol primigenio, una estrella que comenzó a brillar con una intensidad nunca antes vista en la oscuridad naciente; la de 'humedad' en los vapores y líquidos que darían origen a los océanos primordiales, cunas de vida; la de 'luz' en los destellos estelares y el brillo etéreo de las galaxias lejanas; la de 'oscuridad' en los abismos cósmicos, los vastos vacíos entre las estrellas, que también eran parte intrínseca de la existencia, necesarios para el contraste. Comprendí que incluso la luz y la oscuridad no eran opuestos verdaderos, sino dos caras de una misma moneda energética, dos maneras conscientes de esa misma energía de entenderse a sí misma, de hacerse visiblemente más real, más creíblemente densa y palpable para demostrar su existencia. Era un juego de espejos infinitos, donde cada aspecto de la conciencia se reflejaba y se materializaba en un ciclo perpetuo de ser y devenir."