El rugido primigenio de Alú, una emanación del Mantra de Olhw que vibró hasta en las entrañas de la Tierra, se disipó lentamente en el aire de la cueva, pero su resonancia inmaterial permaneció. Se aferró a la roca húmeda, al musgo, a la médula de cada rebelde arrodillado, un eco persistente de una verdad que había dormido. La luz que envolvía a Alú, un faro palpitante de pura **Esencia de la Fuente**, se mantuvo, bailando en las sombras y proyectando figuras danzantes en las paredes irregulares de la caverna. Sus alas etéreas, majestuosas y translúcidas, pulsaban con una energía que desafiaba toda comprensión terrenal. **Esa misma energía susurraba el lenguaje de la creación**. Y sus ojos, dos orbes de luz plateada que perforaban la oscuridad con una sabiduría profunda, **eran la conciencia expandida de la Deidad Absoluta que lo habitaba**, abarcando mundos más allá de los velos, hacia el corazón mismo del gran engaño.
Merok, aún de rodillas, levantó la cabeza con una lentitud cargada de asombro. Sus ojos, ya acostumbrados a la penumbra perpetua de la cueva, captaron cada detalle de la forma transfigurada de Alú. La luz en los ojos de Alú, una manifestación de conciencia sin límites, se encontró con la de Merok. En ese cruce silencioso de miradas, el asombro de Merok se disolvió en una comprensión profunda, casi una comunión. Era el cumplimiento de una promesa largamente susurrada en los rincones más ocultos de la Rebelión, una verdad tejida en el tejido mismo de su historia. En el rostro de Alú, transfigurado por la luz de Olhw, Merok vio al Despertador, la encarnación de la esperanza por la que habían luchado...
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Los Recuerdos de Merok: El Origen de una Habilidad y la Semilla de la Rebelión
La imagen de Alú se desdibujó por un instante en la mente de Merok, reemplazada por un torbellino de recuerdos. Eran destellos de una vida dedicada a la lucha, un camino forjado en el acero de la desesperación y la injusticia. Un camino que había comenzado con un acto de pura voluntad, antes de que siquiera supiera de su propia fuerza.
Recordó la **rabia inicial**, ese día en que su propia chispa de conciencia se encendió en llamas. Fue su **primer acto en solitario**, una noche cargada de lluvia y sombras en los distritos bajos de la ciudad, donde el sistema había creado su propia contraparte caótica. Una banda de delincuencia organizada, con el rostro desfigurado por el desprecio a la vida, se había apoderado de un sector. No eran simples ladrones; eran mercenarios del caos, sus manos cargadas de armamento sumamente destructivo. No dudarían en presionar el gatillo, en desatar una lluvia de fuego que no solo acabaría con sus objetivos, sino con cualquier vida que se interpusiera: familias enteras, gente que solo iba pasando, niños jugando en la calle. Merok, joven e impetuoso entonces, sin saber que poseía habilidad alguna, **solo sintió el ímpetu y la voluntad de accionar por su sentido de justicia, poniéndolo por encima de su propia seguridad**. Se lanzó a escena para defender, para ayudar y hacer justicia.
Una primera ráfaga de balas se precipitó sobre él. Merok no tuvo tiempo de pensar. Solo sintió el impacto brutal, como si mil martillos lo golpearan a la vez. Cayó al suelo al instante, con el convencimiento absoluto de que aquello era el fin. Había dado por hecho que ya estaba muerto, que su vida se extinguía allí, en el lodo y la desesperación.
Pero la muerte no llegó. Una sensación extraña, un calor que se extendía desde su núcleo, lo invadió. Una voluntad mayor, una fuerza que no comprendía, lo obligó a ponerse de pie. Sintió cómo sus heridas se cerraban con una velocidad imposible, los agujeros en su ropa y su carne se desvanecían como si nunca hubieran existido. Un torrente de energía, puro y vibrante, invadió cada célula de su cuerpo, llenándolo de una valentía y una fuerza que no conocía. No era solo músculo; era una **potencia que fluía desde su voluntad**. Con esa nueva y abrasadora convicción, arremetió. No necesitó armas. Su mente se convirtió en su arsenal. Materializó escudos de energía con la fuerza de su intención, desvió proyectiles con un simple pensamiento concentrado, y canalizó su voluntad para desarmar y someter a los más brutales de la banda. Fue una batalla cruda, llena de sangre y desesperación, pero se mantuvo firme. Logró dispersarlos, salvando a unos pocos, pero la imagen de los inocentes caídos se grabó en su alma. Vio el vacío de sus ojos, el propósito silenciado por la indiferencia de un sistema que permitía tal caos.
Fue su **primer gran logro**, la manifestación de su poder latente, activado por la pura necesidad de justicia. Pero la euforia fue breve. Pronto se enteró de que su victoria había sido solo parcial. Había acabado con el problema inmediato, sí, con aquel grupo de sicarios. Pero no eran la cabeza; solo eran integrantes más, peones prescindibles, **subordinados por altos mandos** que operaban desde la sombra, moviendo los hilos de la delincuencia como parte del intrincado control del sistema. La raíz era mucho más profunda, más vasta. La rabia, en lugar de desvanecerse, se transformó en una determinación fría.
Después de esa noche, solo en la penumbra de la ciudad, se sintió como una anomalía, un grito solitario en un desierto de resignación. Pero el eco de su acto resonó. Atrajo a otros. Recordó los rostros de los primeros **aliados**, un grupo dispar de almas que, como él, poseían habilidades fuera de lo ordinario. Había quienes podían moldear el metal con su mente, otros que veían a través de las ilusiones del sistema, algunos que sanaban con el tacto, y otros que, como él, podían materializar sus pensamientos, aunque con distintas intensidades. Se reconocieron en la mirada del otro, en el anhelo de justicia que ardía en sus corazones. No buscaban poder, buscaban verdad. Se convirtieron en un faro en la oscuridad, un punto de reunión para los disidentes, para aquellos que no aceptaban el velo.